Todos los diarios en verano adelgazan de contenidos, pero resulta que algunas de las noticias que pasan medio desapercibidas son realmente importantes. Esta semana me he quedado atónica al leer que el Senado italiano ha dado la luz verde a que las vacunas infantiles dejen de ser obligatorias. Incluso, su presidente ha sido tan inconsciente como para comentar que 10 vacunas infantiles obligatorias eran demasiadas y quizás, incluso, se tendrían que considerar "casi" peligrosas. Realmente, no sé en qué criterios científicos y pediátricos se puede basar el señor Salvini para hacer estas afirmaciones que, en su caso, sí que son peligrosas, ya que pueden inducir a muchos italianos a pensar que las vacunas son innecesarias. Nada más lejos de la realidad. Las vacunas son uno de los grandes avances de la medicina preventiva del siglo XX, sin embargo, a veces, los seres humanos más privilegiados (como lo somos los que tenemos una sanidad pública en un estado del bienestar), tenemos tendencia a ser negligentes o, incluso, displicentes. Sin saber nada.
El año 2014, vi en TV3 un magnífico y largo reportaje sobre los afectados por la poliomielitis en los años 60. En este documental (que podéis encontrar en la red de la CCMA, tanto en catalán como en castellano) se explica cómo se escondió desde el régimen franquista la epidemia que asolaba ciertas regiones y ciudades de España desde los años 50, y cómo un pequeño grupo de médicos y científicos se pusieron de acuerdo para demostrar la necesidad de introducir la vacunación masiva de niños y embarazadas para inmunizar a la población de una enfermedad tan severa e incapacitante. El virus de la polio (del cual conocemos tres tipos diferentes o serotipos) causa una enfermedad que puede afectar al sistema nervioso, e incluso puede ser letal en algunos niños. Su efecto más conocido es la parálisis total o parcial de las extremidades inferiores, ya que destruye de forma selectiva las neuronas motoras de la médula espinal. Además, puede dejar secuelas graves que afectan en la edad adulta, es lo que se denomina síndrome postpolio.
La primera vacuna contra la polio fue desarrollada con virus atenuados por Jonas Salk (que después fundó uno de los institutos de investigación biomédica más punteros de los Estados Unidos). Era inyectada por vía parenteral y tenía que tener varias repeticiones para ser del todo efectiva. Salk dio los derechos de la patente de la vacuna para favorecer que pudiera llegar a todo el mundo, como también lo hizo poco más adelante, Albert Sabin, quien desarrolló una vacuna oral que se suministraba con tres gotitas, que se podían dar con un terrón de azúcar. Con un precio mucho más bajo y con dos inmunizaciones: una inicial contra el virus de la polio que causaba más casos (el serotipo I) y una segunda inmunización contra los tres serotipos (la llamada vacuna trivalente), tenía una efectividad casi del 100%. Un médico y científico español, Florencio Pérez Gallardo, fue a los Estados Unidos para aprender a hacer la vacuna y, al volver, convenció a un conjunto de médicos jóvenes y comprometidos para, pasando por encima de la política sanitaria de los años 60 (que tenía más de lucha soterrada entre facciones de poder que de política sanitaria social e igualitaria), conseguir vacunar masivamente a la población infantil, de forma voluntaria y gratuita. El Ministerio de Sanidad, al ver los resultados absolutamente irrefutables de eficiencia (el número de casos se redujo en tres órdenes de magnitud en tres años) la implementó como vacuna obligatoria para los bebés antes de los dos años y la polio quedó definitivamente erradicada (como también lo ha sido la viruela).
Nos tendríamos que congratular como sociedad de como la vacunación ha permitido incrementar la supervivencia de los bebés y disminuir extremadamente la mortalidad infantil
El éxito abrumador hizo que sólo dos años más tarde, en 1965, se añadieran tres vacunas más, contra la difteria, tétanos y tos ferina. Y así, hasta la cartilla con el calendario de vacunaciones que todos los padres hemos recibido en nuestra primera visita pediátrica, y que permite vacunar a nuestros hijos contra enfermedades letales o muy severas, incluyendo la varicela, el sarampión o la meningitis. Nos tendríamos que congratular como sociedad de como la vacunación ha permitido incrementar la supervivencia de los bebés y disminuir extremadamente la mortalidad infantil pero, desafortunadamente, es despreciado por algunos padres, que eligen no vacunar a sus hijos. Como parto de la premisa de que todos los padres queremos lo mejor para nuestros hijos, pienso que esta negativa a la vacunación (excepto en casos muy raros de niños con patologías concretas) es por ignorancia, consciente o inconsciente. La ignorancia inconsciente es la que necesita educación y explicaciones esclarecedoras para explicar qué son las vacunas y el beneficio que nos reportan.
La ignorancia consciente es a la que mucha gente se abraza cuando cree ser partícipe de la verdad, pero sin ningún dato científico. Es el grave problema de hoy día, todo el mundo cree antes en pseudociencias y medias mentiras impactantes (este es el éxito seductor de las fake news, como comenté en otro artículo) antes de que en datos científicos fehacientes y demostrables. Por eso se extendió como una mancha de aceite un artículo publicado por un médico británico, Andrew Wakefield, asociando la vacunación con el autismo infantil. Pero es que resulta que este artículo es un completo fraude. Este médico (que ya no lo es), en lugar de mirar por la salud de la gente, miró sólo por la salud de su bolsillo. Estaba pagado por abogados de familias antivacunas; manipuló los datos, seleccionando casos específicos de niños que ya tenían enfermedades previas y despreciando la realidad abrumadora del resto de niños que negaba absolutamente cualquier relación de la vacunación con autismo. Pero da igual, la fake new de hace ahora 20 años continúa viva y la escuchas repetida por padres que se creen informados, pero lo son de un engaño. Justo el año pasado en la revista Science se hizo un reportaje especial sobre "la guerra de las vacunas". En uno de los artículos (que os recomiendo leer) se dedican a desmontar uno por uno los falsos mitos sobre el supuesto perjuicio de las vacunas, incluyendo esta nefasta mentira que tanto daño ha hecho.
Ciertamente, hay algunos casos de niños que han sufrido efectos secundarios inesperados, pero son muy minoritarios y como se explica en este vídeo, la vacuna más peligrosa es aquella que no se da. Tal como podéis comprobar con los datos de incidencia de casos de polio, sarampión o rubéola antes y después de que existieran las vacunas en los Estados Unidos en este enlace tan visual e informativo, las vacunas son extremadamente efectivas. Además de la inmunización individual, una de las grandes ventajas de la vacunación, es el efecto de inmunización grupal. El hecho que casi todo el mundo estamos inmunizados hace de barrera efectiva para que no se puedan infectar los otros, y así, protegemos los pocos individuos que no estén vacunados. A los científicos que estudian los sistemas complejos les interesan mucho estos modelos de propagación y esta semana me ha llegado un interesante enlace "I herd you", donde podemos jugar y experimentar con varios modelos de transmisión de epidemias y diferentes grados de inmunización de la población, y visualizar cuáles son los efectos sobre la sociedad (recomiendo a estudiantes y curiosos que lo probéis).
Para terminar y volviendo al caso italiano, no creo que los padres tengan derecho a decidir si vacunan a los bebés o no. Tampoco podemos escoger si ponemos o no cinturón de seguridad a los bebés en el coche, ni si llevamos casco o no cuando vamos en moto. El beneficio de la prevención supera cualquier otra consideración. La vacunación da un beneficio directo inmunizando al niño (con un riesgo mínimo) y, de rebote, inmunizando a toda a la sociedad.