Aprobando la ley de amnistía (mencionemos también su apellido, que los socialistas han bautizado con cierta ironía dictatorial como de “normalización institucional, política y social de Cataluña”), los diputados independentistas del Congreso no han amnistiado a los exiliados y represaliados por los hechos que van del 9-N al 1-O. Contrariamente, nuestros políticos han aprobado un indulto general a las estructuras de estado más profundas de España y, consecuentemente, han solidificado la arquitectura del régimen del 78. A pesar de la insistencia de la judicatura más ultra, que pondrá todas las trabas burocráticas para retrasar sus efectos, esta ley salvará a los políticos del 'procés' y a los activistas que les ayudaron a urdir manifestaciones masivas, a sabiendas de que no tenían ninguna intención de alcanzar la independencia. Me alegro por todos ellos y sus familias; ahora les podremos recordar cara a cara hasta qué punto nos han mentido.

Lo he escrito muchas veces, y vuelvo a hacerlo hoy, por la trascendencia del momento. La amnistía siempre ha sido una prioridad española. Por mucho que PP y Vox se hagan los gallardos y sigan diciendo que meterán a Puigdemont y a Junqueras de nuevo en chirona, quien necesitaba este cierre de época es España. Primero, de cara a la comunidad internacional y su judicatura: habiendo enmendado la (injusta) sentencia de Marchena, ahora España puede decir que ha sellado un conflicto histórico con una medida de gracia y magnanimidad. Lo poco que quedaba de validez al espíritu del 1-O en la partitocracia secesionista fue la esperanza de que los tribunales europeos desnudarían la judicatura del Estado; pero ahora que la paz está firmada (coincidiendo, qué cosas tiene la vida, con el hecho de que los abogados convergentes olviden que tenían mails por responder de Estrasburgo), Europa tiene vía libre para lavarse las manos.

Pero eso es secundario, porque en España los dictámenes jurídicos del Viejo Continente tampoco le han hecho nunca ningún daño. Lo importante del caso es ver cómo ayer se cerró la farsa del procesismo, de un movimiento político al que los ciudadanos recién empiezan a juzgar por un delito mucho más grave que el de sedición o meterse pasta en el bolsillo: el de tomarnos el pelo. Junts, Esquerra y la CUP nunca tuvieron un plan para hacer efectiva la secesión y aprovecharon la (injusta, lo vuelvo a decir) represión del Estado para activar el ancestral victimismo de nuestra tribu y así hacerse perdonar tantas mentiras. A partir de aquí, importa un rábano quien nos ha tomado más el pelo; si el héroe de Waterloo, que juró que defendería el 1-O desde Palau, o el cura moralista que perjuró que eso de pactar con el PSOE siempre implicaría rendirse. Desde ese día, toda la política catalana ha perdido el sentido más básico de la realidad.

Nuestros políticos han aprobado un indulto general a las estructuras de estado más profundas de España

Solo les quedaba un último paso; aprobar una amnistía con la que el Estado reconoce su exceso represor cuando ya sabe que el gesto no tendrá ningún tipo de trascendencia (de hecho, la llegada de los exiliados —ya tiene guasa— la acabará patrimonializando el PSC) y que permitirá a los líderes del procés seguir tomando el pelo a la gente, aduciendo que el Estado ha acabado cediendo a sus presiones. Contrariamente, desde que los parlamentarios catalanes incumplieron su compromiso parlamentario adquirido el 27 de octubre de 2017, la Generalitat ha quedado vacía de competencias y solo se ha vuelto útil para seguir engordando la caja de los partidos. Por fortuna, el pueblo catalán se ha desvelado, ayer deglutía con parsimonia la noticia de esta rendición política, y ya ha empezado a castigar a sus responsables con más de un millón de abstenciones. Afortunadamente, a pesar de la reafirmación del régimen, la gente continúa viva.

Nosotros, la conciudadanía en general, somos mucho mejores que todo este espectáculo de decadencia que va de Carles Puigdemont abandonando la sede del Govern después de haber votado un referéndum que tenía que ser vinculante, a la imagen sórdida de Tomàs Molina prometiéndonos que llevará TV3 a Eurovisión o al pobre Lluís Llach pagando a toda prisa las cuotas de la ANC porque alguien le ha susurrado que el detalle es un requisito mínimo de cara a ser presidente. Los ciudadanos, aunque solo tengamos como mérito moral el hecho de respirar, tenemos mucha más dignidad que una gente que ha desperdiciado los últimos siete años de nuestra historia con el único objetivo de salvar el culo y seguir engordándose. España vive encantada de indultar a unos políticos que, si alguno han manifestado de forma objetiva, es que acabarán vendiendo la libertad colectiva a cambio de la propia. Eso no es opinión: eso, ahora, ya es historia.

Volved pronto y disfrutad de la tierra. Nos habéis engañado mucho. Nos habéis hecho mucho daño. Habéis salvado a España, porque quien amnistía siempre mandará al amnistiado. No os quiero ningún mal, pero la verdad no necesita mártires, y todo esto os lo recordaré mientras me quede un solo átomo de vida y las manos todavía me escuezan lo bastante como para escribir.