El retorno a Catalunya de La Caixa ha inspirado una colección de peloteos a Isidre Fainé en los periódicos de papel españoles. Desde los tiempos gloriosos del pujolismo que no veía tanta unanimidad a celebrar una figura catalana con influencia en Madrid. En La Vanguardia lo han tratado de presidente del Estado a la sombra. En El País han aprovechado sus gestas para comparar el 1 de octubre con el 23-F de la mano de un articulista que fue a votar al referéndum. Con respecto a l'ABC, Salvador Sostres le hizo una especie de necrológica en vida que lo situaba en el mismo panteón de grandes hombres que Florentino Pérez.
Las personas que conocen Fainé dicen que le gustan mucho los peloteos, no por un tema de vanidad, supongo, sino porque es un hombre que no baja nunca la guardia. Fainé debe saber que ningún catalán puede tener los hombros del todo bien cubiertos en el Estado español. Es lógico que trate constantemente de asegurarse de que cada uno está en su sitio y que siempre haya liquidado todo aquel que ha osado moverse de la foto. Los peloteos de estos días, sin embargo, rezuman un declive que llama la atención. Me parece que tienen más que ver con los naufragios que acompañan la disolución final de un mundo que con el poder real que pueda tener Fainé.
El presidente de la fundación La Caixa no es solo el último español del año de un régimen que se tambalea —o el último catalán influyente del régimen del 78. También es el último representante de un pacto entre Barcelona y la monarquía que se remonta a un siglo y medio atrás, en la época de la Restauración del último cuarto del siglo XIX. Entonces la burguesía barcelonesa venía de impulsar dos revoluciones fallidas y la vuelta de los borbones supuso una especie de acuerdo en que Catalunya renunciaba a liderar la política española a cambio de liderar su economía. Todas las metáforas tronadas sobre locomotoras y barcos que hace décadas que consumimos vienen de aquella época olvidada.
Los peloteos a Fainé me parecen una señal de que nos encontramos al inicio de otra huida adelante
Si el procés surgió del intento de alargar el catalanismo político bajo una forma de exaltación sentimental disfrazada de audacia, los peloteos a Fainé me parecen una señal de que nos encontramos al inicio de otra huida adelante, ahora disfrazada de gestión económica. Así como el catalanismo político no renunció nunca a la independencia, pero nunca se preparó para hacerla, el mundo económico catalán no ha renunciado nunca a dominar España de una manera u otra, si hace falta, prescindiendo de su propio país. La misma figura de Fainé, y la sombra solitaria que proyecta, no se explica sin el desierto que dejó el fracaso de la OPA de Gas Natural en Iberdrola, aquella que el ministro Rato paró con un simple telefonazo después de que Jordi Pujol invistiera a Aznar gratis.
El miedo a que se reabra la herida del procés ha dado un cierto margen al mundo económico catalán para volver a la ofensiva a través del PSOE. Mientras escribo este artículo, me llega una noticia que dice que Pedro Sánchez y Salvador Illa quieren sacar "poder" a Madrid para convertir Barcelona en la capital económica de España. Vuelve la obsesión descentralizadora de Pasqual Maragall, pero desprovista de sentimentalismos culturales y democráticos. Se trata de inyectar dinero a Barcelona para paliar el déficit fiscal a cambio de disolver el independentismo. En una época en la cual los países civilizados se vuelven proteccionistas y recortan las ayudas al Tercer Mundo, no me extraña que los periódicos españoles presenten a Fainé como un protector de los pobres.
Como decía el artículo del Sostres, Fainé pasa los ochenta años y todavía no tiene herederos. Es un hombre del siglo XX, que hace los negocios como se hacían en el siglo XX, y que representa una Catalunya que ha quedado anclada en el siglo XX. Igual que pasó con el catalanismo político después de la retirada de Pujol, el espíritu comercial de la vieja burguesía empieza a fabricar sus pequeños monstruos procesistas después de haberse arrastrado durante un siglo y medio a través de golpes de estado, dictaduras y guerras civiles. En una Europa que va hacia la integración, es una burrada ligar la economía catalana a Madrid. Sobre todo cuando la capital de España quiere ser la conexión geopolítica de Bruselas con China y con los países más antidemocráticos y más desgraciados del mundo.
Los americanos acaban de colgar en Netflix una versión del Gatopardo que parece un subproducto de Pretty Woman, pero que está bien para que los catalanes nos preguntemos si queremos, o no, que nos esquilen como ovejas en nombre del dinero. Porque, si nos volvemos a dejar acunar por la comedia, cuando este cuento fracase, pasará lo mismo que pasó con el procés, pero con el PSC en las instituciones: se nos dirá que casi lo habíamos conseguido, que había una jugada maestra a punto, pero que el fanatismo de los españoles y la falta de unidad de los catalanes abortaron el "país nuevo" —integrador y antifascista— que teníamos muy cerca.