Con la excepción de 1980, que eran las primeras elecciones catalanas desde el restablecimiento de la democracia en España, desde 1984 el bloque nacionalista había tenido siempre, sin excepción, mayoría absoluta, en escaños, en el Parlament. Y el 2021 incluso la tuvo, por primera vez, también en votos. Ahora, todo este bagaje ha quedado dilapidado. Los partidos que provienen del nacionalismo y que, tras hacerse pasar por independentistas por razones puramente coyunturales, han abrazado descaradamente el procesismo —es decir, JxCat, ERC y la CUP—pierden precisamente armas y bagajes y no tienen ninguna opción de articular una mayoría. Ni siquiera con el concurso de Aliança Catalana, que entra por primera vez en el Parlament, los números no les salen.

El batacazo del procesismo es, pues, antológico. El principal damnificado es ERC, que de tener el gobierno en sus manos pasa a tercera fuerza y con muchos menos diputados y votos que hace tres años, pero también la CUP, que se queda sin la mitad de los apoyos que tenía. JxCat es el único que aguanta y crece en escaños y en votos, pero no llega ni mucho menos a satisfacer las expectativas de superar al PSC que había despertado la presencia de Carles Puigdemont al frente de la candidatura y la promesa de regresar a Catalunya, esta vez parecía que sí, para ser investido presidente de la Generalitat. Lo que se desprende de estos resultados es que la abstención del votante independentista —puesta de manifiesto en los comicios municipales y españoles de 2023— se ha mantenido y que de nada han servido los intentos para frenarla. El malestar de este segmento del electorado con los partidos que se suponía que lo tenían que representar sigue siendo alto, y lo que se pone en evidencia es que no lo enderezarán a base de continuar con las mentiras y los incumplimientos.

El problema principal, en todo caso, lo tiene ahora el independentismo, que en estas elecciones, más que nunca, se ha visto que no tiene partidos que lo representen

JxCat le habrá ganado claramente, eso sí, la partida a ERC, pero en la práctica le servirá de muy poco, porque no tiene ninguna alternativa seria de poder gobernar, salvo una sociovergencia, pero no liderándola, sino como comparsa del PSC, y eso, de entrada, no forma parte de los cálculos del 130º presidente de la Generalitat, pero aun así es una opción a no descartar. El efecto Puigdemont ha sido, por tanto, limitado, pero tampoco se ha visto perjudicado por la inesperada competencia de Aliança Catalana. ERC, pese a su mal resultado, puede ser, en cambio, que tenga la llave de un hipotético tripartito con el PSC y Comuns Sumar si acaba sumando, lo que le permitiría disimular el fracaso alcanzado en las urnas. Del resto de actores provenientes del independentismo, la marca Alhora de Clara Ponsatí y Jordi Graupera saca menos votos, que ya es decir, que el PACMA y que Cs, que queda fuera del palacio del parque de la Ciutadella después de dieciocho años de irrumpir en él. El único que entra es la Aliança Catalana de Sílvia Orriols, pero de manera muy testimonial. Lo que sí puede pasar —lo que son las cosas— es que la CUP y Aliança Catalana, ellos que son tan antagónicos, que no se pueden ver ni en pintura, se encuentren compartiendo espacio en el grupo mixto.

Con este panorama, al PSC de Salvador Illa le tocará encabezar la iniciativa para formar gobierno, en un intento de emular a Pasqual Maragall el 2003 y a José Montilla el 2006. Sencillo no le resultará, porque si el PSOE aspira a mantener el apoyo de JxCat en el Congreso, que le permite que Pedro Sánchez esté en la Moncloa, según qué cabriolas que intentasen un apoyo del PP o de Vox no le valdrán, de manera que un gobierno en minoría tampoco debería excluirse. La quimera de Salvador Illa invistiendo a Carles Puigdemont es esto. El problema principal, en todo caso, lo tiene ahora el independentismo, que en estas elecciones, más que nunca, se ha visto que no tiene partidos que lo representen. Y al parecer tocará esperar, dadas las primeras valoraciones del batacazo tan fuera de lugar que hacen algunos de los damnificados.