Cualquier movimiento político que se exprese masivamente en la calle es víctima de impotencia o, todavía peor, de un atracón utópico. En Catalunya lo sabemos a ciencia cierta, nosotros que sobresaldremos en el arte de la manifestación (dándonos las manos y con una diversidad inaudita de camisetas coloridas) mientras nuestros líderes se dedicaban a jugar con la buena fe de los independentistas con el único objetivo de salvar su culo, como ha quedado patente con la amnistía. Pues bien, como ya escribí hace mucho tiempo, ahora es España la que vive contagiada de un folklorismo típicamente procesista, como se ha visto esta misma semana con el llamamiento del antiguo presidente José María Aznar a actuar contra la amnistía de Sánchez, la cual, invenciones judiciales del Tsunami aparte, ha llevado a los cayetanos a manifestarse ante la sede del PSOE en Ferraz para recibir garrotazos de la policía española.
El virus del procesismo es algo admirable y, qué cosas tiene la vida, incluso hemos visto a Esperanza Aguirre cortando la circulación en Madrid como si fuera una cupaire de provincias. De hecho, no me extrañaría de que los españoles de la capital emulen muy pronto a los mafiosos de nuestro Estat Major y convoquen a la masa con la intención de bloquear el aeropuerto Adolfo Suárez de Barajas (deseo honestamente que vuelvan con los ojos y los huevos intactos). Ayer, muchos compañeros de militancia independentista compartían en las redes declaraciones airadas de los defensores de España a las puertas de la sede del PSOE, mofándose de sus cánticos y de una estética prototípica de fachaleco. Pueden hacer todo el cachondeo que quieran, pero tendrían que ser conscientes de que PP y VOX repiten el manual del procés, consistente en armar mucha bulla en la calle para disimular el fracaso de la política.
El lector se me ofenderá diciéndome que nuestras abuelas del Eixample (autoras del ni-un-papel-al-suelo) no tienen nada que ver con toda esa turba derechista que se dirigió a Ferraz llevando lo que los cursis denominan banderas preconstitucionales. Importan un rábano las diferencias culturales, porque aquí lo importante es ir a la raíz de las cosas y comprobar como la derecha española manda a la peña a hacer el panoli porque sabe que tiene la batalla de la amnistía perdida. Los jueces seguirán con su guerra particular y, si hace falta, imputarán a Marta Rovira o a Carles Puigdemont acusándolos de haber urdido una violación de menores en masa. Pero las manifestaciones de esta semana son un regalo para el PSOE: demuestran que al PP solo le queda apelar a una defensa de España de raíz hortera y bien sentimental. Fijaos si la equivalencia es cierta, que los manifestantes insultaban y escarnecían a la pasma llamándoles "piolines."
Si la derecha acelera la convocatoria de manifestaciones pasadas de tono, la pacificación del problema catalán que ha ideado el líder del PSOE ganará todavía más apoyos internacionales
Como siempre pasa desde hace casi un lustro, el ganador de toda esta pantomima sigue siendo Pedro Sánchez. Mientras la judicatura más carca vaya retorciendo la legalidad para imputar a independentistas (como ha hecho siempre, dicho sea de paso), el presidente español tendrá más margen para obligar al independentismo a sumarse a la causa general de liberar España de las togas fachas. A su vez, si la derecha acelera la convocatoria de manifestaciones pasadas de tono, la pacificación del problema catalán que ha ideado el líder del PSOE ganará todavía más apoyos internacionales (léase la reciente editorial del Financial Times), porque Europa ya tiene bastantes hostias junto a sus fronteras. Por si esto fuera poco, la radicalización de la derecha puede acabar implicando que Feijóo tenga los días contados y que el PP madrileño desdibuje todavía más el voto derechista mientras consolida el trueno de Ayuso.
La revuelta de los cayetanos acabará como las manis del procés. Sus protagonistas muscularán mucha épica y volverán a casa indignados con la policía represora. Mientras tanto, los políticos que los representan seguirán animando a la masa a quemar contenedores (apreteu, apreteu!) para disimular su impotencia. Y Sánchez contemplará los fuegos artificiales de Ferraz cascándose un puro desde el palacete de la Moncloa. Con los independentistas sirviéndole el gin-tonic, of course.