Yo acuso: nos han profanado el Ateneu. La cuna histórica de la intelectualidad catalana ya tiene marcada, al rojo vivo, su segundo gran punto de inflexión histórico. El primero fue el día en el que, alrededor de 1885, Àngel Guimerà pronunció, como presidente, el primer discurso en catalán, el cual, según nos relatan las crónicas, levantó bastante polvareda —el catalán, siempre el catalán...— El segundo, ese del que quiero hablar hoy, es su reciente, inapelable y dolorosa profanación física y moral: alguien —no sé quién—, de alguna manera —no sé cuál—, ha permitido que en los bajos de esta nuestra institución se ubique y perpetre su actividad un local de restauración cárnica —se anuncia luminosamente como 'carne/meat'— de unos rasgos estéticos y talante moral que violentan e, insisto, profanan la propia constitución espiritual de los catalanes.

Para poder seguir en condiciones este artículo —o, mejor dicho, este escrito de acusación—, es imprescindible ver una imagen del lugar del crimen. Solo así podrá avistar el lector el alcance concreto de tales hechos execrables. Como no era viable insertarla en la misma web del artículo, podéis hacer clic en este enlace en mi cuenta de X, donde he colgado la imagen.

Analicémosla. Las agresiones se han cometido, en los bajos del número 6 de la calle Canuda, por tierra, mar y aire. Son tantas las heridas a comentar y curar, que no sabría exactamente por dónde empezar. Destacaré cuatro, las que me han impactado más dolorosamente.

Primero: el mero hecho de que se trate de un restaurante de 'carne/meat', al que se entra a ingerir eso, 'carne/meat', en una zona muy concurrida de guiris, ya genera, por sí solo, un cierto malestar estético. Nada menor, dicho sea de paso. Recordemos que estamos hablando de los bajos del Ateneu. Pero bueno, dejémoslo pasar. Es el libre mercado, como dicen.

Segundo: el cartel no es, siendo estrictos, un cartel. Es la propia pared vidriada del local, en la que han decidido —ignoro con el permiso o la anuencia urbanística de quién— estampar una nauseabunda imagen luminosa, en la que aparecen trozos de 'meat' —o 'carne', en español, 'para que nos entendamos todos'—. La agresión estética que supone optar por este tipo de proyección visual exterior deviene, en cualquier contexto, más que notoria —me niego a tener que desarrollar esta tesis palmaria—. Pero perpetrarlo en los bajos del Ateneu... ya me diréis. Seguimos.

Permitir la ubicación de un negocio con emanaciones estéticas tan deplorables en un sitio determinado tiene una repercusión directa en la moral colectiva, qué están dispuestos a hacernos, ellos, y qué estamos dispuestos a aceptar, nosotros

Tercero: por supuesto, nuevamente, una vez más, como siempre, la lengua. ¡Qué sorpresa! ¡El cartel está, evidentemente, solo en castellano e inglés! Sería mucho mejor que no hubiera cartel, claro está. Ya hemos visto su talante estético deplorable. Pero asumida su instalación —asumido que, de momento, no se puede hacer nada o que las herramientas jurídicas que se emprendan para liquidarlo tarden cierto tiempo en triunfar—, vemos que la profanación llega hasta el punto de omitir —¡en el local de los bajos del Ateneo!— la lengua madre de Catalunya. Asistimos, como decía, al segundo gran hito histórico del Ateneu, tras el de Guimerà. Pero invertido, por supuesto. Algún día habría que evaluar —y juzgar, si hace falta— a los responsables de hacer cumplir, en Barcelona, la normativa en materia lingüística en la cartelería de los establecimientos. Aquí entraríamos, indudablemente, en el terreno de la cooperación delictiva. Por omisión, tal vez, pero delictiva, igualmente.

Cuarto: este me conmocionó profundamente. El día que me topé con esta imagen —hace un par de semanas, justo cuando venía de dar una charla, en el Palau de la Generalitat, sobre la acusación popular, ¡qué cosas!—, no solo me quedé patitieso, anonadado, con el cartel y todo lo que de ofensivo ya hemos visto que emanaba. Al detenerme, mientras me frotaba los ojos para convencerme de que lo que estaba viendo era cierto o que no me había equivocado de edificio, fui abordado e interrumpido en mis pensamientos, con una contundencia nada despreciable, por un hombre que, carta de 'carne-meat' abierta en mano, me ofrecía la posibilidad de entrar en el maravilloso local del que estamos hablando y disfrutar de sus delicias culinarias. Sí, la agresión no es, no fue, solo, visual. También fue, es, física, sobre el cuerpo. Fui agredido físicamente, en el espacio público, por un trabajador del local —que evidentemente no conocía el catalán—, que me incitaba a entrar. La indignación y desolación que sentí en ese preciso instatne es difícil, si no imposible, de describir. Desisto de ello. Fue entonces, en cualquier caso, cuando pensé en la idea de la profanación. Fue entonces cuando decidí escribir sobre lo que me había sucedido.

Siempre he estado convencido del estrecho vínculo que se genera entre estética, moral y política. Es una idea crucial, pero difícil de explicar. Cuando lo intentas, muchos piensan que no estás en tus cabales. No obstante, como ocurre a menudo, un buen ejemplo puede ser el mejor aliado, y difícilmente podríamos encontrar uno más apropiado que el de la reciente profanación del Ateneu Barcelonés, la cuna del catalanismo intelectual. Nos muestra, como si de una resonancia magnética se tratara, cómo permitir la ubicación de un negocio con emanaciones estéticas tan deplorables en un sitio determinado —y no en otro— puede tener, y tiene, de hecho, una repercusión directa en la moral colectiva —qué consideramos aceptable o inaceptable en términos de intervenciones violentas en edificios históricos y significativos— y en la política —qué están dispuestos a hacernos, ellos, y qué estamos dispuestos a aceptar, nosotros—.

Yo, de momento, acuso. A ellos, porque nos lo han hecho. A vosotros, porque lo habéis permitido. A nosotros, porque permanecemos indiferentes ante una agresión tan dolorosa. Quizás todo el asunto tenga, no obstante, algo de positivo. Ante agresiones de este tipo hay que reaccionar. La pasividad no es una alternativa. Habría que abordar las vías que sean necesarias, jurídicas o no, para reconquistar el terreno y deshacer esta ignominia estética, moral y política. Habrá que actuar, y hacerlo pronto.

Joan Brossa: Quien dice fuego, dice llama.