Decía el extravertido exalcalde de Barcelona, Xavier Trias, que hacen primarias los partidos que tienen problemas. De acuerdo con esta filosofía, Trias debe tener bastante razón. El Congreso de Junts per Catalunya ha sido una balsa de aceite y ha reinvestido a Carles Puigdemont y su nueva dirección por una mayoría que, si no es búlgara, poco le ha faltado. Incondicionalmente. A medio camino entre la aclamación y la adhesión acrítica. O resignada. La discrepancia ha sido silenciosa y residual. El congreso ha votado las ponencias en un ambiente plácido, sin ningún desvarío. Las ha bendecido, en un marco que hace compatible los acuerdos tangibles con el PSOE y la retórica intangible de la insurrección unilateral.

Profetizaba también el entrañable Xavier Trias, en julio, que Carles Puigdemont tendría que recuperar formalmente la presidencia del Partido, de su Partido. Lo hizo en el Matí de Catalunya Ràdio —con anterioridad en otros medios—. Y lo verbalizó con pelos y señales cuando todavía no estaba claro si Salvador Illa sería president de la Generalitat, y después de que Puigdemont hubiera solemnizado que si no era president de Catalunya dejaría la política.

Trias es como Joan Tardà, un espíritu libre, y se ha permitido ser la voz que con más claridad ha ido reiterando la necesidad del liderazgo oficial de Puigdemont, lo que de rebote también significaba el relevo de su presidenta, Laura Borràs.

Ceñirse la corona

La reentronización de Puigdemont ha sido un proceso de autoimposición de la Corona, como Napoleón en Notre-Dame ante el Papa Pío VII. Era incluso un acto de normalidad y de respeto a una dirección condicionada por la Corte de Waterloo. Puigdemont, sin ostentar formalmente la presidencia, hacía y deshacía a discreción.

Puigdemont es hoy por hoy el líder político con el poder más ilimitado, más rotundo. Omnímodo. Al mismo tiempo con un aire interno pacificador. Las diferentes sensibilidades se podrían arrancar los ojos. Pero en presencia de Puigdemont bajan la cabeza y se reconcilian ante un liderazgo indiscutible que gobierna con mano de hierro. Puigdemont parece inspirarse en Maquiavelo cuando decía que el príncipe se tiene que hacer amar y respetar por sus súbditos. Pero si tiene que optar por una de las dos cualidades, se tiene que hacer respetar como sinónimo de temer. Por el camino han quedado notables víctimas. El episodio más notorio fue el de Jordi Sánchez, el ex secretario general, un hombre de fuerte personalidad y con criterio propio que jugó la carta de la gobernabilidad. La apuesta le salió cara.

Probablemente, el momento más triste de la historia de Junts fue el resultado de las elecciones de febrero de 2021. Pero el momento más tenso de la trayectoria de esta formación fue la decisión de Puigdemont de forzar la salida del Gobierno Aragonès. Se salió con la suya por un escaso margen ante Jaume Giró. El conseller de Economía y líder de facto de Junts en aquel Govern bipartito presentó batalla y defendió con vehemencia la continuidad del Govern. Su argumento se ha demostrado acertado: el exconseller profetizaba —como Trias— que la ruptura del Govern también haría añicos la pax independentista y "por muchos años". ¡Cuánta razón! Sin embargo, en un gesto tan magnánimo como inteligente, Puigdemont ha hecho entrar a Giró —uno de los tipos con más talento del universo juntaire— en la nueva Ejecutiva. En cambio, no ha sido tan generoso con el sector más afín a Laura Borràs.

Junts-Puigdemont necesita (reavivar) la base del independentismo. Es decir (ampliar) la base. Solo un Parlament con mayoría absoluta del independentismo permitirá a Junts recuperar la codiciada presidencia de la Generalitat

Rull, Turull y Castellà

El ex-preso Josep Rull se consolida como la máxima figura institucional de Junts. Es también un hombre puente, conciliador, de buen carácter y siempre predispuesto a rehacer el acuerdo con el otro actor principal del independentismo. Todo —como Giró— lo hace una rara avis. Incondicional de Puigdemont y al mismo tiempo la versión más socialdemócrata de Junts. Más nacional que nacionalista, más juicioso que arrebatado. Pero de una entereza y compromiso insobornables.

El también ex-preso Jordi Turull gana por goleada su pulso con Laura Borràs. En paralelo, Turull ha obtenido la mejor recompensa, la confianza de un Puigdemont que como retorno y progresivamente —como en el caso de Míriam Nogueras— ha ido consolidándolo en su núcleo duro (al lado de Rius i Batet) en equilibrio con el grupo de Waterloo, al margen de la estructura orgánica de la formación. Turull no solo mantiene la continuidad como secretario general, sino que lo hace con un mayor ascendiente sobre Puigdemont. En un partido con un hiperliderazgo es tanto o más importante la proximidad al líder que el cargo que nominalmente se pueda ostentar.

El histórico Toni Castellà es otro de los vencedores del congreso. De los que ganan más influencia orgánica después de saber jugar con habilidad la disolución de Demòcrates dentro de Junts. Castellà ha pasado de estar en la órbita de Oriol Junqueras (2017) a posicionarse como una de las personas de más peso en el universo puigdemontista. Hace años que brega, es astuto y llega para quedarse.

El futuro, asaltar el Govern de la Generalitat

La formación de Puigdemont se ha erigido en única alternativa al Govern de Salvador Illa. El resultado de 12 de mayo fue más celebrado que el de febrero de 2021, a pesar de la derrota global del independentismo y la nítida victoria de Salvador Illa. El motivo, tal como trasladó Puigdemont a los suyos, fue "la ruptura del empate técnico con ERC". Waterloo vivió con más incomodidad la investidura de Pere Aragonès en 2021 que la de Salvador Illa en agosto de 2024 que, además, le ha servido de pretexto para intensificar la confrontación con los republicanos. La pretensión de ERC de disputar la hegemonía a Junts era la principal preocupación de los juntaires. En la medida en que se ha disipado esta alternancia —cuando menos a corto plazo— se dibuja un horizonte más placentero. En un futuro Govern, como debe ser, ERC volvería a la condición de bastante subalterna.

La paradoja es que Junts necesita, para este dulce futuro, que el independentismo sea mayoritario en el Parlament, lo único que permitiría —cuando menos de momento— recuperar la presidencia de la Generalitat autonómica. Un hito que en algunos momentos había sido despreciado en detrimento del gobierno del Consell per la República, que tenía que ser el Govern efectivo "sin las limitaciones de la Generalitat" se decía. Descartada esta veleidad, falta ahora saber qué función se le atribuye al Consell para resultar atractivo y justificar su continuidad.

El problema es que el porrazo de los republicanos —y de la CUP— es precisamente lo que de verdad imposibilitó la llamada "restitución", la principal baza electoral de Junts que esta vez no flirteó en campaña "con levantar la DUI" ni con ninguna de las consignas del uniteralismo. Si Josep Rull preside el Parlament es precisamente porque la suma con ERC y la CUP lo hizo posible. Junts-Puigdemont necesita (reavivar) la base del independentismo. Es decir (ampliar) la base, omitiendo la palabra maldita. Solo un Parlament con mayoría absoluta del independentismo permitirá a Junts recuperar la codiciada, ahora ya sin subterfugios, presidencia de la Generalitat.