Uno de los mejores científicos españoles, reconocidos en todos los foros, pero poco reconocido aquí, fue el ecólogo Ramon Margalef. Yo lo tuve de profesor de ecología el último año de su carrera como docente, y creo que dio las clases con el objetivo de pasárselo bien y presentarnos retos intelectuales, más que para dar clases en un sentido convencional. Mis apuntes de aquel curso eran un poco caóticos, pero, por suerte, Margalef había ordenado su discurso científico e integrado muchísimos datos previos con el fin de ofrecer conclusiones innovadoras en diferentes libros de texto y artículos científicos. A diferencia de los investigadores actuales, hizo la mayor parte de su investigación con muy pocos recursos económicos, pero los genios son únicos, capaces de ver más allá de lo que nosotros vemos e inferir conclusiones que, de tan sencillas, nos parece imposible que nadie las haya visto o pensado antes que ellos. Sin embargo, la mayoría de gente no sabe quién es ni qué investigó Ramon Margalef.
Ramon Margalef hizo escuela de pensamiento, muy reconocida en el ámbito internacional (recibió el premio Huntsman, un premio equivalente al Nobel en el ámbito de la oceanografía), e impactó en muchísimos biólogos que lo tuvimos de profesor. Tanto es así, que el edificio principal de la Facultad de Biología se llama Ramon Margalef, y la Generalitat de Catalunya concede un prestigioso premio nacional de ecología con su nombre. Este año, el Premio ha sido concedido a Jordi Bascompte, otro ecólogo catalán reconocido internacionalmente, que ahora trabaja en Zurich, quizás para huir de la extrema burocracia que sufrimos los científicos que investigamos en centros de investigación españoles (no os quiero ni hablar del tipo de auditorías que tienen los proyectos de investigación, en las cuales debemos justificar, con inexplicables y larguísimas alegaciones, cómo y por qué gastamos el dinero en guantes, en productos químicos o en un miserable lápiz de memoria, ¡una verdadera pesadilla!).
Jordi Bascompte es reconocido como un ecólogo interdisciplinario, un "estudioso de la arquitectura de la biodiversidad", es decir, que utiliza grandes datos y modelos matemáticos para comprender la estructura y la dinámica de grandes redes ecológicas, identificando leyes generales que explican, por ejemplo, las interacciones mutualistas entre plantas y animales. Este tipo de análisis ecológica-evolutiva puede ser aplicado en otros ámbitos que necesitan una estrategia de estudio similar. Así, Bascompte y Cámara-Leret justo acaban de publicar un magnífico artículo que nos explica cómo la pérdida de lenguas nativas implica la pérdida masiva de conocimiento ancestral sobre hierbas medicinales. Si equiparáis la pérdida de especies con la pérdida de lenguas, y la pérdida de la diversidad genética y ecológica con la pérdida del conocimiento medicinal, entenderéis cómo las mismas herramientas de análisis nos permiten estudiar temas que nos parecen muy alejados, pero comparten las mismas leyes. Y eso me parece una conexión interdisciplinaria fantástica y, al mismo tiempo, extremadamente poética. En el fondo, nos dice que todos podemos aprender de todos.
¿A qué conclusiones llega esta investigación? Las poblaciones indígenas han adquirido a lo largo de muchas generaciones un conocimiento sofisticado de las plantas que crecen a su alrededor –muchas de ellas específicas de una única área geográfica– y de sus usos medicinales. Este conocimiento ancestral es transmitido mayoritariamente por lenguaje oral, pero las lenguas indígenas tienen un ámbito de práctica cada vez más restringido y son relegadas por lenguas usadas por más hablantes, dado que el mundo es global, y hay otras lenguas de uso mayoritario, impuestas por estamentos políticos. Se calcula que el 30% de las aproximadamente 7.400 lenguas que se hablan en el mundo actualmente, se extinguirán antes de acabar el siglo XXI. ¿Qué pasará con el conocimiento cultural que se transmite de forma exclusiva en estas lenguas vernáculas cuando estas desaparezcan? Hasta ahora no se han hecho análisis cuantitativos exhaustivos, pero estos dos investigadores, usando modelos matemáticos, analizan en tres regiones concretas del planeta –que tienen una elevada diversidad biológica y cultural– cuál sería el efecto, y llegan a la conclusión de que, por término medio, los usos del 75% de las 12.495 plantas medicinales sólo son conocidos en una lengua nativa amenazada. Por ejemplo, los usos medicinales del 73%, 91%, y 84% de las plantas de Norte-américa, el noroeste de la Amazonia o de Nueva Guinea, respectivamente, solo son citados por una única lengua. Teniendo en cuenta que solo se ha investigado el contenido químico y potencialmente farmacológico del 6% de las plantas superiores, la pérdida de una lengua no solo implicará una gran pérdida cultural, sino que también perderemos el conocimiento asociado de forma única, en este caso, de los usos medicinales. Y este conocimiento está más en peligro que las especies de plantas implicadas. Así, pues, las lenguas indígenas son un reservorio de conocimiento cultural único, una herencia, una piedra de Rosseta (así lo mencionan los investigadores) para comprender la contribución e interconexión de la naturaleza con las sociedades humanas.
Me parece que tenemos mucho a reflexionar sobre cómo perderemos conocimiento científico y cultural si perdemos la lengua que lo sostiene, de igual forma en que la diversidad genética y toda la información contenida se pierden cuando una especie se extingue.
Finalmente, me quedo con la idea, un poco decepcionante, de que no valoramos nuestros científicos (los profetas que no son apreciados en su tierra). Justamente este martes, los dos últimos ganadores del Premio Ramon Margalef, Sandra Lavorel y Jordi Bascompte, dieron unas conferencias magistrales seguidas de un debate en la Facultad de Biología (aquí podéis encontrar la grabación), para hablar sobre las adaptaciones conjuntas de los humanos con la naturaleza y de la resiliencia de las redes de la vida ante el cambio global. Escuchándoles seguro de que podemos extraer muchas más conclusiones que las que podemos obtener de muchos que hablan, sin saber mucho o nada, de este tema.