Ha sido en el ámbito de la enseñanza donde el progresismo papanatas ha hecho más daño, aquí y fuera de aquí, propagando una pseudoideología buenista/paternalista entre padres y madres, maestros y profesores y sindicatos. Partidos y gobiernos han hecho bandera de un populismo supuestamente progresista, enrollado dirían algunos, que ha perjudicado sobre todo a los alumnos de familias con menos recursos, como sugiere el recién publicado informe PISA.
A base de fracasos, nos vamos dando cuenta de que aplicar la teoría de que los niños en la escuela sobre todo deben ser felices ha provocado el desastre. Se suprimieron las notas, se erradicó el premio y el castigo, todo el mundo pasa de curso a pesar de no haber aprobado las asignaturas, con lo que los profesores (y también los padres) han perdido la autoridad y todo resulta tan relativo que los alumnos se quedan huérfanos de referentes, cuando no se identifican con referentes tóxicos de procedencia extraescolar.
A la escuela se va a aprender y el aprendizaje requiere esfuerzo, trabajo intelectual, también ejercitar la memoria y cierta disciplina. Y eso no implica que los estudiantes vayan a ser infelices. No conviene, por supuesto, remontarse a la escuela represiva de cuando en la dictadura la consigna era “la letra con sangre entra”, pero quizá sea consecuencia de aquellas barbaridades vividas que hemos pasado al otro extremo.
Suprimiendo las evaluaciones objetivables, el alumno no acaba de entender qué valor tiene su trabajo, pero se pierde también información sobre la evolución del grupo, con lo que difícilmente familias, escuelas y gobiernos podrán aplicar medidas de mejora basadas en datos empíricos. Y lo que suele ocurrir entonces es que se improvisan medidas no verificadas, pero, eso sí, justificadas desde puntos de vista ideológicos i no científicos.
La intención declarada del buenismo presuntamente pedagógico ha sido favorecer la equidad y los resultados han sido lo contrario a lo que verbalmente se pretendía, porque las desigualdades han aumentado. Si el esfuerzo no tiene premio, ni reconocimiento, ni prestigio, decae el espíritu de superación y la holgazanería genera incluso solidaridad como si fuera una modalidad de rebeldía. Si para mantener la igualdad de grupo, todos deben correr a la velocidad del más lento, difícilmente nadie hará una gran carrera y los más espabilados se frustran, en algunos casos hasta desentenderse y abandonar los estudios.
A la escuela se va a aprender y el aprendizaje requiere esfuerzo, trabajo intelectual, también ejercitar la memoria y cierta disciplina. Y eso no significa que los estudiantes vayan a ser infelices
Paradójicamente, estos abanderados del igualitarismo han desterrado la bata y el uniforme de las escuelas, cuando era una práctica disciplinaria e inequívocamente igualitaria, seguramente por considerarla autoritaria, pero el resultado ha sido que a menudo los estudiantes van a la escuela medio vestidos como si fueran a la playa o a la discoteca y compitiendo entre ellos con marcas y estilos.
Las desigualdades escolares se disparan porque las familias con mayor poder adquisitivo no tienen problema para cambiar de escuela o pagan lo necesario para completar la formación de sus hijos. En cambio, los alumnos con buenas o altas capacidades de familias con pocos recursos no tienen forma de escapar de la condena a la mediocridad.
Tras publicarse el informe PISA, los responsables de Ensenyament han hablado de inmigración y pobreza infantil para justificar los resultados. Evidentemente, no puede negarse el impacto de la inmigración, que en Catalunya es superior en porcentaje al de cualquier país europeo, y también es cierto que la pobreza infantil es un handicap principal, pero estos fenómenos son factores constantes del problema. No se vislumbra un tiempo sin inmigración y sin niños pobres, por tanto, será necesaria una acción coordinada de las políticas sociales y las educativas, pero para que funcione el ascensor social deberá aplicarse una metodología de enseñanza que ofrezca a los estudiantes inmigrantes y/o pobres los instrumentos y conocimientos necesarios para llegar a ser tan competentes como los demás. Y no a la inversa.
Se ha hecho mucha demagogia con que los alumnos inmigrantes no están repartidos de forma igualitaria para hurgar ideológicamente en la diferencia entre escuelas públicas y concertadas, cuando a menudo la diferencia no está entre el tipo de escuela, sino más bien en el tipo de barrio. El informe sobre Segregación Escolar presentado en 2016 por el Síndic de Greuges ya señalaba que "hay escuelas concertadas notablemente implicadas en la escolarización del alumnado inmigrado, al igual que hay escuelas públicas escasamente implicadas". En Barcelona, la Escola Pia del barrio de Sant Antoni acoge a tantos o más alumnos inmigrados que las escuelas públicas vecinas, pero menos que la Escola Pia de Sarrià y que las escuelas públicas de los barrios más acomodados.
Se han suprimido las notas, los premios y los castigos; padres y maestros han perdido autoridad. Suprimiendo las evaluaciones objetivables el alumno no acaba de entender qué valor tiene su trabajo y decae el instinto de superación
El problema surge cuando, debido a la elevada complejidad y la falta de recursos, la escuela deja de funcionar. Entonces es inevitable que los padres que pueden cambien al hijo de escuela, y ese centro se convertirá en un gueto. Para garantizar la igualdad de oportunidades, es necesario atender a los alumnos que presentan una mayor problemática social destinando más recursos, con más personal y más horas y más días, a una atención específica y especializada, pero también exigente. A base de aumentar la competencia a la larga se favorecerá la integración. Sí, es un desafío enorme, pero el buenismo paternalista les condena a no salir del pozo.
Robert Putnam, investigador de Harvard, autor del ensayo Our kids (Nuestros niños) ha denunciado el aumento alarmante de las desigualdades entre la población infantil en Estados Unidos. Exactamente lo mismo que ahora ocurre aquí. Recuerda que durante la mayor parte del siglo XX todos los estadounidenses de todas las clases tenían libre acceso a las actividades extracurriculares, factor de cohesión social. “Los hijos del conserje y del director del banco jugaban en el mismo equipo de fútbol, pero hoy quien quiera jugar a fútbol o tocar un instrumento en la banda debe pagar 1.600 dólares de media y no pueden permitírselo las familias con una renta que apenas alcanza los 16.000 dólares...”. Efectivamente, las actividades extraescolares, deportivas o artísticas, son instrumentos magníficos para integrar a alumnos de diferente procedencia social siempre que sean gratuitas y bien dirigidas.
Y por supuesto que la educación sufre también las consecuencias de la polarización política, porque es donde los partidos aprovechan para identificarse ideológicamente. España es el país que ha promulgado más leyes de educación en menos tiempo, siempre al ritmo de los cambios de gobierno y de las obsesiones de tal o cual ministro, como cuando José Ignacio Wert pretendía “españolizar a los niños catalanes”. La calidad de la enseñanza marca el futuro del país, pero no ha habido forma de llegar a un consenso mínimamente básico.
La política, la española y la catalana, no ha contribuido demasiado a mejorar la calidad de la enseñanza. Es obvio que el presupuesto de Educación debe ser una prioridad nacional y que no se dedican recursos suficientes por razones diversas, pero también es importante fijar criterios de inversión más racionales que electorales.
En momentos de dificultad personal, el anterior conseller destinó 50 millones de euros para regalar indiscriminadamente a las familias, independientemente de que fueran ricas o pobres, 100 euros en material escolar a ingresar directamente en el comercio vendedor. No es seguro que la medida haya mejorado la calidad de la enseñanza. Tampoco es seguro que haya convencido a las familias de adoptar un determinado comportamiento electoral. Lo que sí trascendió es la indignación de escuelas y profesores. En Catalunya existen 638 escuelas de máxima o alta complejidad con todo tipo de necesidades y reparaciones. Con 50 millones de euros quizá se hubieran resuelto problemas más acuciantes y más graves.
Además de la falta de recursos, las batallas ideológicas en España y en Catalunya han deteriorado la calidad de la enseñanza y han contribuido al aumento de las desigualdades
En Catalunya el sector de la enseñanza ha sido tradicionalmente conflictivo, donde el sindicato mayoritario USTEC ha mantenido sistemáticamente una actitud beligerante y una adicción a la convocatoria de huelgas exigiendo siempre menos horas y menos días, que es precisamente lo que se echa de menos en el sistema actual, según varios estudios de especialistas. En toda su historia USTEC sólo ha cerrado un acuerdo con el Departament d’Educació, fue el año pasado cuando el consejero Cambray, desesperado, accedió a reducir una hora lectiva y compensarla con la contratación de 3.500 nuevos docentes interinos que tuvieron que incorporarse a medio curso, provocando un desbarajuste especialmente en los institutos. Y a finales de este curso, buena parte de los interinos se han cogido la baja para preparar las oposiciones.
Existe un grave problema de interlocución y liderazgo. No suelen coincidir las pretensiones sindicales con las prioridades constatadas por los directores y jefes de estudios de los centros. Las reivindicaciones sindicales contradicen a menudo las conclusiones de las investigaciones más comprometidas con mejorar la calidad de la enseñanza. Los sindicatos representan apenas el 20% del profesorado, pero hacen mucho ruido, aprovechándose del silencio del 80% restante. Si estos callan, la batalla está perdida.