Ayer mismo, centenares o miles (depende de quién tenga la calculadora) de conciudadanos viajaron a Ripoll para manifestarse contra la ultraderecha bajo el lema "No quitarán la mecha de las calles; a la extrema derecha ni agua". La manifa en cuestión no tenía como objetivo dignificar el uso de las cuerdas químicamente preparadas para inflamarse a gran velocidad, sino preservar la existencia y actividades de un casal popular denominado La Metxa, lugar que Mr. X define como un "espacio de participación directa, transformación social y de empoderamiento de las clases populares." Según parece, el programa de la entidad (y alguna colocación de carteles de sus miembros) se han visto especialmente coartados desde que Sílvia Orriols es la papisa de Ripoll. La alcaldesa, a quien suponemos fanática de la libertad de expresión, se ha defendido aduciendo que ha limitado las actividades porque incumplen algunas ordenanzas del municipio.

Servidor desconoce si las iniciativas de este grupo de muchachos son un peligro para la convivencia en Ripoll o si, en efecto, constituyen una vulneración de la legalidad (me informaría sobre el tema, pero no hay nada más penoso que un pixapí fingiendo que se interesa por una noticia de aquello que los cursis de la capital denominan "el territori"). Lo que sí sé, por experiencia propia y europea, es que Sílvia Orriols debe fumar un habano de unos cuantos kilómetros cada vez que alguien viene a montarle una manifestación cerca de la oficina. Desde su fundación y posterior estallido electoral, Aliança Catalana ha contado con una publicidad gratuita del mundo progre que, en caso de haber tenido que sufragarse, habría subido a unos cuantos millones de euros. Pero Orriols ha tenido la suerte de contar con enemigos muy doctos en eso del empoderamiento obrero y, no obstante, sin ni reputa idea del efecto Streisand.

En eso de regalar publicidad (y un camino oceánico a la hora de provocar que la extrema derecha pueda ejercitarse en el monopolio de la victimización), los chicos de La Metxa no están solos. Desde que Orriols se convirtió en diputada en el Parlament, el Molt Honorable Josep Rull ha certificado que es un hombre más bien cortito a base de interrumpir los discursos de la lideresa de Alianza Catalana, a menudo apelando a un artículo del reglamento que él mismo tenía que consultar a toda prisa. Tampoco ha ayudado mucho el president Salvador Illa, a quien solo hemos visto perder a su cristiana moderación cuando respondía las diatribas impostadas de Orriols. Hay que ser muy pero que muy miope para no darse cuenta de que, a cada interrupción de Rull y a cada nueva arenga de Illa, Orriols respira muy tranquila porque sabe que el contador de votos se engorda. Puedo entender la miopía de unos críos, pero la de nuestros presidents es de traca.

Hay que ser muy pero que muy miope para no darse cuenta de que, a cada interrupción de Rull y a cada nueva arenga de Illa, Orriols respira muy tranquila porque sabe que el contador de votos se engorda. Puedo entender la miopía de unos críos, pero la de nuestros presidentes es de traca

Paralelamente, el cinismo de los partidos catalanes con el caso de Orriols resulta especialmente notorio si se constata el reparto de concejales en el consistorio de Ripoll (donde Aliança gobierna solo con seis electos de un total de diecisiete). Dicho de otra forma, si la partidocracia catalana sufre tanto con la existencia de esta salvadora de la patria… les costaría muy poco impulsar una moción de censura en Ripoll para poner a un nuevo alcalde o una alcaldía compartida entre varios partidos. Eso podría excitar de nuevo el victimismo de Orriols, en efecto, pero su acción quedaría reducida a la voz de una concejala (todo eso, a su vez, lo podían haber pensado antes de que la capataz de Aliança se presentara al Parlament; pero eso de pensar es un requisito muy difícil de exigir a nuestra parroquia de líderes). Lo confiesen o no, la existencia de Orriols es una de las pocas cosas que los anima a pronunciar discursos.

Como la inteligencia va a la baja, estoy seguro de que la alcaldesa de Ripoll conseguirá que su pequeña ciudad siga siendo el lugar favorito de los activistas a la hora de manifestarse. De hecho, ella estará encantadísima de eso pues, en cada manifestación de pijos barceloneses que suban a hacer el pardillo a su casa, ella podrá ejercitarse en el orgulloso nacionalismo ripollés que ha construido con tantos esfuerzos. Al límite, no me extrañaría que Orriols aprovechara este nuevo manifestódromo de la progresía para fomentar la apertura de comercios, restaurantes y hotelillos de turismo rural a fin de que los barceloneses, aparte de combatir el fascismo, se dejen un dinero en su ciudad. Con una manifa y una interrupción de catedrático de Rull cada mes (¡Josep, tampoco te deben haber dicho que el 33% del voto de Aliança proviene de Junts!), Orriols no tendrá que gastar ni un euro en campañas.

Ya es de cachondeo que nadie se dé cuenta de una cosa tan básica como esta, así como del hecho que Orriols no solo experimentará un auge de votos a causa del sempiterno tema de la inmigración, sino porque —por mucho que me pese escribirlo— es la única política independentista que ha conseguido tejer un discurso político con cara y ojos, alternativo al procesismo. Id haciendo manifas, chavales.