No sé qué le ocurre a la mayoría de la gente que, cuando ven que están a punto de empezar un nuevo año, les viene un anhelo irrefrenable de hacer cambios en su vida —supuestamente, para mejorarla y ser más «felices»— y creen que, si lo desean muy fuerte, los objetivos que se han marcado se harán realidad sin tener que hacer el menor esfuerzo. Primero de todo, deciros que no esperéis que, si habéis estado haciendo el vago durante todo el año, se hagan realidad de un día para otro vuestros deseos de ser mejores personas por el simple hecho de pasar del día 31 de diciembre al 1 de enero. La cosa no va exactamente así. No existe un hada con una varita mágica que convierta la holgazanería en fuerza de voluntad. El cambio de año no hace emerger la voluntad de hacer las cosas. La voluntad depende de uno mismo, y, si no la habéis tenido durante todo el año, dudo que aparezca el 1 de enero. Puedo entender que os sintáis culpables por no haber dado golpe durante el año y que el hecho de proponeros cambiar vuestras vidas os hace sentir mejor, pero tened claro que esto no ocurrirá, seguiréis siendo tan vagos como el día anterior.
La buena noticia es que, para aparcar la culpa, no es necesario llevar a cabo los propósitos; el simple hecho de escribir una lista detallada de todo lo que deseáis cambiar de vuestra vida, ya la calma bastante y podréis ir tirando hasta el próximo año (que empalmaréis con los nuevos propósitos). De hecho, no sé por qué os cuento todo esto, ya sabéis que las cosas van así; por eso no hay nadie que ponga en práctica ninguno de sus propósitos más de dos horas. No es necesario gastar más energía de la necesaria. Además, los propósitos nunca son baratos y, si sabéis de antemano que no los llevaréis a cabo, ¿por qué pagar matrículas? Anotadlo bien en la lista, subrayadlo y ponedlo en negrita si hace falta y os hace sentir mejor, y pa'lante.
Solo hay un propósito que lo encuentro útil o muy útil: hablar siempre en catalán, combinar bien los pronombres débiles y no cambiar al castellano cuando alguien se te dirige en esta lengua
En cuanto a la tipología de propósitos: cada maestrillo tiene su librillo. Tenéis para dar y tomar. Eso sí, están los propósitos estrella, que son los que la mayoría de la gente tiene en su lista. Hago un inciso: pensad que venimos de la Navidad, de una época del año en la que la gente se ve forzada a pasar muchas horas con la familia y a comer por encima de sus posibilidades para tener la boca ocupada y evitar expresar lo que realmente piensa. Dicho esto, la gente no está contenta con su cuerpo; notan que pesan más de lo que pesaban antes de las fiestas, y eso les preocupa. Propósito número 1 del ranking de propósitos que se abandonarán: inscribirse a un gimnasio. Lo que os comentaba antes de pagar matrículas, que no hace falta, de verdad, todos sabemos que pagaréis la matrícula, os compraréis unas mallas ridículas y no os verán el pelo en el gimnasio. Relacionado con este propósito, tenemos el propósito estrella número 2: empezar una dieta. Una dieta que adelgace, que haga que valga la pena el sacrificio de no comer lo que te apetece y que la gente note que has adelgazado y te diga que te ve mucho mejor (como queriendo decir que antes te veía peor). La gente que se propone empezar una dieta e ir al gimnasio suele acabar el año con el colesterol disparado y con diez kilos más en cada pierna. Eso sí, sin culpa.
Estar en forma, comer bien (corpore sano)..., y ahora toca el turno a la mente (mens sana); propósito número 3 y no por ello menos importante: apuntarse a alguna terapia (constelaciones familiares, terapia Gestalt, Mindfuldness, meditación, psicoanálisis, terapia cognitivo-conductual...) o, simplemente, proponerse ser mejor persona y ahorrarse el dinero del psicólogo. También tengo que deciros que, si sois unos gamberros, el hecho de proponeros ser una buena persona no os hará mejores personas. No hay suficiente magia en el mundo para que esto ocurra. De hecho, da igual, porque ser una buena persona es aburridísimo. Simplemente, añadidlo a la lista y ya está.
Aparte de los propósitos estrella, también hay otros que varían según el contexto de cada persona y que no aparecen en todas las listas (son infinitos): dejar la pareja, tener hijos, acabar los estudios, mandar a tu jefe a tomar viento, salir del armario, ahorrar, ser honesto con uno mismo (je, je, je, je, je), no contaminar, abrir un negocio propio, leer más, dejar fluir, hacer un curso de Excel... En definitiva, vivir en las nubes. De todos estos propósitos más secundarios, solo hay uno que lo encuentro útil o muy útil: hablar siempre en catalán, combinar bien los pronombres débiles y no cambiar al castellano cuando alguien se dirige a ti en esta lengua. ¡Que tengáis un buen año 2024!