Por encima de la lluvia de ofertas pueriles, como la dudosa gracia de hablar catalán en el Congreso, la reforma del modelo de financiación de las comunidades autónomas de régimen común o el reconocimiento de la selección catalana de petanca, el único político español que reaccionó con rapidez (justo al día siguiente de las elecciones españolas), con una mínima conciencia de la necesidad de reformar el sistema, no fue ningún “progresista” ni camarada de la resistencia antifascista, sino José Manuel García-Margallo. Del PP. Para exponerlo con brevedad, él propone una reforma estatutaria que incluiría el reconocimiento nacional, un blindaje de competencias excluyentes y el sometimiento a un arbitraje distinto al TC en caso de litigio. También hacía una recomendación: leer las "Crónicas Parlamentarias" de Josep Pla. "Ahí está todo", añadía. Ni mucho menos está todo, evidentemente, pero se agradece que algún político verdaderamente preocupado por el conflicto Catalunya-España haya leído un poco y haya dicho algo más que tonterías. Todavía tendrán algo que decir, los del PP, en la interesantísima coyuntura.
Ha empezado el concurso de ideas, desde los "titas-titas" del FLA a la gestión del futuro aeropuerto Joan Miró. Que vayan pasando. Yo me inclino a pensar que esta vez no habrá solución posible para la gobernabilidad de España, como demuestra el simple hecho de que Pedro Sánchez convocó elecciones antes de tener que entrar en el único tema sobre el que valía la pena dialogar. Sin embargo, sí puede ser interesante abrir la oportunidad de que nos sorprendan y por ahora Margallo es el único que lo ha hecho con un poco de profundidad. Mucho más que las sugerencias de gerente de trastienda de Andreu Mas Colell, por supuesto. Las crónicas de Pla son un constante elogio a la política realista en contraste con el idealismo sin sustancia, pero hace tiempo que la realidad ya no es cosa de gestorías. Después de octubre del 17, precisamente lo que ha cambiado no es el auge del idealismo, sino la existencia de una nueva realidad. En primer lugar, el pacto constitucional ya no existe. Esta realidad empírica me parece que no es poca cosa. En segundo lugar, harían bien los amantes de la realidad en observar que el referéndum se produjo y que incluso las sentencias europeas lo reconocen como tal (léanlas bien). Aquí ya no hablamos de ideas, sino de una nueva realidad que, entiendo, todavía cuesta de ver. Un consejo: si es cierto que los ritmos de la investidura no permiten muchas filigranas constitucionales a corto plazo, sí se puede intentar reconocer los hechos del pasado reciente en vez de intentar esconderlos. No es reconocer un conflicto, como idea abstracta en una mesa coja: es reconocer lo ocurrido. La realidad, simplemente.
El diálogo con España se puede producir, pero el diálogo con los catalanes tampoco podrá eludir ni el octubre del 17 ni la necesidad de saber dónde está la puerta de salida
Otra realidad que cuesta de asumir es que la gobernabilidad de España está en manos de no españoles. No de gente que no se siente española, o que odie nada, sino que simplemente no lo es. Por doloroso que pueda ser ver que unos foráneos pongan y quiten presidentes, no hay para tanto y no es nada que no hayan hecho ellos con Catalunya de forma recurrente y sistemática. Dice Pla que “el separatismo es algo infinitamente delicado. Puede ser un sentimiento serio, pero también puede ser un bluf considerable”. Y es que no solo al otro lado necesitan ser realistas: el diálogo con España se puede producir, pero el diálogo con los catalanes tampoco podrá eludir ni el octubre del 17 ni la necesidad de saber dónde está la puerta de salida. Sin esto, buena parte de nosotros ya no creeremos nada ni allá ni aquí. De hecho, desde 2017 nada más importa ya mucho.