Transcurrido más de un mes desde las elecciones al Parlament, y superadas entremedias otras elecciones, las europeas, el panorama político en Catalunya se ha convertido en un enredo fenomenal, un galimatías indescifrable. Aquellas elecciones las ganó el PSC, pero de forma insuficiente. La llave para que los socialistas puedan formar gobierno fue a parar a manos de ERC, fuerza que al mismo tiempo implosionaba por culpa de sus malos resultados. Quien quedó en segundo lugar, Junts per Catalunya, se afana por impedir que Salvador Illa se convierta en president. La situación se ve atravesada, además, por la ley de amnistía, que la cúpula judicial española se esfuerza desesperadamente por hacer descarrilar utilizando todo tipo de ardides y supercherías. La gran pesadilla de un buen puñado de jueces —y fiscales— es ver cómo Puigdemont vuelve a Catalunya sin ninguna deuda con la justicia.
Se hace muy difícil, por todo eso, prever qué pasará hasta el 25 de junio, último día en que Josep Rull puede convocar el Parlament, o hasta dos meses más tarde, el límite para investir president de la Generalitat. Calcular cómo acabará todo es, como decía, muy complicado. Y no solamente por las muchas variables que interactúan, sino también porque algunos de los principales actores encima del escenario parecen realmente confusos y sin saber demasiado bien hacia dónde tirar. Repasemos, si les parece bien, la situación en que se encuentran los tres protagonistas de la obra: PSC, Carles Puigdemont-Junts y ERC.
Carles Puigdemont sabe que ahora no será president de la Generalitat, pero no le iría nada mal una repetición electoral, volver a tirar los dados
Los socialistas
Salvador Illa ganó las elecciones, pero eso no le servirá de nada si no consigue suficientes votos en el Parlament para ser investido. Los comunes le apoyarán, sin embargo, la otra pieza para completar el rompecabezas, Esquerra, duda, no lo tiene claro, al menos no todavía. Estos tres grupos sumarían 68 diputados, justo la mayoría absoluta de la cámara catalana. Illa, durante el tiempo en que ha estado en la oposición, ha sabido mantener la calma. Sin embargo, ahora el líder socialista empieza a mostrar señales de nerviosismo. Le molesta que Puigdemont y Junts le pidan que se abstenga para facilitar la presidencia al de Amer, pero lo que más le saca de quicio es la posibilidad de que ERC —donde hay división de opiniones sobre qué hay que hacer— acabe no votándolo y provocando una nueva convocatoria electoral. La Teoría de la Elección Racional dictaría que el PSC, con siete diputados más que Junts, finalmente tiene que conseguir el gobierno. Más todavía porque todo indica que a los republicanos, considerando la tendencia electoral y el desconcierto en que se encuentran, de ninguna manera les interesa volver a las urnas. Eso es exactamente lo que creía Salvador Illa al día siguiente de las elecciones del 12 de mayo. Estaba convencido de que todo se iría decantando, poniendo en su sitio, y que el voto de ERC acabaría cayendo del árbol como la fruta madura, pero ahora, visto cómo están yendo las cosas, seguro que ha empezado a dudar, a no verlo tan claro. Ya no las tiene todas.
Carles Puigdemont
Carles Puigdemont ejerce un control férreo sobre la acción de Junts. En su caso, la ofensiva judicial y democráticamente pornográfica contra la amnistía condiciona fuertemente sus movimientos. Para Puigdemont lo mejor es que pase el mayor tiempo posible sin que el enredo actual se resuelva. En este sentido, es lógico que Junts pretenda que sea Salvador Illa quien primero se someta a una posible votación de investidura. De esta manera, el PSC dispondría de menos tiempo para intentar atraer a los republicanos y, por lo tanto, más probabilidades de fracasar. Cabe decir que es lógico que Illa, le guste o no, pase primero y, en todo caso, Puigdemont lo pruebe después. Illa ganó las elecciones y tiene más apoyos (con los comunes) que Puigdemont, como el mismo presidenciable socialista no ha dejado de repetir. Puigdemont, por su parte, siempre juega al límite. Sabe que ahora no será president de la Generalitat —sigue siendo impensable una abstención socialista—, pero no le iría nada mal una repetición electoral, volver a tirar los dados. Vete a saber qué puede pasar entre hoy y el día de unas nuevas elecciones, a principios de octubre, y especialmente cómo puede haber evolucionado la guerra contra la amnistía a Puigdemont.
Esquerra Republicana
Los republicanos afrontan dos interrogantes al mismo tiempo. Por una parte, tienen que decidir si convierten a Salvador Illa en president o no lo hacen y optan por ir a una repetición electoral. Si este es ya un dilema bastante difícil, se convierte en endiablado si tenemos en cuenta que Junqueras ha abandonado la presidencia del partido —ahora es un militante de base, igual, por cierto, que Puigdemont de Junts— y Marta Rovira y Pere Aragonès han anunciado su adiós. La decisión en torno a Salvador Illa está dividiendo ERC entre los que le son proclives —como Junqueras— y los que lo rechazan —como, por ejemplo, las juventudes y los republicanos de Lleida—. La falta de cohesión interna —que se había conseguido mantener férreamente en los últimos años— también se ha visto violentada por la decisión de los dirigentes de ERC en Barcelona de incorporarse al gobierno del alcalde Jaume Collboni en la ciudad. Gran parte de la dirección nacional encuentra que hacer este movimiento en estos momentos es inoportuno y dificulta todavía más poder llegar a un pacto con Illa y evitar unas nuevas elecciones. En la cúpula hay pánico a ser vistos como una muleta, un mero complemento, de los socialistas. Apoyarles en Barcelona, Madrid y la Generalitat al mismo tiempo desencadenaría, temen, una campaña para presentarlos como cofrades de los socialistas y como "traidores" por el resto del independentismo, particularmente por Junts. El deseo de fuerza de los que intentan gobernar ERC es que Illa y —imprescindible— Pedro Sánchez les den, a cambio de la investidura, alguna concesión de peso, que justifique el pacto delante de la opinión pública catalana. Una concesión que, tal como están las cosas, parece que tendría que ser una fórmula de financiación para Catalunya que rebaje sustancialmente el actual déficit fiscal. Si eso no pasa, ERC tendrá que plantearse seriamente afrontar unas nuevas elecciones catalanas. Y confiar en que en octubre las cosas hayan cambiado lo suficiente y no se produzca una catástrofe electoral.