Al otro lado del río, en la ribera derecha del Túria, está la pedanía de la Torre, una de las poblaciones más devastadas por la Dana de muerte en la Horta Sud de València, donde encontraron a ocho personas ahogadas en un garaje. Del lado desde donde me sitúo mentalmente cuando escribo este artículo, el opuesto, justo enfrente, vive mi hijo. A veces, la vida y la muerte depende de si estás a este lado o al otro de la línea en el momento oportuno o en el momento más desafortunado. No muy lejos se ubica Paiporta, donde, que se sepa, han muerto 60 personas, de un total de 214 en las comarcas de València. El desbordamiento de la rambla de Poio, que, proveniente de Torrent, también atraviesa Paiporta, precipitó la catástrofe. La falta de lluvia en la zona mientras el agua avanzaba por el cauce pudo confundir en ese momento a mucha gente, de manera letal. Se acumulan las evidencias, sin embargo, que otros, más bien de corbata, puro y despacho oficial, parece que viven en la confusión permanente, una confusión cuyas consecuencias han sido mortales.
La naturaleza, ni acierta, ni se equivoca. A pesar de la tendencia que tenemos a atribuir cualidades humanas a las cosas, no podemos exigir a la naturaleza que se comporte. Que no haga daño. Lo podemos pedir, sí, como podemos pedir que tengamos suerte y no nos caiga un rayo en la cabeza. Entre la naturaleza y nosotros situamos la divinidad: por eso hacemos procesiones o imploramos a la virgen que haga llover cuando hay sequía. Pero no podemos llevar la naturaleza a los tribunales cuando muere gente a raíz de una tormenta descomunal, por más letal que sea. Ni tampoco a una escuela de reeducación porque, como cantaba Raimon, en València, y, en general en nuestra costa mediterránea, la lluvia no sabe llover. Tampoco podemos detener y llevar a juicio las herramientas con que los meteorólogos hacen su trabajo si yerran los datos para construir una predicción. Por el contrario, el hecho de que la ciencia y la tecnología acierten, como sucedió con las alertas de Dana, y los avisos de un meteorólogo linchado en las redes, tampoco no garantiza automáticamente que las cosas funcionen: que quién toma las decisiones, los políticos, los responsables de proteger la vida y la seguridad de la gente, actúen como es debido. A los algoritmos les falta mundo, contexto, realidad.
Entre la primera alerta de la Dana en el área de València emitida por la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), antes de las 8 de la mañana del martes pasado, y el aviso de la Generalitat valenciana recibido en los móviles, pasadas las 8 de la noche, transcurrieron 12 horas. 12 horas letales en que había gente haciendo vida normal mientras otros se ahogaban, como si vivieran en universos paralelos, desconexos. Salvo la Universidad de Valencia, que cerró puertas, como también la televisión À Punt, que interpretó correctamente la amenaza, nada se detuvo. La política ayusista del todo abierto, es decir de la libertad del dueño para que el negocio siga funcionando pase lo que pase, ya sea la pandemia de covid o la peor riada del siglo, ha vuelto a dejar un rastro de muerte. De gente atrapada en tiendas y centros comerciales inundados. Que no pudieron ir a casa porque no los dejaron salir antes. Y porque el gobierno valenciano lo permitió. El ayusismo, y ese tufo franquista de esconder lo que convenga bajo la alfombra, o la losa, o la cuneta. El PP, como ha escrito Jofre Llombart aquí, tiene un problema con la verdad. Y es un problema heredado.
El presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, hizo unas declaraciones hacia las 13h del martes, difundidas poco después por sus equipos de redes sociales a X, en que desactivaba la alerta de emergencia grave que no declaró al asegurar que el temporal amainava y se iba en dirección hacia la serranía de Cuenca. Ni una cosa ni la otra fueron ciertas. Que Mazón borrara después el tuit lo convierte en la prueba del delito. Cuando la incapacidad, en este caso para interpretar una alerta de Dana destructiva y avanzar los escenarios previsibles de la acción de la naturaleza en una zona mediterránea y un entorno urbano de fuerte densidad poblacional, se transforma en negligencia con resultado de muertes, de centenares de muertes, los tribunales tienen que abrir las puertas. Deben actuar de oficio. Mazón y su responsable de emergencias, Emilio Argüeso, que el miércoles, en pleno caos, únicamente celebró una reunión con el jefe del servicio de espectáculos públicos, actividades recreativas y fiestas taurinas, tienen que responder ante la justicia de su actuación criminal. La naturaleza y las máquinas no pueden responder de sus actos, los seres humanos sí.
La política que no es política, sino mero cálculo y maniobra permanente, quizás sirve para ganar elecciones, pero no para salvar vidas
Después del horror, el abandono. "Aquí no ha venido nadie a ayudarnos". El hijo de quien esto escribe subió a Catalunya a cargar el coche con amigos y palas para ir a ayudar a sus vecinos valencianos, como han hecho tantos y tantos otros voluntarios. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su ministra de Defensa, Margarita Robles, han tardado días en decidirse a enviar un contingente de militares, policías y guardias civiles acorde con la magnitud de la tragedia para rescatar a personas que quizás aún sobrevivan en los garajes anegados, acelerar las complejas tareas de limpieza de escombros, mover los millares de vehículos amontonados por la fuerza del agua que obstruyen las calles, reconstruir puentes y carreteras o evitar los pillajes nocturnos.
Y la explosión de rabia. En una visita planteada de nuevo tarde y pésimamente, los reyes de España, Felipe VI y Letizia, y los presidentes Sánchez y Mazón, han sido abroncados este domingo en la zona cero de Paiporta por vecinos indignados, que les han lanzado barro y amenazado con palos. Escoltas y policías a caballo apenas han podido protegerles de la santa ira de la gente. De una gente que se ha reconocido como pueblo. Sánchez ha tenido que salir de la tensa escena literalmente por piernas mientras los monarcas, manchados de barro, con Mazón patéticamente escondido detrás del Rey, han aguantado la durísima conversación, cara a cara, con algunos de los afectados. "Se sabía, se sabía". "Asesinos, asesinos". El pueblo señala, acusa. El pueblo, contra los criminales.
De la biopolítica, que aguantó el estado del bienestar por cuanto ponía en el centro la vida, retrocedemos a la tanatopolítica, la que produce muerte. La política que no es política, sino mero cálculo y maniobra permanente, la política de mirar hacia otro lado, quizás sirve para ganar elecciones, y hacer más ricos a algunos, pero no para salvar vidas. Esta política mata.