El ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, entregaba el miércoles en Madrid un diploma a las hermanas de Salvador Puig Antich, en el que el Gobierno declara que el consejo de guerra franquista que lo condenó fue ilegal e ilegítimo, y le daba la consideración de víctima. En el acto, el único representante electo presente era un diputado de ERC, partido que ha trabajado largamente para lograr algún tipo de reparación. Como se sabe, Puig Antich fue ejecutado en marzo de 1974, hace cincuenta años, en lo que fue una revancha de la dictadura por el atentado contra Carrero Blanco. Puig Antich, de 26 años, fue el último ejecutado con el salvaje y dolorosísimo método del garrote vil. Hay que agradecer el gesto del ministro que, sin duda, reconforta a la familia Puig Antich. Más vale eso que nada. No obstante, el Tribunal Supremo sigue negándose a revisar el juicio de Puig Antich y el Estado español tampoco ha pedido perdón por aquel hecho ignominioso, a pesar de las peticiones de entidades y partidos.

El mismo día, este miércoles, en el Parlament se habló de Lluís Companys. Allí, el PSC rechazó apoyar una declaración que reclamaba que el Estado pidiera perdón por su fusilamiento, hace 84 años. Se abstuvo, mientras que el PP y Vox la rechazaban. La postura socialista, junto con el 'no' de PP y Vox, impidió que el texto fuera leído en el pleno. El PSC, en este caso, y una vez más, se alineó con el PSOE. Los socialistas catalanes, bajo la dirección del president Illa, evitan sistemáticamente cualquier pronunciamiento o acción que pueda incomodar al Gobierno de Sánchez.

A diferencia de otros países, España nunca pide perdón. Ni por las barbaridades de hace cincuenta años ni por las de hace quinientos. Eso sí: mientras la derecha y la extrema derecha muy a menudo blanquean estas barbaridades con todo el morro, al PSOE todo le incomoda más. El otro día, en una entrevista en RAC1, el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, intentaba justificar que el rey de España rechace pedir perdón por las atrocidades cometidas por los conquistadores, tal como quiere México. El ministro utilizaba, con una evidente voluntad de salirse por la tangente, el siguiente y peculiar argumento: "Yo creo que no hay que juzgar con ojos del presente lo que ocurrió hace cinco siglos. Cada cual es un hombre de su tiempo y el Gobierno de España somos hombres y mujeres de nuestro tiempo".

Quien es capaz de imponer su versión del pasado tiene mucho ganado a la hora de controlar el presente

Que el gobierno de España diga que no se puede juzgar con los ojos del presente da risa, ya que equivale a decir que nada se puede juzgar. Porque solo podemos mirar el pasado desde el presente. Por lo que se ve, el PSC y el Gobierno creen que, como son "hombres y mujeres de nuestro tiempo", no hace falta pedir perdón por la colonización ni tampoco por el asesinato de Puig Antich, y en vez de eso entregan un diploma a los familiares en un acto casi privado. Peor o mucho peor, sin embargo, es la derecha y la ultraderecha española. Tanto si hablamos del franquismo como de la conquista de América. Un ejemplo, también de hace unos días: en la clausura del campus FAES —la fundación que preside Aznar—, Alberto Núñez Feijóo aseguró que el hecho de que el presidente saliente de México, López Obrador, y la actual presidenta, Claudia Sheinbaum, hayan reclamado a Felipe VI que, en nombre de España, pida perdón, constituye "una provocación inaceptable". Feijóo, que dentro del PP pasa por ser de los moderados, no se quedó ahí. En el mismo acto, anunció que enviará a la presidenta mexicana el libro Nada por lo que pedir perdón, de un tal Marcelo Gullo, en el que se viene a decir que los latinoamericanos deberían estar agradecidos por haber sido colonizados por los españoles y por todas las cosas buenas que la conquista les dio. Esto sí que es una provocación. La derecha a veces niega el pasado, a veces lo maquilla. Ya sea cuando hablan del juicio de Puig Antich, cuando evalúan la colonización española de América o cuando revisan la historia para asegurar que Franco y el resto hicieron santamente organizando el golpe de Estado de 1936, porque de esta forma salvaron España de la violencia y la revolución comunista.

Cómo un grupo se relaciona con su pasado no es una anécdota, ni tampoco es un hecho que incumba solo a historiadores y literatos. La memoria colectiva es, como se sabe, un instrumento de poder. Quien es capaz de imponer su versión del pasado tiene mucho ganado a la hora de controlar el presente. Más allá de esta cuestión, evidente y que han constatado todos los que se han ocupado de la cuestión, empezando por el italiano Enzo Traverso, existe otra dimensión a la que, en mi opinión, a veces no se presta suficiente atención. Es la siguiente: nuestra relación con el pasado, o la de quien sea, revela mucho sobre cómo es nuestro presente. Sobre cómo somos. Sobre quién somos. Tal y como ha señalado Vicenç Villatoro en un artículo reciente, todas las comunidades del mundo tienen en su pasado episodios oscuros y vergonzosos, moralmente inaceptables. La diferencia radica en si decide romper con este pasado, a menudo avergonzándose de él o, por el contrario, prefiere negarlo o normalizarlo.

La forma en la que España se relaciona con su pasado nos ilustra, pues, sobre cómo es la España del presente. Parafraseando a Albares, podríamos decir que, la forma en la que juzgan el pasado es un espejo de cómo son los "hombres y mujeres de nuestro tiempo". Que al PSOE todavía le moleste, le angustie tanto, romper con la dictadura es, sin duda, un síntoma. Y revela que mentalmente los socialistas siguen siendo prisioneros de ese pacto de la Transición que blindó a los franquistas y legitimó a la monarquía borbónica rescatada por Franco.