Con el rechazo a la proposición de ley sobre los alquileres, Junts per Catalunya se ha desmarcado definitivamente en el Congreso de la mayoría parlamentaria que hizo presidente del Gobierno al líder socialista, Pedro Sánchez. Todo apunta a que el ejecutivo acumulará derrotas parlamentarias una semana sí y la otra también, que serán celebradas y vociferadas por los portavoces del Partido Popular hasta quedarse afónicos, pero muy probablemente sin mayor trascendencia.
Y todo ello porque el partido Junts per Catalunya, que tiene 7 diputados decisivos para sumar mayoría, se ha dado cuenta de que no saca ninguna rentabilidad a su apuesta por la estabilidad política española: de la amnistía se han beneficiado los policías, del catalán en Europa ya hablaremos, de la delegación de competencias en inmigración nada se sabe, los trenes siguen estropeados y en cuanto al concierto económico todo el mundo desafina…
Junts per Catalunya constata que su apuesta por la estabilidad del Gobierno de Pedro Sánchez no le está resultando rentable, pero tampoco se ve qué rendimiento puede sacar de la desestabilización
La estabilidad es un bien que debe preservarse cuando aporta más ventajas que inconvenientes, tal y como ha explicado el lendakari Imanol Pradales. Al Partido Nacionalista Vasco tampoco le gusta la proposición de ley de los alquileres, pero a cambio de su apoyo recibe contrapartidas que aumentan los poderes y recursos del gobierno de Vitoria, que además cuenta con el apoyo necesario del Partido Socialista de Euskadi.
Muy diferente es el caso de Junts per Catalunya, dado que no tiene un gobierno para recibir contrapartidas y, además, la proposición de ley, liderada por Sumar, va en contra de su clientela potencial y plantea las políticas de vivienda practicadas durante los ocho años de gobierno de Ada Colau en la ciudad de Barcelona, una pesadilla de JXCat que recuerda los resultados conocidos en cuanto a los precios de la vivienda, de los alquileres y el fenómeno de la gentrificación.
Una delegación socialista de alto nivel se ha apresurado a viajar a Suiza a hablar con Carles Puigdemont para intentar rehacer una relación cuyo principal obstáculo es el cambio de paradigma de la política catalana. Durante muchos años, los grupos parlamentarios de PNV y CiU negociaban en el Congreso a cambio de contrapartidas favorables para sus respectivos gobiernos de Euskadi y Catalunya. Este esquema sigue funcionando para el PNV, pero ya no puede funcionar en Catalunya porque JXCat no gobierna la Generalitat. Cualquier contrapartida que el partido de Puigdemont arranque al Gobierno de Pedro Sánchez, sean recursos, inversiones o competencias, quien las recibirá será, en todo caso, el Govern de Salvador Illa, y eso siempre que el president de la Generalitat las quiera, dado que el su proyecto de país no es precisamente soberanista ni siquiera nacionalista. Y en cuanto a la represión del independentismo, todo ha quedado en manos de los jueces.
Sin gobernar Catalunya, cualquier éxito negociador de Junts, de recursos, de inversiones o de competencias, sólo podrá rentabilizarlo el ejecutivo de Salvador Illa, si es que los quiere
La cuestión es, pues, qué puede ofrecer el PSOE o que puede reclamar Junts que le suponga un incentivo a seguir apostando por la estabilidad. ¿El referéndum? Estabilidad y autodeterminación no parecen demasiado compatibles. Así que esta semana hay que votar en el Congreso el techo de déficit y luego vendrán los presupuestos. ¿Qué beneficio político puede sacar Junts por su apoyo? Y automáticamente surge la siguiente cuestión: ¿Qué rentabilidad puede sacar JXCat de votar en contra, de la desestabilización?
Pedro Sánchez ha demostrado que es capaz de gobernar sin presupuestos, sin leyes y con la oposición en modo histérico. La economía no le va mal, así que mientras dure la tendencia, puede funcionar a golpe de decreto y con iniciativas para el entretenimiento, como el recientemente anunciado Plan de Acción por la Democracia. ¡Y contra el fango!!!
A diferencia de Catalunya, que vivirá probablemente un período de estabilidad política tan largo como el aburrimiento, la política española se presenta como un espectacular Dragon Khan, es decir, una atracción con subidas y bajadas vertiginosas, pero que cuando parece que todo el mundo se despeñará, la nave aterriza suavemente con todo el mundo muy excitado y divertido y sin que nadie haya sufrido ningún daño. Y el tiempo pasará.