"¿Quién nos asegura que, si nos enteramos, el hecho de conocer su misterio no sea el comienzo de un drama más espantoso que los que ya se produjeron aquí?"
Gaston Leroux

Para que entiendan lo que sigue, tienen que ponerse en situación. Lo que se cuece dentro de la M-30 ahora no es tanto política sino personas. Nos cocinamos a fuego vivo. Madrid es el horno que siempre fue más las siete plagas del cambio climático. Asfalto ardiente y aire seco, con noches implacables. Sangre, sudor y lágrimas, el Cid y un glovero cabalgan. Todo a pesar de que este poblachón manchego —de Mesonero Romanos a nuestros días nadie lo ha dudado— sigue siendo, a pesar del empeño de Almeida, la quinta capital europea con más árboles. Los rematará y nos rematará. Aquí no queda ni el tato, solo la sufrida brigada imprescindible para mantener en marcha la villa, que no Corte, que ni los Reyes quedan en esta canícula insufrible. Entre esa brigada de guardia, nos contamos un cierto número de periodistas. Este oficio siempre se ha caracterizado por hacerte trabajar cuando otros huelgan.

En este contexto, se ha convertido en el pasatiempo favorito intentar averiguar cómo va a hacer Puigdemont para lograr entrar en el Parlament, como quien se acoge a sagrado, para evitar —mientras esté en el templo de la democracia— su detención. Se trata de que llegue, no de que le detengan antes, ¿no? En platós y pasillos y en cenas en restaurantes aliviados de las masas y los turnos, no se habla de otra cosa. Siempre ha sido del agrado del público el enigma de cuarto cerrado. Desde Los crímenes de la calle Morgue de Poe hasta El misterio del cuarto amarillo de Gaston Leroux, pasando por Diez negritos de Agatha Christie, han sido innumerables los escritores de la época de oro que han utilizado tan sugerente propuesta. Ya saben, alguien yace muerto en una habitación cerrada por dentro, en la que a priori nadie ha podido entrar y, por tanto, tampoco salir. Chesterton, Conan Doyle, Ellery Queen, John Dickson Carr y hasta Umberto Eco en Baudolino se sirvieron del mismo tipo de enigma. Por cierto, ya que estarán tumbados a la bartola y seguramente a la fresca, no vean la cantidad de sugerencias de lecturas veraniegas que les acabo de dejar, por si aún no las han gustado.

No debería extrañarnos, pues, que el enigma del recinto cerrado, el Parlament, en el que Puigdemont quiere ingresar sin ser interceptado, anime conversaciones y especulaciones de todo tipo bajo este calor infernal. El cambio es que ya todo el mundo se lo cree, porque todo el mundo es consciente de su faceta de gran Houdini de la política. Durante muchos meses, los socialistas dijeron, a todo el que quiso oírles, que jamás osaría entrar en España, excepto que tuviera seguro que no iba a ser arrestado, luego —a mediados de junio— intentaron disuadirle de venir, y ahora ya nadie duda de sus intenciones. Todos entretenidos con el sistema previsto y todos intentando generar relato.

Se ha convertido en el pasatiempo favorito intentar averiguar cómo va a hacer Puigdemont para lograr entrar en el Parlament

Hay un silencio estruendoso en torno a la fórmula elegida por los pocos que la conocen. Impenetrable. De pronto un diario como El Mundo nos informa en portada de que el CNI pasa de controlar las andanzas de Puigdemont. Ya hemos visto de todo, tal vez incluso pudiera ser cierto que un servicio secreto informe a gritos de lo que hace o no hace. En Madrid se habla mucho de la renuencia del Gobierno a que la crónica de una detención anunciada la escriba un cuerpo —Guardia Civil o Policía Nacional— bajo el mando del Ministerio del Interior. "Prefieren que sean los Mossos", afirman muy seguros algunos enterados. Se habla de que los Mossos tendrían ya un dispositivo preparado para detenerlo y de que se llegaron a poner en contacto con el entorno de Puigdemont para pactar el momento y el lugar, a lo que la guardia pretoriana se habría negado. Lo que sí parece comprobado es que desde el sábado parte del entorno de Puigdemont y de sus amigos han detectado un discreto dispositivo a su alrededor.

A costa de todo esto he descubierto que los más jóvenes solo viajan en avión. En los debates, a veces apasionados, jovencísimos periodistas te dicen: "no podrá llegar, lo detendrán en la frontera" y cuando les miras fijo y les dices: "¿en qué frontera?", te miran descolocados. Tienes que explicarles que, fuera de los aeropuertos, y dentro de Schengen, hay un montón de pasos fronterizos entre España y Francia en los que, obviamente, ya no hay nadie que te pregunte nada y que este mismo año se ha llegado al acuerdo de que se vuelvan a abrir los de Coll de Banyuls y otros tres entre las comarcas del Alt Empordà y la Cerdanya. Unos se enardecen: ya debe estar en algún sitio de Catalunya. Otros se preguntan por extrañas y desconocidas entradas al Parlament. Los más dan por seguro que su llegada revolverá las cosas; los más believers en Sánchez repiten que será neutralizado y que la parte de Junts que no lo ve como líder y quiere pasar página acabará tomando el control y permitiéndole a Sánchez acabar la legislatura.

En coche con lunas tintadas, a pie rodeado por la multitud, las fórmulas propuestas y las apuestas suben. Los peperos vuelven a mencionar el maletero, que ya no se sabe ni cómo explicarles que desde que Maza le largó a El Mundo lo de la querella por rebelión hasta que la presentó, Puigdemont podía haberse ido de España hasta contándolo por Twitter, puesto que no había nada contra él. Las redacciones están alerta para cuando se produzca el momentazo, y mientras se llenan de testimonios preocupados por el efecto que en otras autonomías tenga el difuso pacto suscrito entre ERC y el PSC. Llena mucho la indignación, sobre todo con el cuajo de Sánchez para hacer lo que juró no hacer; pero, si les digo la verdad, la mayoría está convencida de que no se cumplirá, de que es una añagaza para darle a ERC el suficiente relato para votar sí. Cosas de Madrid, seguramente.

Aquí no hay playa, ya lo saben, y si no se lo repitieron hasta la extenuación The Refrescos. No hay playa ni tregua, no hay más que ganas de largarse. No se tomen a mal que para echar el rato, a la sombra del aire acondicionado, las gentes de dentro y de fuera de la M-30 intenten resolver el enigma inverso del cuarto amarillo. No se trata de cómo salió, sino de cómo entrará. A la postre, igual de enrevesado y, por tanto, de entretenido.