Diría que el máximo beneficiado de la incontestable victoria de Oriol Junqueras es, por mucho que pueda parecer paradójico, el president Carles Puigdemont. Que el relíder de Esquerra haya sobrevivido al intento de enterrarlo del antiguo aparato de los republicanos comandado por Joan Puigcercós y Cía. y que, a su vez, Puigdemont haya castrado sin mucho esfuerzo la operación de algunos de sus diputados para convergentizar el espacio de Junts mediante un líder neoroquista, denotaría que a los dos viejos lobos de mar del procés todavía les quedan unas cuantas vidas. En efecto, podría parecer delirante que los encargados de enmendar las mentiras y los errores del tándem Puigdemont-Junqueras durante estos últimos siete años sean ellos mismos. De hecho, su pervivencia manifiesta que el independentismo es un movimiento —por decirlo de una forma bien suave— sin mucha masa crítica y con escasas ganas de enmendarse la plana.
Sin embargo, hay que decir que si Puigdemont y Junqueras han sobrevivido a sus ilusos enterradores es porque (a pesar de las toneladas de cinismo que llevan en el zurrón y los incontables errores políticos que han estado a punto de enterrarlos) son dos políticos mucho más genuinos y competentes que los muñecos de paja con los que el aparato de sus partidos pensaban sustituirlos. A menudo la política se basa en solidaridades misteriosas, y nuestros dos protagonistas pasaron los momentos álgidos del procés recelando el uno del otro, pero diría que —en esta segunda parte de su vida política— se llegarán a necesitar mucho más de lo que se piensan. Ni el president 130 ni el amo de Esquerra luchan por la independencia, eso lo sabe incluso el más encendido de sus fieles; pero los dos se han ganado el derecho de recomponer el espacio de aquello que queda de vivo del soberanismo y de intentar presionar a un Estado cada más afín al PSOE.
Ni el president 130 ni el amo de Esquerra luchan por la independencia, pero los dos se han ganado el derecho de recomponer el espacio de aquello que queda de vivo del soberanismo
Es muy posible que este segundo asalto del dúo Puigdemont-Junqueras acabe con la muerte política de los dos protagonistas. Al fin y al cabo, cuando el tribunal Supremo acabe de aplicar la ley de amnistía, Puigdemont se regalará algún baño de masas durante su retorno al país, pero —una vez Salvador Illa lo reciba en palacio y el antiguo president pierda el glamur del exilio— su capital político quedará subsumido en el nuevo tarradellismo impuesto por el PSC. A su vez, Junqueras ha demostrado una fuerza sobrehumana al sobrevivir a una nueva edición de las matanzas ancestrales entre las facciones de Esquerra, y su autoridad permitirá aquello que los cursis llaman "recoser" el partido; pero el líder republicano no conseguirá seducir al electoral independentista que ha abandonado la partidocracia del procés y ha pasado a militar en el partido de la abstención. Esta segunda parte, en definitiva, es más bien una coda.
En cualquier caso, y puestos a traspasar dignamente, Puigdemont y Junqueras han decidido que morirán en sus propios términos, mirando por el retrovisor a los sepultureros de sus formaciones (también se encargarán de escoger a sus respectivos sucesores). Ahora que, como recordaba Enric Juliana, ya nadie se manifiesta al grito de "Puigdemont a prisión" y Junts y el PP van de la mano, aunque sea involuntariamente, en temas de fiscalidad empresarial, el president 130 quiere ponerse de nuevo en el centro del reformismo autonomista para convertirse en el salvavidas de Pedro Sánchez. Con el fin de negociar, Junts y el PSOE nunca han necesitado un mediador salvadoreño; ha habido bastante con traficar algunas competencias sobre inmigración y el tema del catalán en Europa. El problema es, por desgracia, que el beneficiario de todo este paquete competencial será un tal Salvador Illa.
En esta reválida general, Junqueras parte con cierta ventaja en el arte de negociar con Madrid, una práctica que ya empezó a ejercitar para mitigar los efectos del 1-O con Soraya Sáenz de Santamaría y después convirtiéndose en virrey del PSOE en Lledoners. Eso explica los últimos movimientos de Puigdemont, empezando por la (muy pronto fallida) cuestión de confianza a Pedro Sánchez. Pero osaría insistir en el hecho de que, lejos de continuar la enemistad y el afán de competencia, esta segunda etapa de agonía supervivencial podría acabar en un matrimonio prácticamente bien avenido, de aquellos que mantienen los mimos sin mucha convicción, pero con el espíritu de salvar a la familia de más divorcios.