Resulta notorio que, a medida que se acerca a Catalunya (como si esto de la ubicación fuera un hechizo), Carles Puigdemont ha iniciado una operación de blanqueo y aterrizaje al autonomismo. Este mismo lunes, el president 130 se reunía con la cúpula de la patronal catalana, Foment del Treball, encabezada por una de aquellas figuras públicas con vocación de eternidad que, aunque disfrutemos de buena salud por los siglos de los siglos, nos acabará llevando a la tumba. Me refiero al sempiterno Josep Sánchez Llibre (Sanchetti, para los amigos), una de las almas más creativas de Unió Democràtica, primero como diputado en el Parlament y después como mano derecha de Josep Antoni Duran i Lleida, sumando veintitrés años de grandísima productividad. Para los espíritus nostálgicos, fue una gozada ver al president en el exilio y Sánchez Llibre reencarnando la Convergència i Unió de toda la vida, la de siempre.

Tiene gracia ver como Puigdemont ha acogido a Foment, la patronal que —en tiempo de Joaquim Gay de Montellà, después del 1-O— expulsó temporalmente a la agrupación de empresarios vallesana Cecot, simplemente porque su presidente, Antoni Abad, se había mostrado favorable a aquello que denominamos "derecho a decidir" y también porque se atrevió a pedir al antiguo ministro de Economía español Luis de Guindos que hiciera el favor de evitar la fuga empresarial de Catalunya. Foment, no sé si Puigdemont lo recuerda, también fue el artífice de una denuncia de algunos empresarios contra la web Consum Estratègic de la ANC, que promovía la compra de productos en empresas catalanas comprometidas con el tejido económico local y desvinculadas de las presiones del Estado y de la monarquía (se estuviera o no de acuerdo, esta era una iniciativa de libre expresión que, como era de esperar, la justicia española acabó censurando).

Carles Puigdemont no da miedo a nadie por un motivo bien objetivable, y es que, si puede volver, es precisamente porque lo quiere el Estado y son las élites españolas las que se lo han permitido

Pero todo esto da lo mismo, porque aquí lo que cuenta es que Puigdemont ya ha iniciado su particular reencuentro, que diría su amnistiador Pedro Sánchez. Resulta de un cinismo catedralicio que el Molt Honorable en el exilio vaya sacando pecho de ser el garante de mantener el fuego del 1-O y, como dijo expresamente en una entrevista bien reciente, afirmando que la DUI (¡que él mismo paró!) continúa plenamente vigente porque el Parlament todavía no la ha enmendado, mientras se fotografía con la cara más repulsiva del españolismo en Catalunya. Todo eso ocurría en Perpinyà: mientras, en la soleada Barcelona, el prejubilado Xavier Trias (que va de último en la lista de Puigdemont por Barcelona) se paseaba por la mayoría de platós de la ciudad diciendo pestes de Jaume Collboni, aun afirmando que —en circunstancias especiales— Junts podría acabar pactando con el PSC, porque en la vida nunca se sabe.

La pantomima de los convergentes es tan descomunal que a cualquier observador le faltan palabras para describirla. Tiene mucha gracia que muchos conciudadanos todavía excusen su voto a Puigdemont conscientes de que les mintió descaradamente durante el 2017... pero aduciendo también que le apoyarán de nuevo por el simple hecho de que es el político que "más molesta en Madrid". A toda esta gente, hay que recordarles que Puigdemont puede irritar tanto como se quiera a los tertulianos españoles, sean conservadores o aparentemente federalistas, pero que el Molt Honorable no da miedo a nadie por un motivo bien objetivable; y es que, si puede volver, es precisamente porque lo quiere el Estado y son las élites españolas las que se lo han permitido. El comeback del president no pasará por Madrid, como Tarradellas, ni puñetera falta que hace; porque quien le ha otorgado el pase es el kilómetro cero.

Todo esto que os expongo son razones y hechos históricos bien recientes. Pero la política catalana ya hace tiempo que ha entrado en una dimensión desconocida en la que todo esto no cuenta para nada, porque la única carrera posible es para ver quién se adapta mejor y con más cinismo al mundo de la autonomía, después de las sacudidas del procés. Puigdemont lo intenta a la convergente, pero después de tantas proclamas octubristas, habrá perdido un poco la práctica de la puta y la Ramoneta. En esto, ya se sabe, los socialistas siempre suelen ser más grises, pero al final acabarán sacando más rédito electoral.