¿De verdad que Carles Puigdemont supedita el apoyo de JxCat a Pedro Sánchez en Madrid a que Salvador Illa le vuelva a hacer presidente de la Generalitat en Catalunya? Esto es, cuando menos, lo que plantea una vez conocido el desenlace de las elecciones del domingo al proponer “rehacer puentes” a ERC y, a partir de aquí, sostener que está en condiciones de “construir un gobierno sólido de obediencia catalana”. En política todo es posible y, por tanto, nunca hay que descartar nada, aunque una proclama de estas características más bien parecería hecha para salir al paso de los resultados de una cita con las urnas que ni ha ganado ni le ha servido para alcanzar los objetivos fijados. Pero no, no es eso, resulta que efectivamente pretende que el líder del PSOE cuadre al primer secretario del PSC para que le invista a él.
Dicho de otro modo, Carles Puigdemont quiere que ERC vote a su favor y que el PSC se abstenga el día que el Parlament debata, en segunda ronda, su investidura, porque, si no, retirará el apoyo a Pedro Sánchez y provocará que no pueda continuar en la Moncloa. Y si no es así, además, bloqueará cualquier intento de elección de Salvador Illa y forzará que se tengan que repetir los comicios. Obviamente, no lo expresa con estas palabras tan directas y emplea todo tipo de subterfugios, pero no es necesario, se le entiende todo. Él cuenta que con ERC tendría 55 votos, frente a los 48 que el máximo dirigente del PSC podría conseguir conjuntamente con los ahora llamados Comuns Sumar, y que, por tanto, la balanza debería decantarse necesariamente hacia su lado. En ningún caso prevé que el exministro de Sanidad pudiera valerse de los escaños del PP para llegar a los 63 votos a favor y superar sus 55, porque el apoyo de la formación de Alberto Núñez Feijóo —al estilo de lo que sucedió en la última elección del alcalde de Barcelona— sería considerado motivo suficiente para romper con el líder del PSOE, al que invistió, por cierto, a pesar de la mala pasada que le había hecho a Xavier Trias. ¿Por qué entonces sí y ahora no?
La pretensión del exalcalde de Girona es que o se hace lo que él desea o llegará el caos. Sin embargo, la primera parte de su ecuación, que es retomar la relación con ERC para que le apoye prácticamente de manera desinteresada, plantea muchas dudas. ¿Cómo prevé rehacer los puentes después de haberse pasado toda la anterior legislatura despreciando al partido de Oriol Junqueras? El batacazo que ha sufrido ERC es tan sonoro que ahora no parece que esté para nada más que para replegarse y esperar que vengan tiempos mejores. La decisión de Pere Aragonès de renunciar al acta de diputado y apartarse de la primera línea de la política no hace más que afianzar esta posición. De manera que formar parte de una fórmula de gobierno, sea un tripartito u otra alianza incierta con JxCat, no es en este momento, a pesar de tener teóricamente la llave para hacerlo bascular en un sentido o en otro, su prioridad, porque, a la vista de lo mal que le han ido las cosas, sería tanto como salir del fuego para caer en las brasas. La segunda parte de la ecuación, que Salvador Illa renuncie a ser investido presidente de la Generalitat a pesar de haber ganado las elecciones, tampoco es que sea más sencilla, porque significaría denigrar la figura del líder del PSC y dejarla sin ninguna credibilidad ante el electorado, pero si hay designios superiores que así lo bendicen —entiéndase Pedro Sánchez—, no le quedaría más remedio que plegarse a tales deseos.
Quien ha perdido la mayoría es el procesismo que encarnan JxCat, ERC y la CUP, no los votantes independentistas, que siguen estando ahí a la espera de que un nuevo líder y un nuevo partido pongan de verdad rumbo a la independencia
La maniobra de Carles Puigdemont, más allá de la clara voluntad de aferrarse al poder que no toca desde el fiasco del referéndum del Primer d’Octubre de 2017, esconde una realidad de fondo que cuestiona tanto la solidez de JxCat y ERC como la de la CUP. Y es que, con la excepción de 1980, que eran los primeros comicios catalanes que se celebraban desde el restablecimiento de la democracia en España, desde 1984 el bloque nacionalista había tenido siempre, sin excepción, mayoría absoluta, en escaños, en el Parlament. Y en 2021 incluso la tuvo, por primera vez, también en votos. Ahora, sin embargo, todo este bagaje ha quedado dilapidado. Los partidos que provienen del nacionalismo y que, tras hacerse pasar por independentistas por razones puramente tácticas y coyunturales, han abrazado descaradamente el procesismo han perdido precisamente armas y bagajes y se han quedado sin ninguna posibilidad de articular por sí solos una mayoría que permita desbancar al ganador de las elecciones. Lo habían podido hacer el 2017 con Cs e Inés Arrimadas y el 2021 con el PSC y Salvador Illa, pero esta vez no pueden repetirlo y construir una alternativa al triunfo del exministro de Sanidad. Ni siquiera con el concurso de Aliança Catalana, que entra por primera vez en el Parlament, no les salen los números.
Debe ser por ello que el líder de JxCat ha explorado vías diferentes para tratar de llegar al mismo lugar y que ha decidido apostar fuerte como única manera de no verse obligado a claudicar y de no poder cumplir, una vez más, lo que ha prometido. El compromiso es que volverá a Catalunya si tiene la mayoría suficiente para ser investido de nuevo president de la Generalitat y que si no puede alcanzar el objetivo, dejará la política activa y se retirará. Sabe, por tanto, que solo podrá salirse con la suya, si el líder del PSOE actúa en su favor, si, en definitiva, la investidura del próximo inquilino del palacio de la plaza de Sant Jaume de Barcelona se decide en clave de política española, él que se llena la boca de defender un gobierno de estricta “obediencia catalana”. Todo ello, claro está, sin olvidar que la ley de amnistía todavía no está aprobada y que, una vez lo esté, los jueces españoles harán todo lo imposible para no tener que aplicarla y para hacer detener a Carles Puigdemont el día que ponga los pies en Catalunya. De manera que puede ser que su retorno sea muy épico, pero ya se verá qué desenlace acaba teniendo.
Pero a pesar de los movimientos para tocar poder, lo que han dejado al descubierto las elecciones del domingo es que JxCat, ERC y la CUP no son los partidos que en estos momentos representan al independentismo. Tras los avisos de la abstención en las elecciones municipales y españolas del 2023, antes de ayer volvieron a ser muchos los independentistas que se quedaron en casa y que están dispuestos a hacerlo tantas veces como sea necesario. ERC y la CUP se han llevado la parte principal del batacazo, pero que JxCat no cante victoria, porque respecto al 2017 —los comicios del 2021 se celebraron en plena pandemia de la covid y son poco indicativos con respecto a los datos— ha perdido casi 300.000 votos. Que Carles Puigdemont vaya haciendo, que lo peor aún está por llegar. Y, en todo caso, que nadie se equivoque: quien ha perdido la mayoría es el procesismo que encarnan JxCat, ERC y la CUP, no los votantes independentistas, que siguen estando ahí a la espera de que un nuevo líder y un nuevo partido pongan de verdad rumbo a la independencia.