Hará cosa de dos veranos —y cómo pasa el tiempo—, Jordi Basté entrevistaba a José Luís Rodríguez Zapatero en RAC1 y el antiguo presidente español, a pesar de su notoria nefasta relación con Pedro Sánchez, allanaba el futuro camino de los indultos a su sucesor diciendo que habría que estudiarlos, si (los presos) lo piden." Recuerdo muy bien aquella interviu, que escuché atentamente antes de entrar en la habitual tertulia de los martes en El Món, en que ZP recordó su malestar por la sentencia del TC sobre el Estatut mientras pedía que el futuro varapalo inculpatorio a los líderes del procés en el Supremo no fuera un obstáculo para iniciar un nuevo intento de encaje entre la Generalitat y el Gobierno: "Esperemos que la lección de aquella sentencia sirva, se aprenda y no se comprometa el dialogo", recordó, insistiendo en que "la sentencia del Supremo es del Supremo y no de un poder político."
De aquella charla, el Madrit político se indignó rápidamente por el tema de los indultos, pero a servidora, que siempre mira un pelo más allá del común, le interesaron dos hechos: primero, que ZP reconoció abiertamente que había mantenido contactos con Junqueras (bueno, dijo que habían hablado por teléfono poco más de un minuto sobre dialogar en general, cosa poco creíble, y me refiero al minuto) y que el único escollo que veía a la hora de volver a un nuevo acuerdo entre el independentismo reconvertido en una especie de soberanismo autonomista y el Estado era la figura de Puigdemont. En uno de los pocos instantes de incomodidad del cara a cara con Basté, Zapatero resumió de una forma enrevesada pero muy gráfica la figura del 130, dando a entender que Puigdemont no sería una figura clave en el futuro diálogo, pero que de alguna forma se tenía que contar porque "todavía se cree president".
Aquí lo que cuenta para los españoles es si Puigdemont puede acabar convirtiéndose en una figura como Tarradellas, el político al que todo buen unionista apela a la hora de celebrar que un presidente indepe deje de serlo y tal día pueda ser apropiado como nombre para un aeropuerto de segunda.
Hace falta conocer muy poco a los españoles para ver que —ahora que Junqueras ya lleva bastante tiempo convirtiéndose en el interlocutor del catalanismo con la capital y que todo eso que pasa ahora ya se había pactado con gente como ZP (el expresidente, de hecho, había sonado como relator de una de las primeras mesas de diálogo)— la única patata caliente que tiene el Estado español en la mesa es cuándo y cómo hará regresar al 130 a Catalunya. Con los indultos, los españoles han evitado un revés de la justicia europea que tarde o temprano les vendrá más matizado en alguna de las causas impulsadas por los expresos y exiliados; pero todo eso es un asunto menor, pues aquí lo que cuenta para los españoles es si Puigdemont puede acabar convirtiéndose en una figura como Tarradellas, el político al que todo buen unionista apela a la hora de celebrar que un presidente indepe deje de serlo y tal día pueda ser adecuado como nombre para un aeropuerto de segunda.
El plan ZP para el futuro de Catalunya lo ha insinuado alguna vez Miquel Iceta (uno de los autores originales del Estatut, con Joan Ridao y Quico Homs): recuperar alguno de los aspectos originales del proyecto que tumbó el TC a través de leyes ocasionales para ampliar el ámbito competencial de la Generalitat y urdir sotto voce un nuevo contrato social. Todo eso es posible que ocurra, y Pedro Sánchez incluso se pondría bien, pero la condición, como anunció ZP, es si Puigdemont volverá a Catalunya como Tarradellas, es decir, si el 130 llegará en el país enfervorizando las masas en el balcón de Sant Jaume mientras pacta un estatuto autonomista en los despachos. Cuando el españolismo (y parte del independentismo) pinta a Puigdemont como una especie de marinero que de tanto estar en Waterloo ha acabado un poco chalado, más allá de la caricatura, está pensando si Puigdemont acatará o no la pax del régimen del 2021.
Cuando ZP problematizaba este nuevo acuerdo (a saber, esta enésima traición de los líderes independentistas a sus compromisos con el pueblo) y jugaba con la caricatura del loco y del "todavía se cree president" exponía de forma todavía nebulosa pero muy clara la condición de escollo que, a pesar de sus errores y sus incumplimientos, todavía lleva el 130 a sus hombros. Servidora es una mala futuróloga, pero en 2019 no había que ser un genio para ver cómo ZP estaba allanando el camino a todo aquello que ahora ya es estricto presente. Que los aparatos ideológicos madrileños y Junqueras salgan adelante dependerá en parte de qué quiera hacer Puigdemont con el poco poder simbólico que le queda. ¿Qué me dices, Carles?, ahora que todo el mundo ha quedado retratado... solo faltas tú para acabar de decidirte. A todos los errores del pasado, todavía puedes sumar uno más funesto. Va, di: ¿quieres ser un nuevo Tarradellas?