La figura de Donald Trump molesta porque es la encarnación política de la historia que vuelve. En el primer mandato se le podía tratar de payaso porque todavía había mucha gente que dormía el sueño de los justos en el sueño liberal teorizado por Francis Fukuyama. Pero, como ya se dijo entonces, Trump era solo un síntoma, la trompeta que sonaba con estridencia profética advirtiendo de un cambio de orden. Ahora los americanos se han sacado el sueño de las orejas y todo el mundo está asustado, sobre todo en Europa, donde los países más despiertos, Alemania y Catalunya, tienen que hacer el muerto en aguas estancadas, por motivos políticos.
Trump vuelve y esta vez no lo hace como un profeta excéntrico o como un showman fácil de ridiculizar, sino como un jefe de Estado apoyado por el bono y mejor de su país. Es normal que los charnegos orgullosos y otros hijos condecorados de la hipocresía victimista se pongan nerviosos. Los americanos son el país más fuerte del mundo y, aunque la propaganda cofoista diga que están en decadencia, usarán todos los recursos que tengan al alcance para mantener su liderazgo. Los mecanismos de control de su antiguo imperialismo blando –de base cultural y económica– serán sometidos a una estricta revisión y se volverá cada vez más difícil nadar y guardar la ropa con los disfraces del pasado.
Trump pone a los europeos en guardia porque, mientras habla de llevar la paz en Ucrania o en el Próximo Oriente, anuncia un mundo en el cual habrá vencedores y vencidos
El mundo se está volviendo más duro, pero no parece que, a la larga, se tenga que volver menos norteamericano. Me parece que esto es lo que irrita más a los servidores locales del antiguo orden europeo: no poder aprovechar los privilegios adquiridos para saquear el amo ahora que empezaba a flaquear. Cada vez se ve más gente –periodistas, políticos y artistas, sobre todo– que habla en un lenguaje ortopédico. Algunos miran de replicar inútilmente los privilegios de la hegemonía americana con los tópicos del pasado; otros, más especulativos, miran de adivinar el argot hegemónico del futuro. La sociedad de consumo también está cambiando y los bienes que antes comprábamos protegidos por el ejército de los Estados Unidos, se van volviendo más caros y de más baja calidad.
El cambio de estrategia de los americanos moverá los cimientos del mundo europeo y ofrecerá oportunidades en todos sus países, pero también peligros más grandes. En Catalunya esto se puede ver claramente con la situación de Junqueras y Puigdemont. Los dos líderes del procés forman parte del mundo antiguo y, de momento, han sobrevivido gracias a la mediocridad de sus sustitutos y a su terquedad. El problema es que con los años que vienen resistir ya no será ganar, porque la historia no se puede resistir, se tiene que conquistar. La gestión sirve para ir pasando en tiempo de vacas gordas y sistemas consolidados. Pero, cuando todo se hunde, se tienen que tomar decisiones valientes y mirar de construir en la dirección correcta, con las alianzas adecuadas, aunque sea con las piernas temblorosas y con un salto de fe.
Vienen tiempos peligrosos y, por lo tanto, creativos y aventureros. Las facturas ya no las pagaremos a treinta días, como antes, sino directamente de nuestro pobre bolsillo, agujereado y desvalido. Naturalmente, mucha gente está cabreada porque llega al retorno de Trump con pocos ahorros y con costumbres muy onerosas. Pero al mundo no le interesan los problemas personales. El mundo se comerá las actitudes pasivo-agresivas y los pensamientos ancianos como si fueran carne picada. La sensación de caos que gobierna en las redes sociales es un espejo de la sensación de caos que siempre ha gobernado las grandes batallas de la historia. No hay que haber visto muchas películas ni leerse los dos volúmenes de Guerra y paz para entenderlo.
Trump pone a los europeos en guardia porque, mientras habla de llevar la paz en Ucrania o en el Próximo Oriente, anuncia un mundo en el cual habrá vencedores y vencidos. Si no eres el presidente de los Estados Unidos, se volverá inútil y muy peligroso ponerse en medio de dos bandos que se pelean. Los americanos se saben los más fuertes y abrirán todas las cajas de Pandora que consideren convenientes para mirar de llevar la iniciativa. ¿Quién se lo puede reprochar? Y ¿qué sentido tiene de perder el tiempo discutiendo quién es el bueno o el malo? La política de Trump volatilizará el punto medio, en política e incluso en las relaciones sociales, hasta que los americanos consigan crear otro consenso. Los catalanes todo lo que podemos hacer es defender nuestros amores con dientes y uñas porque, cuando este consenso se cierre, nosotros estemos presentes.
Tenemos una ventaja: Europa no se salvará ni por los estados ni por la burocracia. Si buscando motivaciones más hondas algunos europeos nos encuentran, sobre todo que sea luchando.