Comenzábamos la semana con las declaraciones del presidente del gobierno, Pedro Sánchez, en las que nos anunciaba que, tras cinco días de reflexión, apostaba por mantenerse al frente del gobierno. En su discurso, hacía referencia a la necesidad de una regeneración profunda en política. Y, posteriormente, se abrió el debate sobre la profesión del periodismo. Sobre los bulos, las fake news, las mentiras interesadas. Sobre lo que se debería considerar "verdad" y "mentira". Durante el tiempo de reflexión, se hizo un llamamiento por parte del PSOE a su militancia y simpatizantes para que acudiesen ante las puertas de la sede central del partido, en la calle Ferraz de Madrid. Se organizaron autobuses desde distintos lugares de España, con el fin de mostrar apoyo y respaldo al presidente durante su periodo de reflexión. El sábado por la tarde, se organizó una manifestación, también en Madrid, donde formaciones políticas progresistas se convocaban para "defender la democracia". Todo de pronto, muy acelerado, y tratando de dar a entender que había que entender que defender a Sánchez era defender la democracia. No se explicaba realmente bien el porqué, pero se quería dar a entender que denunciar a la mujer del presidente supone atacar la convivencia.
Repito que, en mi opinión, no se supo explicar lo suficiente el hecho de que una denuncia a Begoña Gómez suponga el ataque a la democracia. Porque, precisamente, en una democracia se debería poder interponer una denuncia, en principio, contra cualquiera si hay indicios para ello. Y para determinar este último detalle, está la justicia. Dije en la columna de la semana pasada que a mí todo esto me olía a otra cosa, me parecía una cortina de humo, lo de Begoña, y que, pasase lo que pasase el lunes con el anuncio de Sánchez, seguiríamos sin entender realmente lo que está sucediendo aquí. Y creo, sinceramente, que así ha sido.
Vimos durante el fin de semana a representantes del Partido Socialista comportarse como fans histéricos, como hooligans. Imágenes vergonzosas de quienes más bien parecían movidos por la desesperación que les generaba pensar en una caída de todo su sistema. Y vimos a Óscar Puente defender desde el atril a Sánchez, afirmando que el presidente "es el puto amo". El nivel no podía ser ya más bajo. La vergüenza ajena hecha ministro. Cuanto más fuerte y más bestia era el mensaje, más se aplaudía desde los grupos de palmeros. La estampa era realmente interesante y triste.
Vimos durante el fin de semana a representantes del Partido Socialista comportarse como fans histéricos, como hooligans
Y apareció Sánchez, con su planta y su sonrisa de ganador. Una vez más. Para dejar claro quién marca los tiempos, quién decide y quién puede generar caos con la mera decisión de quedarse en casa cinco días sin aparecer. Sánchez quería poner sobre la mesa la importancia y necesidad de la regeneración: de que la política se esfuerce por mantener el respeto entre adversarios, y que en ello también es imprescindible que los medios de comunicación se apliquen el cuento. Un claro señalamiento a los medios de comunicación que no comulgan con el discurso que le interesa al PSOE y a sus socios, y que, por ello, pasan a ser catalogados de "pseudomedios" y de "pseudoperiodistas". Como si entre los que redactan noticias en línea oficial no hubiera también que analizar la práctica del ejercicio del periodismo. Pero lo mejor estaba por llegar.
Porque después de pasarnos la semana viendo manifiestos, análisis en tertulias y anuncios sobre las medidas que hay que tomar para controlar la información que se publica, aparece de nuevo Óscar Puente para darle una patada a todo aquello que Sánchez había venido a plantear. Para dejar claro que la falta de educación, de decoro y los bulos también pueden venir de la mano de los socialistas e, incluso, del propio gobierno. Dirigiéndose a jóvenes militantes del PSOE, Puente da una charla motivacional, donde les explica que no han de tener miedo a ser ellos mismos. Porque incluso, señala Puente, cuando uno es malo, puede llegar muy lejos.
Fíjense en esta primera lección del ministro, porque tiene mucha miga. No apuesta Puente por decirle a los jóvenes que tienen que prepararse, que dar lo mejor de sí, que formarse todo lo posible y actuar con ética y rigor. No. Les dice que no se preocupen demasiado, porque siendo un patán se puede ser "importante". Y para ello, por si alguien no se estaba dando cuenta de que él mismo encarnaba el mejor ejemplo posible de lo que estaba explicando, señala a Trump y a Milei. Pero la cosa no queda ahí.
¿Para qué frenar si puedes generar un conflicto diplomático internacional? En la intervención de Puente, se acusa al presidente de Argentina de haber participado en un medio de comunicación "bajo los efectos de alguna substancia". Los jóvenes le aplauden y se ríen mucho. Y nadie parece darse cuenta de la barbaridad que se está diciendo, y de las consecuencias lógicas que tendrá esta actitud absolutamente irrespetuosa y grave. Porque no se nos debe olvidar que Puente es ministro del Gobierno de España, por lo que sus palabras comprometen a la representación del Estado.
Pretender amordazar todo aquello que no se pueda controlar es señal de un peligroso totalitarismo
En una intervención que dura a penas dos minutos, el ministro ha conseguido pisotear el discurso del presidente del Gobierno del lunes. Ha hecho gala de la mala educación, de acusaciones graves sin fundamento, y de una falta de rigor como representante institucional sin precedentes. Como era de esperar, la respuesta por parte del gobierno argentino no tardó en llegar. Y en el comunicado oficial de la presidencia argentina, se responde lanzando varias bombas: una bofetada tras otra para Sánchez, pero también claramente para España. Se señala al presidente por la acusación de corrupción de su mujer, por pactar con los que "quieren romper España" y por las medidas socialistas que causan "miseria y decadencia". La carta es esperpéntica. Pero es un comunicado oficial de un gobierno elegido democráticamente, al que se le ha faltado el respeto profundamente desde nuestro gobierno. La diplomacia sabe perfectamente lo que significa todo esto.
Viendo lo visto, no puedo más que calificar a Puente como "el puto amo", como él hiciera con Sánchez. Porque con un par de frases ha sido capaz de generar un grave problema internacional, poner en el foco de nuevo la presunta corrupción de la mujer del presidente (que se suponía que había sido ya zanjado tras la reflexión de Sánchez) y, de paso, meter el palo en el avispero con el asunto catalán en plenas elecciones. Hay que ser realmente inconsciente para montar semejante situación, que, desde luego, tira por tierra, en un ejemplo práctico, todo lo que Sánchez decía que tenía que terminarse en política. Tenía razón, efectivamente, Puente, al decirle a los chavales que se puede llegar muy lejos siendo uno mismo, incluso siendo nefasto. A la vista está en su mismo ejemplo, según parece.
Veremos cuáles son ahora las reacciones, porque se pone interesante el asunto. Será divertido comprobar que algunos ven la paja en el ojo ajeno, pero no ven la viga en el propio. Que los bulos los dicen los demás, pero nunca ellos. Que la falta de decoro y educación es del contrario, jamás proviene de las propias filas. Y ahí es donde radica, ni más ni menos, la esencia de lo que Sánchez ha querido promover: la censura, la persecución de aquellos que dicen lo que sea que quieren decir. El miedo a la libertad de los demás evidencia la propia debilidad. Pretender amordazar todo aquello que no se pueda controlar es señal de un peligroso totalitarismo.
Nada nuevo bajo el sol de los últimos años, donde "por tu bien" te han encerrado en casa, te han sesgado información y te han llevado de la mano a hacer lo que el gobierno quería que hicieras, aunque fuera inseguro, ineficaz e inconstitucional. Hay que ser "el puto amo" para tener semejante desfachatez. Como la del líder sindical de la UGT en Cataluña. Otro "puto amo". Que se ha despachado a gusto desde un atril en campaña, masticando odio y mentiras, porque "todo vale" si de atacar al contrario se trata. Las burradas propias son chascarrillos y humor. Las burradas ajenas son motivo de ajusticiamiento en la plaza pública. Poco ha cambiado desde la postura de la Santa Inquisición.