La semana pasada, una persona a la que tengo un gran cariño me comentó que el cortometraje La mecánica de los fluidos de Gala Hernández López había ganado el Premio César como mejor corto documental. Hasta aquí todo normal y correcto; mucha gente gana premios y la vida sigue como si nada hubiera pasado. No fue hasta que esta persona no me habló de la temática de este documental que me saltaron todas las alarmas: la subcultura incel (abreviatura de la expresión inglesa involuntary celibate, es decir: ‘celibato involuntario’). Mi afán de saber abrió los ojos de par en par y no pude resistirme a investigar de qué iba todo aquello.
Descubrí que se trataba de unas comunidades virtuales de personas que, a pesar de tener ganas de tener relaciones sexuales con una pareja, no tenían agallas de dar el paso y tenerlas. Lo primero que pensé es que muchas ganas no debían de tener si no daban el paso; pero bueno, no estoy aquí para juzgar a nadie. Después me enteré de que la mayoría de las personas que se autodenominan y se sienten incels son hombres heterosexuales. Aquí ya me olía algo, pero no quise adelantarme a los acontecimientos y empezar a juzgar a todo el mundo a diestro y siniestro y continué mi búsqueda ansiosamente. Se ve que la subcultura incel forma parte de una subcultura más grande, llamada en inglés manosphere: una red compuesta de blogs, foros y páginas web donde hablan de los hombres y de la masculinidad y a la que pertenecen otros movimientos como el movimiento por los derechos de los hombres y el movimiento del Men Going Their Own Way. Aquí ya tenía la mosca en lo más profundo de la oreja y mi cólera estalló. Para apaciguarla, me comí una tableta entera de chocolate con sal y, al cabo de diez minutos, volví en sí.
Cuando crees que la sociedad ya te ha decepcionado por completo, siempre se crea una nueva comunidad para hacerte dudar de que así sea
Continué la investigación. Tenía tres tabletas más de chocolate en el bolsillo, por si acaso. Descubrí que las discusiones que se mantenían en los foros incel se caracterizaban por el resentimiento, la misantropía, la misoginia, el supremacismo blanco y por hacer apología de la violencia contra las mujeres y contra los hombres que eran sexualmente activos (¡qué envidiosos!). Con espasmos en los párpados y el corazón a punto de explotar, llegué a la conclusión de que estaban más colgados que Tarzán en un columpio, que les faltaba un tornillo y que estaban como un cencerro. Así que abandoné mi búsqueda y me comí las tres tabletas de chocolate. Y no me extrañó lo más mínimo que no tuvieran sexo; ¿quién quiere tener relaciones sexuales con alguien que tiene más rabia que testosterona y que por ese motivo no le funciona correctamente su órgano sexual externo?
Pero la cosa no acabó aquí. Como todos sabéis, cuando buscas algo en internet, te empieza a llegar propaganda o te aconsejan páginas relacionadas con el tema que has buscado anteriormente. Pues al día siguiente, llegó a mi vida el concepto femcel (female celibate). Que vendría a ser la reacción feminista contra los incels. Son comunidades virtuales de mujeres que se sienten incapaces de tener relaciones sexuales por culpa de la misoginia y de los estándares de belleza imposibles que marca la sociedad. Una de estas comunidades es la Involuntary Celibate Project, que fue creada en 1997 por una estudiante que quería tener un espacio donde sentirse confortada, recibir apoyo emocional y protegerse de las personas que le habían hecho daño. Otra de estas comunidades es la ThePinkPill, que rechaza el poder del sexo con penetración de los hombres contra las mujeres y que traten a las mujeres como objetos sexuales.
La diferencia principal entre el movimiento incel y el femcel es que el movimiento femenino nunca se ha mostrado violento contra la sociedad; todo lo contrario, se consideran mujeres pacíficas. La testosterona siempre juega malas pasadas. Llegados a este punto, decidí que no investigaría más y cerraría todas las ventanas emergentes. Cuando crees que la sociedad ya te ha decepcionado por completo, siempre se crea una nueva comunidad para hacerte dudar de que así sea. Creo de corazón que lo que realmente necesita esta sociedad no son comunidades de gente que piensa de la misma manera, sino invertir más dinero en psicólogos y psicoanalistas.