Marta Rovira estaba en Suiza exiliada y la seguían los servicios secretos españoles. Al espía solo le faltaba hacer dos agujeros en el periódico. Hacía frío. Era enero en Ginebra. Toni Comín preparó a sus visitantes unas lentejas en su casa de Lovaina y cenaba mientras le caía la baba hablando de su hija, que estaba en Catalunya, aún en pandemia. Lluís Puig comía animado en la Catalunya Nord añorando atravesar los Pirineos y volver a pisar Terrassa. Carles Puigdemont se sentaba en el sofá del comedor de la casa de Waterloo explicando que cada día hacía los deberes con sus hijas vía telemática. Había un bosque que le recordaba la Devesa. Jordi Cuixart relataba cómo le había cambiado espiritualmente la cárcel desde el otro lado del cristal. Todos estos años de exilio y prisión en pleno siglo XXI en Europa han hecho vivir a un país pequeño y en el que todo el mundo se conoce en un estado de choque, tristeza y excepcionalidad que, afortunadamente, se va acabando.

El postprocés dura más que el procés. Y, desde el punto de vista humano, primero el indulto y, después, la amnistía, son un éxito. También desde el punto de vista social, en la medida en que se beneficiarán también personas anónimas. También desde el punto de vista político. Pero desde el punto de vista político es un éxito en el sentido del que habla el PSOE sin demasiado convencimiento, no en lo que argumentan los independentistas. Los independentistas deberían estar aliviados y felices, pero no deberían apuntarse la amnistía como un éxito. La amnistía es un mal menor. La amnistía es, al fin y al cabo, en beneficio de unos dirigentes políticos que gestionaron pésimamente el éxito del 1 de octubre y dejaron un país secuestrado emocionalmente, bloqueado en su iniciativa política e incapaz de ir al ritmo necesario. Pero no es un hito político. Es, en cualquier caso, el perdón de un Estado —o de una parte— que consideran poco libre y democrático. Y deberían intentar no engañar a nadie más.

La amnistía es en beneficio de unos dirigentes políticos que gestionaron pésimamente el éxito del 1 de octubre y dejaron un país secuestrado emocionalmente, bloqueado en su iniciativa política e incapaz de ir al ritmo necesario

Deberían intentar no engañar a nadie más e irse a casa dignamente. Al fin y al cabo, siete años después del 1 de octubre, quien gana las elecciones ya no son ellos. Y ni siquiera suman mayoría. Ni un president de la Generalitat en el exilio, con la fuerza simbólica que tiene esto, es capaz de ganar unas elecciones. Así que la amnistía, exactamente, desde su punto de vista, ¿qué éxito es? ¿O es que ahora que tienen la amnistía, la independencia que dicen defender, está más cerca? ¿Por qué? ¿Ahora que tienen la amnistía volverán a aventurarse por un camino que les ha llevado a todos ellos donde los ha llevado? Que hayan sido amnistiados, ¿quiere decir que ahora sí que podrán hacer un referéndum? ¿Por qué exactamente un Estado que ha castigado y después amnistiado, por exclusiva aritmética parlamentaria, aceptará ahora una votación?

La amnistía es un éxito, sobre todo, personal. Y yo me alegro sinceramente.