La evolución de la situación en Siria de las últimas dos semanas, con la caída de Damasco a manos de los rebeldes del Frente de Liberación del Levante y la huida del presidente Al-Asad a Moscú, ha cogido a todo el mundo a contrapié. Bueno, a todo el mundo no, ya que Turquía —el principal país valedero de lo que poco a poco se va consolidando como nuevo régimen sirio— hace meses que estaba al corriente de los preparativos de los rebeldes y los ha apoyado.
Pero en líneas generales sí que podemos hablar de sorpresa, incluso de estupor, tanto por la evolución de los acontecimientos, como por su velocidad. Hay que tener en cuenta que hasta hace unas semanas, en algunos de los entornos de poder en Washington, se promovía el acercamiento al régimen de Al-Asad, con la idea de alejarlo de la influencia rusa a cambio de rebajarle —o anular completamente— las sanciones impuestas a raíz del uso de armas químicas que Al-Asad utilizó en el marco de la guerra civil siria iniciada en 2011. Una apuesta, la de los mencionados entornos de Washington, que casaba también con la política de rehabilitación internacional de Bashar al-Asad que estaba promoviendo el príncipe heredero, y hombre fuerte, de Arabia Saudí: Mohamed bin Salmán. Algo comenzado en mayo del año pasado, cuando Bin Salmán invitó al rais sirio a volver a participar en las cumbres de la Liga Árabe, de las cuales llevaba expulsado desde hacía más de una década; y prosiguió el pasado septiembre con la reapertura de la embajada saudí en Damasco. Opción —la de reapertura de legación diplomática— que, por cierto, dicen que también estaba estudiando el Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea.
Y, evidentemente, no solo sorpresa, sino que estupefacción y, sobre todo, frustración en Moscú y en Teherán cuando, de golpe y porrazo, han visto desaparecer a su principal aliado en la región con consecuencias fatales para su proyección estratégica en la zona. En el caso del Kremlin, porque este depende de sus bases militares en Siria —ahora con un futuro más que incierto— para mantener su potente, creciente y lucrativa presencia en África, tanto en la zona del Sahel como en el centro de este continente; así como por la proyección de debilidad que le comporta a Moscú el hecho de haber abandonado tan fácilmente lo que todo el mundo consideraba como socio clave. Y en el caso de Irán, la afectación es múltiple, ya que más allá de la mencionada pérdida de su principal aliado en el Oriente Próximo, también ha visto anuladas las principales rutas de avituallamiento —terrestres— de las milicias de Hizbulá (en el sur del Líbano) y Hamás (en Gaza), actualmente muy debilitadas por la acción de Israel.
La cuestión kurda determinará hacia dónde se orienta el futuro de Siria. Un país que, muy a su pesar, sigue siendo un macabro tablero de ajedrez
La gran ganadora de esta situación sería Turquía. Como ya se ha dicho, Ankara conocía con antelación las intenciones del Frente de Liberación del Levante, a quien hace tiempo que da cobertura y apoyo. Y, de hecho, ya está recogiendo los frutos, como la visita relámpago de la presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen, a Ankara para reunirse con el presidente turco Erdogan. En dicha reunión, Von der Leyen ha ofrecido a Turquía mil millones de euros para que esta facilite el retorno a su país de origen a centenares de miles de refugiados sirios que actualmente se encuentran en Europa. Mil millones que, por cierto, se suman a los otros tres mil que la UE también acordó aportar a Turquía en 2015 para que esta cerrara el paso a las oleadas de refugiados (muchos de ellos sirios) que intentaban entrar en aquel momento en la Unión.
La cuestión kurda, clave
Ahora bien, una cosa es la posición de privilegio geopolítico que Turquía está alcanzando en la región a raíz del cambio de régimen sirio, y otra, que Erdogan sea capaz de implementar y lograr su agenda maximalista regional, de matriz neootomana y radicalmente antikurda.
Porque, precisamente, esta es una de las principales variantes que condicionarán el futuro de Siria: la cuestión kurda. Hay que tener en cuenta que hasta hace nada, los kurdos, con el apoyo de los Estados Unidos, controlaban más del 30% del territorio del país. E igual de importante, que el control de estos territorios —que en muchos casos hace ya más de una década que administran los kurdos— conlleva la vigilancia de los diversos centros y campos de detención —controlados también por tropas kurdas— donde están retenidos miles (hay quien dice que hasta nueve mil) de antiguos miembros de Daesh, es decir, de Estado Islámico, organización que había florecido en los territorios más desérticos del triángulo sirio sobre todo en los años 2013-14.
Y es que en las últimas semanas y, en paralelo con el colapso del régimen de Al-Asad, uno de los más temibles y sanguinarios de la región, se han incrementado también los ataques de las milicias sirias proturcas (el autollamado Ejército Nacional Sirio) contra importantes posiciones kurdas, causando un número elevado de bajas y la retirada de las tropas kurdas de varias poblaciones (Tal Rifaat, Shebaa, Manbij o el norte de la ciudad de Alepo). Algo que ha provocado la huida de los alrededores de unas diez mil personas que se sienten más seguras bajo control kurdo que proturcas. Y, desgraciadamente, eso parece solo ser el preludio de una campaña militar más importante. Sobre todo si tenemos en cuenta tanto los discursos belicistas del presidente turco como las noticias de la progresiva acumulación de tropas, artillería y municiones que el ejército turco está llevando a cabo en su lado de la frontera, junto a las zonas sirias controladas por los kurdos. Algo que se ve acompañado de la llegada creciente de nuevos efectivos de las ya mencionadas milicias proturcas en la zona.
Y es que la cuestión kurda, y de manera más específica e inmediata, el futuro de la pequeña ciudad de Kobani —que en los últimos años se ha convertido en uno de los centros administrativos de la autoproclamada "Administración Autónoma del Norte y Este de Siria" kurda—, en torno a la cual se está llevando a cabo la mencionada acumulación de tropas llamas y afines, determinará hacia dónde se orienta el futuro de Siria. Un país que, muy a su pesar, sigue siendo un tablero de ajedrez macabro donde mueven ficha no solamente Turquía, Irán o Rusia, sino también los EE.UU. y sus aliados, o Israel.
De hecho, el apoyo que hasta ahora Washington ha dado a los kurdos —y que se ha reafirmado los últimos días—, así como la determinación de los EE.UU. de evitar cualquier rebrote significativo de Estado Islámico en territorio sirio, serán también claves. Ahora bien, una cosa es lo que parece ser una posición determinada por parte de la administración Biden de mantener esta presencia y estrategia en la región, y otra muy diferente es la que puede adoptar el presidente Trump una vez que tome posesión el próximo día 20 de enero, quien en el mandato anterior ya había indicado su voluntad de abandonar este teatro de operaciones.
El poder real del nuevo gobierno provisional sirio
El otro aspecto clave para poder vislumbrar qué futuro le espera a Siria, y a toda la región, es cuál será la capacidad real que tenga el nuevo gobierno, interinamente dirigido por el nuevo primer ministro Al-Bashir, por una parte, de controlar realmente todo el territorio sirio y, por la otra, de dotarlo de los mínimos elementos funcionales que no lo empujen irremediablemente hacia el precipicio del Estado fallido. Algo que no será nada fácil en un país con muchas heridas y frentes abiertos, y donde muchas potencias se ven con la capacidad de meter baza.
Dicho esto, el nuevo gobierno provisional, hoy por hoy, parece que está siguiendo una estrategia bastante inteligente y, salvando las distancias, bastante parecida a la que adoptaron los talibanes en Afganistán una vez que ocuparon Kabul: con perfil bajo y buscando el reconocimiento internacional. Incluso, en este caso, apostando por la integridad territorial y —ni que sea formalmente— por el respeto a la diversidad interna de un país que se define como multiconfesional y multiétnico.
Una diversidad que, todo sea dicho, es fruto de unas fronteras del todo arbitrarias, resultantes de un pacto secreto llevado a cabo en plena Primera Guerra Mundial para acomodar los intereses coloniales del Reino Unido y Francia en la zona, el conocido como el acuerdo Sykes-Picot de 1916. Y no deja de ser irónico que sea una entidad heredera de Al-Qaeda, como es el Frente de Liberación del Levante que lidera el actual primer ministro provisional sirio, la que ahora tenga como una de sus prioridades la de mantener unas fronteras fruto de un acuerdo, el mencionado Sykes-Picot, cuya "destrucción" era uno de los motivos fundacionales de Estado Islámico. Un Estado Islámico que si bien ha estado enfrentado y ha sido rival de Al-Qaeda, se creó desde los mismos postulados yihadistas, panarabistas y antioccidentales de los que nació Al-Qaeda.
Veremos, pues, cuál es el futuro que le espera a Siria. El nuevo gobierno provisional se apresura por volver a una cierta normalidad y conseguir el reconocimiento internacional, lo cual no es fácil cuando solo controla una parte del territorio del país. Y es que más allá del territorio controlado por los kurdos, o Turquía, está la ampliación de la ocupación territorial por parte de Israel en el sur —que más allá de los Altos del Golán en los últimos días ha ocupado militarmente más territorio para ampliar su "franja de seguridad"—. O, directamente, importantes zonas del territorio sirio que no se sabe exactamente quién las controla, especialmente en las grandes áreas desérticas en el centro y este del país, pero también en algunas franjas costeras. Seguramente por eso, la administración del primer ministro Al-Bashir, ante las dificultades de controlar el espacio terrestre, está priorizando el control del espacio aéreo, reabriendo el aeropuerto de Alepo e intentando activar un mínimo de rutas aéreas domésticas e internacionales que refuercen la apariencia de normalidad y allanen el camino al tan deseado reconocimiento internacional.
En cualquier caso, el futuro de Siria es todavía muy incierto. Y, desgraciadamente, todo indica que no será sencillo ni fácil, ni libre de interferencias externas.