Le hemos oído decir últimamente a José Luis Rodríguez Zapatero que hay que conseguir pronto el reconocimiento de la "identidad nacional de Catalunya". No es la primera vez que un dirigente socialista habla en estos términos: Alfonso Guerra lo dijo durante el debate del Estatuto de autonomía de 1979 ("un paso importante para la concreción, la realización de Catalunya como identidad nacional"). Pedro Sánchez, en 2017, afirmó que Catalunya es una nación, si bien matizó que esto se entendía dentro de una nación de naciones y que, en todo caso, el Estado es el español. La ponencia que, al respecto, aprobó el PSOE el mismo año decía que "manteniendo que la soberanía reside en el conjunto del pueblo español, debe perfeccionar el reconocimiento del carácter plurinacional del Estado apuntado en el artículo 2 de la Constitución". Los socialistas no acaban de encontrar la fórmula exacta: identidad nacional, nación, nación cultural sin soberanía... En todo caso parece claro que el PSOE busca la manera de decir que debe reconocer el carácter nacional de Catalunya, así como también la manera de poner sus “peros”. Es interesante. En contraste, sin embargo, y de forma intrigante, tenemos el silencio discursivo, intelectual, conceptual de un personaje que hoy es nada menos que el president de la Generalitat: no sabemos todavía, en efecto, qué cree Salvador Illa que somos. Qué cree que está gobernando.

 Nunca hemos oído pronunciar al president (ni al candidato) Illa nada al respecto. Lo máximo que le hemos oído ha sido decir sobre una parte, la Catalunya Nord, y ha sido para referirse a ella como "aquel territorio". Entendido. Pero ¿y el resto, president? Este “territorio”, ¿qué es? ¿Qué somos? ¿Una comunidad autónoma? ¿Una región? ¿Un estado federado? ¿Una nación milenaria, una peculiaridad cultural? Y en todo caso, ¿hasta dónde llega? ¿Suma usted Tabarnia dentro de la idea? Lo que seguro tenemos claro es que a juicio del president este “territorio” no tiene derecho a decidir su futuro, si entendemos como futuro la posibilidad de tener un estado propio o como mínimo de votar al respecto. Unos golpes bien dados, un 155, algunos años de represión y listos. Pero, una vez sabido esto, ¿a qué cree que sí tenemos derecho? ¿Al traspaso de Rodalies supervisado por las lejanías? ¿A la delegación de competencias en inmigración o en las becas universitarias? ¿A la singularidad financiera? ¿Tenemos o no tenemos unos derechos que otras comunidades no tienen? Si es que sí, ¿cuáles? Y si es que no, ¿por qué? ¿Cuál es la definición que hace Illa de ese pedazo de planeta que gobierna, más allá de lo que digan los diarios oficiales o los cónclaves de Ferraz? ¿Qué le dice el diccionario? ¿Cuál es su idea, su descripción, su resumen? Después de haberlo conocido, ¿qué ve? ¿Y qué diferencia existe entre ser una nación y no serlo?

La pregunta es (será) si se puede promover un referéndum para una reforma constitucional que explicite la condición de Catalunya y Euskadi como naciones.

Si Zapatero ha querido volver a ponerse en ese debate, bienvenido sea. En serio, lo considero profundamente interesante a pesar de que sea un trabajo de dudoso resultado jurídico y político: al fin y al cabo, la pregunta es (será) si se puede promover un referéndum para una reforma constitucional que explicite la condición de Catalunya y Euskadi como naciones. ¿Cómo se hace esto? ¿Estas naciones, si son de base exclusivamente cultural, deben poder incluir Nafarroa y el resto de Països Catalans? ¿O la base es también política? Y el resto de comunidades autónomas, ¿tendrían acceso? ¿Cómo se concreta, de facto, esa condición? ¿Incluye solo poderes competenciales (y de financiación) especiales? ¿Tiene en cuenta la presencia internacional? ¿Y qué pondrá en mi DNI? ¿Con qué selección podrán jugar los deportistas? Y, sobre todo, ¿esta condición colectiva reconocida permite crear un estado propio si así se desea? Es más: ¿implica ya el reconocimiento como estado con soberanía, aunque sea compartida?

 Todas estas cuestiones podrían configurar un debate interesante sobre los límites del entendimiento entre Catalunya y España, una especie de “nuevo camino de en medio” después de casi cincuenta años de régimen del 78. En mi opinión no hay reconocimiento nacional que valga si no viene acompañado de reconocimiento de soberanía, es decir, de capacidad para quedarse. Pero todo este profundo debate, con mediadores o sin mediadores, con mayor voluntad política o con menos, con trampas o sin trampas, deja de tener interés (o provoca una inmensa suspicacia) si ni siquiera el president catalán se pronuncia. Si no dice la suya. O lo que sería más grave: si no sabe de qué es president. Si no sabe, como ya empezamos a temernos, qué terreno pisa.