Unas primeras palabras sobre el corto plazo: Illa no tiene por qué ser presidente. Pese a la victoria socialista en votos y en escaños (por primera vez), como ya todo el mundo sabe la partida queda en manos de ERC y ayer los republicanos deseaban que la suma del tripartito no se produjera: pero se produjo, y por tanto ellos tendrán que decidir si facilitan la presidencia de Illa o no. En un fabuloso giro argumental, el presidente Aragonés se sacudió la responsabilidad diciendo “que se entiendan los partidos de la oposición”, es decir Junts y el PSC, pero este ingenioso recurso no hay quien se lo crea. La legislatura queda en manos de ERC y, si finalmente decide no investir a Illa, Puigdemont aún puede ser presidente de la Generalitat en un escenario de reconciliación independentista en una segunda vuelta y por mayoría simple. Vigilados, seguramente, por un PSC que debería abstenerse (una abstención que podría interesar a Pedro Sánchez). Si ninguna de las dos cosas sale, ni Illa ni Puigdemont, entonces vamos a repetición electoral. Y yo creo que vamos a repetición electoral, pero que tardaremos dos meses de discusiones en verlo.

La reflexión importante va mucho más allá y es mucho más grave: el independentismo parlamentario ha perdido un millón de votos y no encuentra la fórmula de recuperarlos. Ni con la famosa mayoría del 52%, ni rompiendo el gobierno, ni pactando con el PSOE, ni poniendo al PSOE en un apuro, el tripartito Junts-ERC-CUP no despierta ya (en su conjunto) el entusiasmo general que despertaba en el 2017. Juntos salva los muebles, y los salva muy bien (ni siquiera en el 2017 Puigdemont había logrado tantos votos), pero salvar a los muebles es un objetivo muy mediocre para un movimiento de esperanzas tan ambiciosas. ERC tiene aún más problemas, pero es el independentismo en global quien ha dejado de ser sexy para los jóvenes y que ya no es suficientemente creíble para demasiado número de boomers. No hace falta cortarse las venas, sucede a todos los partidos independentistas después de haber exprimentado el trauma de no materializar su anhelo, pero haber estado a punto de hacerlo: la resaca de los quebequeses todavía se hace notar electoralmente y los escoceses hace ya unos años que tampoco se encuentran a sí mismos. Una derrota en un proceso de independencia es más dura que las demás, porque obliga a los protagonistas a reubicarse en el mundo real con una velocidad casi imposible. Prometías, y de hecho todavía prometes, lograr la culminación de una aventura que pide casi todas las energías del país. Por eso en el 2017 era una brecha que había que haber aprovechado más: porque, cuando la brecha se cierra, después cuesta mucho negociar una identidad que se limite simplemente a sobrevivir o a la “gestión del mientras tanto”. Nuestro “mientras tanto” lleva más de 300 años durando.

El independentismo tendrá que llegar a un nuevo pacto con sus votantes, y debe ser un pacto maduro: ni yo puedo prometeros la independencia mañana, ni vosotros me la debéis reclamar para mañana. A cambio de darme bastante fuerza, que es lo mínimo al que podemos aspirar, lo que os prometo es que intentaré provocar una nueva rendija y que, cuando se abra, la sabré aprovechar. Pero sin fuerza, olvidémonos de todo y ya podemos pasar directamente a votar socialista. Sí, eso también es lo que ocurre en Escocia. Y la gran pregunta es, por tanto, si para mantener la misma fuerza (o para ganar nueva) tienes que renovar las siglas y las caras de arriba abajo o si bien conviene mantener los hilos que te atan con el pasado . Junts ha intentado ser futuro y pasado a la vez, transgresión y Convergència, y, si bien ha aguantado, el público ha visto con demasiada claridad que le salían las arrugas: no las arrugas convergentes, que por supuesto son más viejas, sino las arrugas del 2017. Sí : el problema que tenemos es que incluso el 2017 se ha hecho viejo. Para todos.

Govern incierto, tripartito inseguro, una fórmula “de obediencia catalana” (según palabras de Puigdemont) para explorar

Victoria, por tanto, del PSC. Govern incierto, tripartito inseguro, una fórmula “de obediencia catalana” (según palabras de Puigdemont) para explorar, repetición electoral posible o probable. Un PSOE que puede estar más interesado en hacer avanzar la mesa de negociación sobre el conflicto que en prescindir de sus socios parlamentarios en Madrid. Junts puede haber sacado menos votos que los socialistas, pero aún tiene siete que condicionan el futuro inmediato de España. El PP (disparado de nuevo en Catalunya, por cierto) lo sabe bien. Si no tiene que elegir entre ERC o Junts como compañeros de viaje, a Sánchez se le facilitan más las cosas. Si tiene que elegir, todo se le puede transformar en un infierno.

Por último: Aliança Catalana ha sido la única formación extraparlamentaria con suficiente fortaleza para irrumpir en el Parlament, lo que dice mucho sobre la mala leche que se apodera del país. Alhora también tenía la mala leche como justificación de su apuesta, sobre todo después de la decepción del 2017, pero para conseguir avanzar hacia la independencia hace falta algo más que indignación o buenas ideas: con este “material político”, es a decir con estos resultados tan decepcionantes, tampoco haremos la independencia. Cabe decir que al menos tuvieron la valentía de aportar alguna idea nueva, que ya es mucho más de lo que puede decirse de los heroicos surfistas que intentan patrimonializar la ola abstencionista. La ola, esta sí, es respetable y enorme y tiene muchos orígenes. Ni de lejos el independentismo está muerto, pero sí se comporta cada vez más como si prefiriera salir de la escena antes que volver a equivocarse. Me parece, repito, tan respetable como potencialmente suicida: pero admito que será aún más suicida no saberlo leer, y no empezar a trabajar para renovar y actualizar el movimiento. El problema no es haber salvado el mientrastanto, que seguramente esta vez se salva: el problema es ponernos a salvar el futuro.