“El sujeto ideal del régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino personas para quienes ya no existe la distinción entre hechos y ficción”
Hannah Arendt

Esto es, precisamente, lo que está propiciando el poder a través de todos sus canales. A nivel institucional, el gobierno contribuye al caos difundiendo sus “mentiras oficiales” como “verdades absolutas”, al tiempo que cualquier otra versión sea tachada de “bulo” o “desinformación”. La oposición entra en su juego, y lanza la misma metralla dialéctica. Los contrabulos para frenar los bulos. Se propaga y dispersa a través de los medios de comunicación que se nutren de publicidad, bien sea de las propias partidas del erario público (enlace con el poder institucional), bien sea por la publicidad de entidades privadas (productos de consumo y servicios), bien sea por la toma mediante acciones del control de la compañía (los fondos de inversión). 

Podemos decir que, “quien manda” en la sombra —aunque cada vez con más descaro— sabe perfectamente cómo anular la capacidad de discernimiento en la mayoría social, para que no se enteren absolutamente de nada. Y así pasan todas las cosas que pasan, utilizándose para financiarlas el dinero que usted y yo pagamos en impuestos y tasas, creyendo de alguna manera absurda que eso revertirá en nuestro bienestar. 

Como decía Lorenzo Ramírez esta semana, en uno de sus magníficos Despegamos, no estamos en un Estado del bienestar, sino ante el Bienestar del Estado. Y no es lo mismo, ¿verdad que no? Cada vez que nos asomamos un poquito a ver a qué dedican su tiempo quienes administran el poder y nuestros impuestos, a mí se me caen “los palos del sombrajo”. Porque resulta que, incluso, prestarle atención a semejante cronología del presunto delito, me quita tiempo para investigar sobre todo lo demás que pasa, que por desgracia, me importa ahora mismo muchísimo más que las mierdas voladoras por doquier, mientras de Aldama las va administrando. 

Pero es que resulta que hay que investigar a fondo sobre los alimentos que nos llevamos a la boca. Y sobre las medicinas que nos recetan como si fueran caramelos. Y sobre el agua que bebemos. Y sobre el aire que respiramos. Sobre la salud, vaya, que es de lo primero que tenemos que cuidar. Especialmente quienes somos padres y madres sabemos de sobra el interés que nos produce todo lo que suponga cuidarnos mejor y que nuestros hijos crezcan felices y sanos. Y seguros, ojo. Que de eso también nos preocupamos, y viendo lo visto, da pavor asomarse al mundo. 

La clave se encuentra en conocer el caos, tratar de entender el caos para interpretarlo e, incluso, anticiparse o, al menos, alejarse mientras sea posible

Son muchas las cosas importantísimas de las que hay que informar. Y resulta complicado enfocar la atención, propia y ajena, cuando hay tantísimo ruido de manera constante. Todo se acelera a un ritmo inasumible. Y a nivel internacional, me pregunto si siempre pasaban estas cosas y era yo la que no prestaba atención, o si, realmente, el mundo se está volviendo definitivamente loco. Chapotear entre la confusión de manera constante nos confunde de tal manera, que ya resulta complicado intuir por dónde está el camino para una solución. La madeja se ha convertido en tela de araña y ahora resulta ya muy difícil despegar los pies del suelo, defenderse ante semejantes depredadores. 

Y entre todo este batiburrillo acelerado, mantengo la duda sobre el origen de este caos. ¿Es el caos la consecuencia del desborde? ¿Es el caos el fin del desborde? ¿Es el caos el medio para que continúe el desborde? ¿Cuánto caos podemos llegar a soportar? ¿Es mejor no analizar demasiado el caos para no desmoralizarme más? ¿Cuánto caos me estoy comiendo sin ser consciente? Supongo que la clave se encuentra en conocer el caos, tratar de entender el caos para interpretarlo e, incluso, anticiparse o, al menos, alejarse mientras sea posible. 

Leía con verdadero placer este análisis de Josh Stylman, donde describe la “guía accidentalista para negar lo obvio” y he sentido un verdadero cosquilleo de gusto. En este brillante análisis, se descuartiza el modus operandi de la manipulación de la opinión pública, del aniquilamiento de la cultura democrática, de la necesidad de la crítica para el sano desarrollo de la sociedad. Describe con divertida claridad cómo se acuñó el término de “teoría de la conspiración”, hoy evolucionado a “conspiranoicos”, y de qué manera se utilizó para acallar a los disidentes del poder. A quienes tuvieran interés legítimo en descubrir aquello que tanto incomodaba a las oscuras esferas.

Y es un gozo recordar aquellas “teorías de la conspiración” que se transformaron en historia reconocida a lo largo del tiempo. Pero nunca hubo disculpas lo suficientemente contundentes para todos aquellos que fueron perseguidos, censurados, insultados, linchados públicamente y llevados a sentirse en algún momento locos por creer en lo que veían sus ojos y analizaban sus trabajos excelentes de investigación. A esos nadie les pide perdón nunca. Porque cuando la mierda apesta y todo se destapa, el mundo se transforma y se llena de gente que “ya lo sabían todo de siempre”, que no reconocen haber participado en el linchamiento contra el disidente. Llegan incluso a quitarle todo mérito, asegurando que resultaba algo evidente. Ese “nunca se dijo que” que tan bien explica mi querido doctor Alarcos. 

Explica Stylman, que “eso no puede ser verdad” se convierte en “el mecanismo de defensa de la mente contra el reconocimiento de patrones”. Y va más allá, pues apunta que “no se trata de escepticismo natural, sino de rechazo programado”. Como le advertí, querido lector, el texto de Stylman es un verdadero goce. Y nos explica que, cuanto más grande es el patrón, más fuerte es la negación. ¿De qué me sonará todo esto? 

“Teoría de la conspiración” se utilizó para acallar a los disidentes del poder. A quienes tuvieran interés legítimo en descubrir aquello que tanto incomodaba a las oscuras esferas

“Cuanto más grande es el patrón, más fuerte es la negación. Han convertido el escepticismo en un arma contra sí mismo, creando una población que defiende reflexivamente la autoridad mientras ataca cualquier desafío de la misma”. 

Digamos que hasta aquí el análisis es un acompañamiento sobre hechos que vivimos actualmente y que se han venido desarrollando de una forma impecablemente descrita por Stylman. Pero el análisis va más allá. Y como decía antes, analizar el caos puede ayudarnos a interpretarlo, y quizás adelantarnos de algún modo a sus embistes. Se supone, que de seguirse el patrón de control que se nos viene aplicando hasta ahora (detalladamente descrito en el texto citado), lo próximo en acontecer serían: identificaciones digitales vinculadas a registros de salud, las CBDC permitirían el dinero programable, los sistemas de crédito social disfrazados de métricas ESG, el capitalismo de vigilancia fusionado con el control estatal, escasez artificial mediante cadenas de suministro controladas… 

“La verdad no está oculta, sino protegida por su propia audacia. Como observó Marshall McLuhan: “Solamente los pequeños secretos necesitan protección. Los grandes se mantienen en secreto gracias a la incredulidad pública”. Esto explica por qué las grandes revelaciones a menudo se esconden a plena vista: la escala del engaño coordinado excede lo que la mayoría de las personas puede aceptar psicológicamente como posible”, nos advierte. 

Llegados a este punto, pensar en el “para qué seguir ahondando”, es lo lógico. Es esa lucha de la que he hablado esta semana con Josep M. Coll, autor de El monje y el activista. Debatirse entre procurar enfocar más y mejor la atención, en lugar de perderse en túneles, sintiendo que no tienes tiempo de llegar a todo…  Pero como dice Stylman, “una vez que ves el patrón, no puedes dejar de verlo. Una vez que entiendes que el poder coordina, planifica y conspira por su propia naturaleza, la única teoría conspirativa absurda es creer que no lo hace.” Y como no podía ser de otra manera, porque el análisis sube en intensidad, termina con un dardo directo a la frente del lector: “La cuestión no es si lo ves o no, la cuestión es: ¿qué harás cuando ya no puedas dejar de verlo?”