Me ha cogido a contrapié tener que volver a trabajar porque las vacaciones no las he visto. He tenido, pero me han faltado, cada año me faltan más; independientemente de cómo me haya ido el verano. De hecho, este ha sido un comentario bastante compartido el primer día de trabajo, con las singularidades de cada uno y las particularidades de cada caso, pero con una explicación bastante recurrente: me pasa más a medida que me hago más mayor. No quiero quitar importancia a la edad, tiene mucha, y de hecho, la reflexión que quiero hacer refuerza este argumento; aunque, en un sentido diferente de lo que podíamos llamar clásico y habitual. Lo que quiero es añadir una dimensión más a la profundidad reflexiva que te puede dar ir haciendo años; hacerte vieja o viejo.
A mí me da la impresión que sin desmerecer que a cada año que pasa me canso más físicamente y, por lo tanto, me cuesta más recuperarme —los catalanes y las catalanas hacemos cosas—, de las obligaciones —incluido el ocio—, de mi vida social, entendida en su definición más genérica; pero lo que exige más descanso es la desazón que me genera el panorama social, político y económico tan decepcionante que tenemos. ¡Vamos para bajo sin frenos!
Las vacaciones no solo me permiten recuperarme del cansancio de la vida diaria, de las horas de trabajo; me permiten también ponerme dentro de una burbuja, más o menos lograda, de un mundo ideal. Que no por aislarme de las noticias para tener un poco de paz, tanto mental como de espíritu. Ciertamente, esta burbuja no lo es nunca del todo, y menos este año, por como ha empezado la nueva legislatura, justo en agosto, con parlamentarios y parlamentarias mirando hacia otro lado ante las arbitrariedades que dinamitan precisamente la representación en el propio parlamento que constituyen y representan sin que les tiemble ni un pelo del cuerpo. Tampoco por el hecho de que los mossos disuelvan manifestaciones pacíficas con gas pimienta, mientras ellos y ellas están en el hemiciclo.
Supongo que en una sociedad individualista y narcisista es imposible que los y las representantes de los partidos políticos no lo sean también
En este mismo sentido, recordaré especialmente la rueda de prensa protagonizada por la cúpula de Interior del gobierno de Catalunya al día siguiente del sin sentido de una operación jaula que ha dejado el nombre del cuerpo policial y su prestigio a la altura del absurdo de una tira cómica. No es ya una cuestión de pura vergüenza ajena, y de indignación por los discursos auto justificativos esperpénticos que se pronunciaron; es la preocupación de ver como de deprisa y que fácilmente se están deteriorando las instituciones catalanas y sus representantes.
Tener que descansar de cómo es el mundo, puede ser que no sea indicador de nada más allá que de una carencia personal —no rehúyo esta lectura—, pero lo que me parece que me genera esta necesidad, no es solo esta degradación palpable de nuestra democracia, sino el papel que juegan en esta misma decadencia los mismos partidos políticos —de los jueces y juezas no hace falta ni hablar—, que supuestamente tienen que ser garantes.
¡No sé cómo lo haremos! Supongo que en una sociedad individualista y narcisista es imposible que los y las representantes de los partidos políticos —por los menos de forma mayoritaria—, no lo sean también, y, por lo tanto, actúen en función de intereses particulares sin disimular, y no según las proclamas colectivas de las campañas políticas, y por eso reitero, ¿qué haremos si ya no nos sirven a la democracia?
La primera mitad del siglo XXI nos ha dejado claro, cuando menos a mí, que la fórmula ya no funciona, para salvaguardar los derechos que una sociedad democrática garantiza a la ciudadanía; solo hay que ver lo que está pasando en Catalunya con tantas cosas, la última con la ley de amnistía. ¡Que no se acabe el verano, porque ahora mismo me da miedo pensar cómo llegaremos, qué mundo tendremos, cuando llegue la primavera!