Parece que a los humanos nos gustan mucho los extremos —o blanco o negro— y nos dan pereza o miedo los grises. El feminismo es un ejemplo de ello. ¿Qué ocurre con el feminismo? Pues, que nos hemos pasado siete pueblos y que hace tiempo que no damos pie con bola. Las mujeres hemos pasado de ser unos seres inferiores a los hombres a ser sus Rottenmeiers. Cualquier cosa que hace un hombre (aunque lo haga con buena intención) ofende alguna mujer. Ay del hombre que inocentemente se le ocurra abrir la puerta de un restaurante a una mujer para que pase primero o que le aparte la silla para que pueda sentarse; le caerán encima diez años de humillaciones y de broncas. Los hombres tienen que saber exactamente qué desea una mujer en todo momento y no equivocarse nunca. Es la penitencia que tienen que pagar por los cientos de años de machismo. Ni tanto ni tan poco. Hay muchas mujeres que creen que tienen el derecho de tratar los hombres como si fueran imbéciles y de decirles cómo deben hacer las cosas para tenerlas siempre contentas. Yo, a eso, lo llamo histeria (en el mejor de los casos) y no feminismo. Un hombre no ha nacido para satisfacer todos los deseos de una mujer; al igual que una mujer tampoco ha nacido para satisfacer los deseos de ningún hombre. Hemos nacido para ser personas tolerantes y respetuosas con nuestro entorno; sea con los humanos, los animales o la naturaleza (pero esto ya es otro tema…).

Igualdad significa tener los mismos derechos y oportunidades.

Veo chicas en las redes sociales que hablan con una prepotencia que va de Portbou a las Terres de l’Ebre y vuelve. Ridiculizan cualquier cosa que hacen los chicos; como si ellas lo supieran todo de la vida y de las relaciones humanas y ellos no supieran nada. Y ni siquiera conjugan bien los verbos cuando hablan. El feminismo no tiene que ser un ahora nos toca a nosotras tener el poder; porque si empezamos así, entraremos en una espiral de despropósitos y de malestar infinita. El feminismo tiene que ser cooperación e igualdad. La única manera de avanzar y progresar como sociedad es ser conscientes de que las mujeres hemos sufrido y continuamos sufriendo discriminaciones y malos tratos y poner los medios para que esto no se repita. Igualdad no significa intercambiarnos los roles y volvernos seres prepotentes y supremacistas para vengarnos de todo lo que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia. Igualdad significa tener los mismos derechos y oportunidades.

Obviamente, no negaré que, durante siglos, las mujeres hemos sido humilladas, maltratadas y marginadas (todas hemos sufrido el machismo en mayor o menor grado). También es cierto que ha habido hombres y sociedades muy machistas (incluso mujeres) y que actualmente todavía quedan, pero también es cierto que hay hombres que quieren la igualdad y que se los desprecia por el mero hecho de ser hombres. Estos hombres no tienen ninguna culpa de lo que hicieron sus antepasados hace doscientos años o de lo que ahora hacen algunos hombres. Lo que tenemos que hacer, los hombres y mujeres que creemos en la igualdad, es unirnos para combatir el machismo que sigue activo; porque, desgraciadamente, no solo hay hombres machistas, también hay mujeres que lo son (y mucho). Mujeres que han aceptado el machismo como un estilo de vida y se han acomodado en el papel de víctima o que se sienten atrapadas porque no conocen nada más. La venganza en forma de humillación y de prepotencia no lleva a ninguna parte, todo lo contrario, aumenta la distancia entre los hombres y las mujeres otra vez; la cooperación, en cambio, hace que una sociedad avance y progrese y que los cambios sean posibles. Tenemos que aprender a perdonar (y no olvidar) para poder salir adelante. Nadie ha dicho que sea fácil, pero se tiene que intentar.