Cada lunes, en la plaza de la Vila de Gracia, un grupo de independentistas se reúne para entonar las canciones que para muchos, hoy, tienen un sabor agridulce. Los lunes por la noche, cuando cruzo la plaza a pie, lo hago huyendo de una disonancia incómoda. Es una mezcla de encogimiento, compasión y rabia. Un estadio intermedio entre el sentimiento de pertenencia y la vergüenza, entre la culpa y el rechazo. Admiro su persistencia y, a la vez, compadezco su ingenuidad. Pienso que hay quien se aprovecha de sus anhelos legítimos, pero que, al mismo tiempo, su obstinación es la consecuencia de un fracaso que la mayoría de los que están, si se lo preguntara, se negarían a asumir. Quizás, precisamente porque el conflicto étnico los hace para siempre de mi bando, no puedo pasar nunca por la plaza pretendiendo que no están.
La semana pasada, cuando la Assemblea Nacional Catalana puso a la venta sombreros de paja "de amenaza muy alta", ya no había chicha ni para ensañarse con ellos. Es infantilizador tratar la movilización de los que todavía se movilizan como fruto de una manipulación emocional, pero me parece que todavía lo es más hacerles salir a la calle con el argumento que cada manifestación —o cada acto de apoyo al president Puigdemont— es imprescindible para alcanzar la independencia. Mientras algunos nos miraremos las imágenes de la convocatoria del 11S desde el espacio que queda entre la superioridad intelectual y la vergüenza, los que están —en cada circunstancia en la que se les pide— podrán convencerse de que no somos independientes porque falta gente en la calle y que, si persistimos, ganaremos. Los años de consignas simplistas han acabado por simplificar los esquemas políticos de los catalanes y es imposible decirlo sin tratar de estúpida a toda esa gente que, de buena fe, ya tiene la camiseta de la manifestación de este año comprada.
De los que quedan admiro su persistencia y, a la vez, compadezco su ingenuidad
Por una parte, paso por la plaza de la Vila, veo guitarras, y no sé qué cara poner. La Estaca me hace pensar en mi propia apatía. Por otra, toda esta masa de sensaciones —que no son más que los excedentes podridos de años de sentimentalismo barato— se funden en una gran bola de despecho cuando un solo político independentista llora porque ya no existe mayoría independentista. El pasado lunes, Marta Rovira fue a Els matins de TV3 explicando lo duro que había sido su regreso del exilio por este motivo. Como si en ello no hubiera tenido nada que ver, como si la culpa hubiera sido de los que se quedaron aquí. Como si la mayoría independentista que años atrás había existido hubiera acabado en otra cosa que con gente haciendo cánticos en las plazas y una idea de independencia vacía con la que los jóvenes ya no se pueden mirar al espejo. Hay un repliegue nacional(ista) consecuencia del vaciado, pero la masa social que se repliega lo hace en términos de minoría nacional, sobre una base cada vez más pequeña, con una militancia que cada vez exige más esfuerzo.
Paso por la plaza y toda esta gente me parece una especie de reliquia de otro tiempo. Hay quien todavía tiene las narices de repetir que "no conoce a ningún independentista que haya dejado de serlo". Porque no podemos. En un contexto de conflicto étnico, lo somos más o menos en la medida en la que somos catalanes. La pregunta es, más bien, en qué términos lo somos. Apocados de unas formas reivindicativas que chabacanean y desconfiados de nuestros brazos políticos, la nación es una barca por la que no para de entrar agua. Todo vive bajo amenaza, y la confrontación entre la sensación de que como catalanes tenemos que poner el cuerpo cada día para defender nuestra existencia y cualquier performance con las dinámicas de antaño hace imposible que nos las miremos, precisamente, desde un lugar de pertenencia sin contaminar. Queda una semana para el Once de Septiembre y no hace falta ser una gran lumbrera para saber que, con la ANC, Òmnium y el movimiento independentista en el estado en el que está, muchos guardaremos la distancia necesaria para no sentirnos cómplices de nada.