Esta semana he visto a gente muy preocupada por la libertad de expresión en las redes sociales. Periódicos nacionales e internacionales, escritores, referentes de la cultura que han decidido abandonar Twitter (X) porque dicen que proliferan la ultraderecha, la manipulación y la desinformación, pero que, en cambio (siguiendo una lógica que aún no he acabado de entender), conservan la cuenta de TikTok o de Instagram, dos redes que todos sabemos que son claramente democráticas y que apuestan por ayudar a la gente desvalida y por mostrar la realidad sin filtros. Es gracioso que sean diarios (algunos, no todos, ¡gracias a Dios!) los que decidan hacer las maletas y despedirse de Twitter, porque justamente hace años que la gente se queja de que la prensa es imparcial a la hora de publicar noticias. «¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame que te quite la paja del ojo”, si tú tienes una viga en el tuyo?» (Mt 7,4); pero no seamos malpensados.

La gente se queja de la falta de libertad de expresión de Twitter, pero, en cambio, viven en relaciones de pareja tóxicas y trabajan en empresas que los esclavizan. A mí Twitter siempre me ha parecido una red muy abierta de mente y un sitio donde puedes expresar siempre lo que quieres. No fue Twitter quien encarceló a Pablo Hasél por sus tuits. El problema no es Twitter, sino los usuarios. Twitter es muy permisivo, deja que todo el mundo opine y exprese su parecer desde el respeto (siempre puedes denunciar a un usuario o un tuit por motivo de odio; de abuso y acoso; de amenazas violentas; de seguridad infantil…); el uso que hacemos nosotros de él es otro tema. No negaré que hay mucha gente que intenta sublimar todas sus frustraciones personales haciendo tuits llenos de odio; todos, en algún momento de nuestra vida, hemos caído en esta trampa, sea en Twitter o bebiendo más de la cuenta y diciendo tonterías en un bar. Todos hemos aguantado a borrachos que se desahogaban de sus penas; la vida es así, en Twitter y en la calle. A mí me preocupan más aquellas redes, empresas o personas que saben cuál es el camino correcto y deciden hacer sus leyes y condenar a toda la gente que no piense como ellos.

A mí me preocupan más aquellas redes, empresas o personas que saben cuál es el camino correcto y deciden hacer sus leyes y condenar a toda la gente que no piense como ellos

Otra entidad que se ha sumado a esta moda de abandonar Twitter, alegando que la manipulación y la desinformación de esta red es incompatible con sus valores y con la defensa de una sociedad democrática, ha sido el Institut Ramon Llull. El MHP Carles Puigdemont no tardó mucho en hacerles saber a través de un tuit que no estaba de acuerdo con esta decisión, argumentando que son una entidad pública que debe velar por la lengua catalana y su internacionalización y que no se pueden permitir renunciar a uno de los pocos canales de comunicación que tienen para ello. Me pareció una argumentación muy acertada.

En toda esta fuga masiva veo demasiadas contradicciones y poca lógica; veo más un trasfondo político que unas ansias de expresarse con libertad. Yo me quedo en Twitter porque me parece que es de los pocos sitios donde todavía —contrariamente a lo que piensan todas estas personas que han huido en estampida— existe libertad de expresión y, por lo tanto, donde todavía puedes informarte de lo que ocurre en el mundo desde diferentes puntos de vista y sacar tu propia opinión.