Tal día como hoy del año 1553, hace 471 años, en Ginebra (entonces una república municipal independiente); un pelotón de soldados del gobierno de la ciudad subía al cadalso público de las ejecuciones al médico y científico Miguel Servet; lo ataba a un palo y prendía fuego a los materiales inflamables situados alrededor, provocándole la muerte por cremación. Servet, que con anterioridad había participado activamente en el proceso reformista, fue detenido, interrogado, torturado y asesinado por orden de los consejos eclesiásticos protestantes de Zúrich, de Schaffhausen, de Berna y de Basilea; acusado de divulgar ideas contrarias a los dogmas de la iglesia calvinista, la confesión mayoritaria en Ginebra. Poco antes, Juan Calvino, fundador de esta confesión, había proclamado que si Miguel Servet ponía los pies en Ginebra, no saldría vivo.

Miguel Servet nació en 1511 en Vilanova de Sijena (muy cerca del monasterio de Sijena, en la comarca aragonesa de los Monegros), en una familia formada por Antón Servet Melet —notario del monasterio— y Caterina Conesa Saporta, descendiente de la familia judeoconversa de los Saporta, de Monzón —la capital comarcal. En la época en que nació Miguel Servet (principios del siglo XVI) las lenguas de uso habitual en aquella zona (la cuenca del Cinca) eran el aragonés y el catalán. Por este motivo, es muy probable que Miguel Servet, además del aragonés, que sería su lengua materna; tuviera conocimiento del catalán, que era la lengua de cultura del territorio, como demuestra el hecho de que el consejo municipal de Monzón o las rectorías parroquiales del territorio redactaran en catalán toda la documentación que enviaban a Lleida.

Miguel Servet fue capturado por las autoridades de Ginebra (en aquel momento totalmente dominada, confesional e ideológicamente, por la iglesia calvinista) mientras viajaba desde Lyon (de donde había escapado después de ser detenido y encarcelado, delatado por gente próxima a Calvino, en una mazmorra de la Inquisición) en dirección hacia la península italiana. Servet había proclamado que Jesucristo no tenía naturaleza divina y sostenía que el alma humana era una emanación de la divinidad que residía en el aparato circulatorio sanguíneo. Proclamaba también que este movimiento la permitía estar esparcida por todo el cuerpo y eso podía impulsar al hombre a una condición divina. Por estas prédicas, fue declarado hereje tanto por los católicos como por los calvinistas.