Que la mayoría de las personas tiene graves problemas de comprensión (no solo lectora) es una evidencia que no cuesta nada de constatar. Solo hace falta tener una conversación en la calle para darse cuenta de que casi todo el mundo habla en una sola dirección; es decir, que o bien no escuchan lo que les dice el otro interlocutor o bien solo oyen lo que quieren oír. Ya os podéis imaginar que esta situación no puede acabar bien de ninguna manera; de hecho, a menudo suele acabar a puñetazos o con un ametrallamiento de insultos, porque muchos cerebros no dan para más. Cabe decir que muchos de esos insultos que emite la persona ofendida suelen hacer más referencia a sí misma que a la persona a la que no ha escuchado en ningún momento.

 

Si nosotros mismos no nos entendemos, ¿cómo pretendemos entender a los demás?

 

Los problemas de comprensión no solo se ven en las escuelas, también se ven en la calle y en los debates políticos (que parecen más un patio de una escuela de educación primaria que una reunión de adultos cuerdos). Lo que os voy a decir ahora seguramente os sorprenderá (sobre todo a aquella gente que vive inmersa en su neurosis particular y que, sin haber leído nada sobre el tema y basándose en tópicos, cree —y no piensa, porque lo suyo es un acto de fe, más que de raciocinio— que el psicoanálisis es una pseudociencia): para solucionar este caos interpretativo es muy importante ir a un buen psicoanalista (digo buen porque de curanderos iluminados hay en todas partes) y sanar interiormente. Si no sanamos interiormente, nunca llegaremos a entendernos entre nosotros. Si nosotros mismos no nos entendemos, ¿cómo pretendemos entender a los demás? Es obvio y lógico, ¿no?

 

Os pondré un ejemplo de esta incomprensión que impera actualmente (de hecho ha imperado siempre, pero ahora somos más antisociales y narcisistas que nunca) para que se entienda todo mucho mejor (je, je, je, a ver si consigo que se entienda y se comprenda). Me encuentro a una persona por la calle y le digo, muy sinceramente, que está muy guapa hoy. Pero esta persona interpreta mis palabras de una manera radicalmente diferente: cree que le estoy diciendo que el resto de los días no está guapa y se ofende, y en vez de decírmelo, se lo guarda dentro y empieza a hablar mal de mí con todos sus amigos. Resultado: hay todo un grupo de gente ofendida por lo que no he dicho (o, al menos, no soy consciente de haberlo dicho o no era mi intención que se produjera esta mala interpretación) y soy incapaz de entender el motivo de ello (porque no me lo han transmitido), y ya es imposible deshacer el embrollo (básicamente porque continuamos hablando por canales diferentes y ahora, además, está el enfado de por medio).

Como muy bien dijo Sigmund Freud, haciendo referencia a la subjetividad de las personas: «A veces un puro es solo un puro». Con estas interpretaciones sesgadas de la realidad, es normal que a menudo se produzcan disputas irracionales y que no se llegue nunca a ningún acuerdo placentero para todos los implicados (unos hablan por un canal y otros por otro, y las palabras de unos y otros nunca llegan a coincidir). Se entiende, pues, que vivamos momentos de tanta tensión y que —porque poca gente ha hecho un trabajo sincero de introspección y de sanación— se llegue a las manos y a las zancadillas. La gente ya no debate, ya no argumenta las posiciones que defiende desde el respeto y la humildad; ahora, ante la incapacidad de resolver los problemas con madurez mental, la gente solo insulta, critica y emplea la violencia para no afrontar lo que realmente tiene que afrontar: que no se soportan a ellos mismos y no saben por qué. Si seguimos así, pronto desaparecerá el lenguaje verbal y volveremos a la edad de piedra. Que tampoco digo que sea algo negativo, quizá seremos más felices que nunca. Chi lo sa.