La premisa de la que nadie me quita es que el independentismo catalán lo tenía todo a favor el 1-O, incluso el 10-O, incluso el 27-O, y lo derrochó. "Oh, el independentismo no: solo los políticos cobardes". Pues no, el independentismo. No vale empujar a los líderes políticos hacia adelante para luego decir que no te representan: o son líderes políticos que puedes utilizar, porque tienen fuerza electoral y política, o no te representan y, por tanto, renuncias a utilizarlos. Como el presidente de Catalunya me y nos representaba entonces, y también su gobierno, me y nos representan sus errores aunque considerase y consideramos que son errores. Históricos. Errores que comprometen toda la historia del independentismo, en la Wikipedia y en todas partes. Sus aciertos, por otra parte, y sin embargo, también.

Pero de eso ya hace seis años. Esa pérdida de la oportunidad histórica vino seguida de un gobierno socialista “pacificador” que abrió una mesa de negociación con el president Torra en Pedralbes, y esta mesa se rompió justo a raíz de la reclamación de un mediador para el conflicto político, lo que comportó incluso el adelanto electoral en España. Todo ello fue acompañado de la inhabilitación de Torra, recordémoslo (siempre hay algún juez o alguna institución dispuestos a tender la trampa), lo que permitió cambiar hacia un interlocutor más “amable”, ERC, que al obtener la presidencia de la Generalitat inauguraba una mesa de diálogo sin mediadores y con otros objetivos inmediatos. Pedro Sánchez dictó los indultos y reformó el Código Penal mucho más condicionado por el Consejo de Europa que por ninguna mesa de diálogo, pero ahora no importa, la siguiente pantalla ya la conocemos: Junts acaba saliendo del “govern del 52%” y después, de forma imprevista, acaba siendo determinante en Madrid. Y es en este contexto que es necesario analizar los acuerdos firmados esta semana en Bruselas.

Primero es necesario decir que el acuerdo, más que con mediadores, parece diseñado por mediadores y casi para mediadores. Este es su defecto y también su virtud. No es un “compromiso histórico” en términos políticos, pero sienta las bases para que pueda haber uno. El “compromiso histórico” sería, pues, poner estas bases. El texto claramente no va enfocado a resolver el conflicto de forma concreta, aquí y ahora, sino en crear las condiciones para que el conflicto sea resoluble de forma pacífica. Casi parece un acuerdo escrito por una institución o autoridad europea. En efecto, no se cobra por adelantado, como se había dicho, pero se crean condiciones por adelantado y con nuevas garantías. Cualquier observador internacional, observando dónde estamos, diría que ni España puede dejar de admitir la represión ejercida contra una ideología (el PSOE incluso admite en ese pacto la existencia de lawfare), ni la pulsión de un grave conflicto político que viene de siglos, ni la necesidad de resolverlo extrajudicialmente; Y por su parte el independentismo no puede ignorar que la unilateralidad no se aguantó de forma suficientemente fuerte en su momento, que tampoco se puede esgrimir la unilateralidad en tiempo de diálogo (bueno, se puede, pero solo para avanzar la constitución de espacios políticos nuevos) y que la solución al conflicto no puede recaer en una simple investidura (ni menos en un acuerdo de tres folios). Dadas las heridas y distancias, y la sensibilidad del tema, cualquier "compromiso histórico" necesita un tratamiento largo y supervisado por mediadores que garanticen la solidez de cada paso en las conversaciones. De hecho, que el documento mencione explícitamente lo que separa a las partes, casi como líneas imposibles de atravesar, indica que el pacto versa mucho más sobre el “cómo” que sobre el “qué”: de hecho, indica que el acuerdo sobre el “qué” será casi imposible. Pero que se comprometen a intentarlo. Visto así, insisto, cualquier observador internacional bendeciría el intento. Ahora os sentáis, habláis e intentáis encontrar un entramado. Normalmente, cuando se obliga a ello, ambas partes ponen cara de dolor de estómago.

Que el gobierno de España y las reformas en el Estado te vengan condicionadas por gente no española (no que no se siente: que no lo es) debe escocer siempre, y más si es un “prófugo” que debes ir a ver a Bruselas para firmar.

Hasta ahí las inconcreciones. En cuanto a las concreciones: todo esto vendría complementado por una ley de amnistía amplia, lo suficientemente amplia como para poner a media España en pie de guerra y cerca (más que nunca en cuarenta años) de un colapso institucional y sociopolítico. Que el gobierno de España y las reformas en el Estado te vengan condicionadas por gente no española (no que no se siente: que no lo es) debe escocer siempre, y más si es un “prófugo” que debes ir a ver a Bruselas para firmar. Y aquí tengo que decir que esta ley de amnistía (no firmada todavía) podría ser aún más sólida legalmente, porque ha estado en manos de los mejores abogados posibles, pero la política le ha dejado más sometida a los avatares de comisiones e informes que auguran delicadas discusiones caso por caso. Sea como fuere, y vuelvo al observador exterior, no se podía abordar ninguna mediación con una represión judicial vigente. Y aquí es donde veo el verdadero potencial del acuerdo: en el 2017 el Estado frenó la independencia gracias únicamente a los jueces. No al 155, sino a los jueces. Y son los jueces lo que esta ley pone precisamente en un serio apuro. El único “ejército” que les quedaba.

Si España no se reforma con una combinación de mayorías como la actual, y en estas condiciones de negociación del conflicto, nunca se reformará. Confieso, por otra parte, que tampoco veo a Junts presentándose a las elecciones catalanas como socio parlamentario del PSOE, pero esto ya son conjeturas basadas en la experiencia: tiendo a pensar que España nunca falla, y el PSOE nunca falla, a la hora de fallar. Solo que ahora lo haría ante un sistema arbitral que tomaría buena nota. Este es un acuerdo con mediadores, pero también, como decía, aparentemente redactado por mediadores y para mediadores. Vale, puede servir. Pero ahora viene el pero.

Los independentistas no somos mediadores. Somos independentistas. De hecho, la vía dialogada ya la intentamos múltiples veces antes de octubre de 2017, la intentamos durante años e incluso durante décadas. Tenemos todo el derecho, pues, al escepticismo. Todo el derecho al cansancio. Incluso a exigir más resultados, y en su defecto, a preparar guiones paralelos. Tenemos el deber de tener listos, como diría Aznar cada uno desde su sitio, todos los escenarios.