Carles Puigdemont exigía el lunes a Pedro Sánchez que se sometiera a una cuestión de confianza. Con este objetivo, el grupo de Junts en el Congreso presentaba el mismo día una proposición no de ley en el Congreso. La intención de Puigdemont, parece, es dar un toque de atención —eso sí, con dramatismo— ante lo que él y Junts consideran incumplimientos de Sánchez o —si queremos ser más benevolentes— aplazamientos y falta de determinación, que son evidentes. Las competencias en inmigración y la cuestión del catalán en la UE son dos de los ejemplos que puso el expresident.

El motivo por el que la herramienta escogida para intentar atemorizar a Sánchez ha sido una cuestión de confianza, quizás tenga que ver con una maniobra parecida diseñada por Puigdemont y ejecutada por el siempre servicial Albert Batet en el Parlament de Catalunya hace dos años. ¿Se acuerdan? Un buen día de septiembre, Batet reclamó insospechadamente al president Pere Aragonès que se sometiera a una cuestión de confianza. La tormenta que ello desencadenó desembocó, finalmente, en la ruptura del Govern, que Junts abandonó. Puigdemont y, desde el otro lado, Oriol Junqueras fueron quienes, en última instancia, decidieron la ruptura. Sin embargo, no parece que ahora las consecuencias puedan ser ni mucho menos comparables. De momento, Sánchez se hace el sordo y aparentemente no se ha tomado el embate muy en serio. Eso sí, ha reiterado que, algún día, no se sabe cuándo, se reunirá con Puigdemont.

Más allá de esto, y de que ambas situaciones presentan bastantes diferencias, el gesto amenazador de Puigdemont bien puede interpretarse como una muestra de debilidad o de desesperación. Y un afán por intentar compensar o disimular una situación de desventaja que, en mi opinión, es bastante clara. La pregunta es, pues: ¿quién está más atrapado, realmente, Sánchez o Puigdemont? Es una certeza, una certeza aritmética, que Pedro Sánchez necesita a Junts para salir adelante e ir aprobando leyes, el presupuesto del año que viene, en primerísimo lugar. Ahora bien, no es menos cierto que Junts y Puigdemont necesitan que Sánchez no caiga. Que siga ocupando la Moncloa. Esto es así, a pesar de los ditirambos dramáticos que pueda hacer Míriam Nogueras desde la tribuna del Congreso. Sánchez lo sabe perfectamente.

Junts puede martirizar a Pedro Sánchez, pero no lo puede hacer caer

La primera razón —no necesariamente la más importante— es diáfana. Puigdemont, a quien le cuesta mucho abandonar la retórica octubrista, no puede abrir la puerta a un gobierno de PP y Vox, que esta es la consecuencia que tendría hacer caer a Sánchez (la forma de hacerlo expeditiva sería apoyar una moción de censura del PP). Esto, a fecha de hoy, por más que los medios madrileños en guerra contra Sánchez —y algunos republicanos, como el fanfarrón de Rufián— especulen, resulta inimaginable (a no ser que a Puigdemont y Junts les dé por suicidarse políticamente). Los fans de Puigdemont y los electores de Junts no lo entenderían de ninguna de las maneras. Una cosa es incurrir a menudo en contradicciones y otra muy distinta coronar a Feijóo y Abascal.

Una segunda razón, muy y muy relevante, es que sin Sánchez no hay amnistía que valga. I Puigdemont necesita una amnistía que ahora se encuentra embarrancada por la acción del Tribunal Supremo. La esperanza es un Constitucional que, en principio y hasta donde se pueden calcular estas cosas, debería ser proclive a darle luz verde. Si antes llega un gobierno de la derecha y la extrema derecha, Puigdemont ya puede despedirse de la amnistía. ¿Podría cerrarse un pacto —que tendría que ser secretísimo— por el que Puigdemont favorezca un gobierno de Feijóo a cambio de que la cúpula judicial —tan de derechas— ponga facilidades a la amnistía? No resulta verosímil.

Puigdemont y Junts pueden ponerse de acuerdo con el PP en algunas cuestiones, como ha ocurrido esta semana con el impuesto a las eléctricas. O no apoyar los presupuestos. Pueden, en definitiva, martirizar a Pedro Sánchez, pero no lo pueden hacer caer. Así es, a mi entender, como seguirán siendo las cosas.