Mientras Pedro Sánchez saca pecho ante sus camaradas sindicalistas, diciéndoles que resistirá hasta 2027 y más allá (y a la derecha española se le acaban los familiares imputables para derrocar al líder supremo del PSOE), y Salvador Illa despliega su plan de normalización política (y los partidos independentistas solo han podido reprocharle que no moja el pa amb tomàquet con aceite catalán), resulta bastante oportuno preguntarse quién hace de oposición política al Molt Honorable 133. En el plano de los hechos, se puede comprobar que los líderes independentistas están mucho más pendientes de presionar a Pedro Sánchez que de ofrecer un plan alternativo para Catalunya y contrarrestar las políticas de Illa. Dicho de otra manera, la derrota del procés se oficializa (de nuevo) cuando los partidos de obediencia catalana son los primeros en confesar a la sordina a sus electores que la política de verdad se hace desde Madrid.

En efecto, si durante los momentos álgidos del independentismo alguien como Carles Puigdemont todavía podía disfrazarse del padre de Hamlet desde Waterloo para amenazar las estructuras del poder español y fingir un retorno a Catalunya, hoy por hoy el Molt Honorable 130 solo puede sacar la nariz de vez en cuando en el Telenotícies con el objetivo de recordar a Sánchez que le debe una investidura. Eso es exactamente lo mismo que perpetra Oriol Junqueras, que muy pronto ganará las primarias de ERC (contra un señor que no conoce nadie, más allá de su pueblo y la consecuente familia) y quien ya se ha apresurado a decir que exigirá más celeridad en el cumplimiento de los acuerdos con el PSOE. De momento, si de nuevo nos ceñimos a los hechos, Sánchez ha podido sobrevivir sin que en el Parlamento Europeo se hable catalán ni la Generalitat tenga competencias de inmigración. Como siempre, si a alguien le escuece: "vuelva usted mañana".

Los líderes independentistas están mucho más pendientes de presionar a Pedro Sánchez que de ofrecer un plan alternativo para Catalunya y contrarrestar las políticas de Illa

En todo este contexto, Salvador Illa parece que gobierne el país con una comodísima mayoría absoluta. De vez en cuando, al president le toca ir al Parlament para discutirse con el pobre chico de Albert Batet, Josep Maria Jové (un hombre inteligente de Esquerra, pero acostumbrado a vivir escondido bajo la barriga de Junqueras y a negociar con los capataces socialistas peninsulares) y alguien de la CUP de quien todavía nos tenemos que aprender el nombre. Con esta patulea de oposición, no me extraña que el Molt Honorable acuda a la cámara catalana con una ataraxia más imperturbable que la del esclavo Epicteto. De hecho, también resulta notorio que el único diputado que ha conseguido perturbar la calma de Illa siga siendo Sílvia Orriols, que ha aprovechado muy bien las interrupciones del jefe de bedeles Josep Rull para añadir unas cuantas onzas más de victimización a su cruzada para llegar a la tribu pura.

Hablando de Josep Rull, ayer me hizo gracia leer un publirreportaje (en un ejemplar de La Vanguardia que empapelaba el sotobosque de un urinario) titulado "Presidente y contrapeso" donde el diario de Godó alababa irónicamente la prueba de este desdichado Molt Honorable con la base argumental que el presidente del Parlament ya ha visitado nuestras 43 comarcas y que se ha cascado más de 40.000 kilómetros de automóvil. Según el texto en cuestión, espero que con espíritu irónico, esta gran capacidad excursionista sería la clave que tiene en Rull para expandir su relato: "el de la Catalunya nación que debe recuperar la autoestima". Yo diría, querido Josep, que lo primero que tiene que recuperar el país son todas las ilusiones (y ya que estamos, el dinero) que le habéis robado a la gente de buena fe. Pues bien, esta gentecilla es la que tiene que evitar que el plan de normalización españolizadora de Illa tirio adelante. Es para llorar.

Si las primarias de Esquerra acaban como es previsible, veremos cómo Illa tendrá por rivales los dos políticos que protagonizaron la farsa del procés, ambos sin la pátina de legitimidad que tenían antes de los hechos del 2017. De hecho, una vez se efectúe la purga junquerista de díscolos entre los republicanos, sus liderazgos serán cada día más semejantes a la vía venezolana, con la consecuente residualización religiosa; dicho de otra forma, solo los votarán los creyentes. En todo este contexto, como puede comprender a cualquier persona, Salvador Illa puede acabar superando el récord de longevidad política de Jordi Pujol.