Quién no recuerda aquel "apoyaré la reforma del Estatuto de Catalunya que apruebe el Parlamento de Catalunya" que José Luis Rodríguez Zapatero pronunció en la campaña de las elecciones catalanas de 2003 que convirtieron a Pasqual Maragall en president de la Generalitat. Y quién no recuerda también cómo se olvidó de ello cuando llegó la hora de la verdad e incumplió su promesa. Ahora, aquel presidente del gobierno español, que —precisamente a raíz de este episodio— tenía fama de no ser de fiar, resulta que dice que ha establecido "una relación de confianza, quizás un poco más que una relación de confianza" y todo, con Carles Puigdemont para, según declaró en una entrevista en La Vanguardia, buscar "una solución de fondo a la cuestión de Catalunya". Vista la experiencia, ¿alguien se cree que ahora sí se puede confiar en él?

Por aquel entonces, José Luis Rodríguez Zapatero era un ilustre desconocido que acababa de llegar a la secretaría general del PSOE —tras el fracasado interregno de Joaquín Almunia y Josep Borrell una vez que Felipe González dio un paso atrás al perder las elecciones españolas de 2000 ante José María Aznar— gracias a la apuesta decidida del PSC, encabezada por el propio Pasqual Maragall y José Montilla. A pesar de imponerse al candidato oficialista, José Bono, nadie se esperaba, sin embargo, que tuviera que cumplir nunca aquel compromiso, ni él ni los suyos ni, de hecho, ninguno de los partidos catalanes ni españoles, porque nadie, como se dice vulgarmente, daba un duro por él. Pero, contra todo pronóstico, ganó la cita electoral de 2004 ante Mariano Rajoy, gracias a la mala gestión que el gobierno del PP hizo de los atentados yihadistas del 11-M en Madrid —las famosas dos líneas de investigación del ministro del Interior Ángel Acebes—, que se empecinó en adjudicar, a cuatro días de la votación, a ETA.

Y el problema fue mayúsculo cuando todos se encontraron con que la promesa de reformar el Estatut que primero había adquirido Pasqual Maragall como cabeza de cartel del PSC y que después, para no ser menos, Artur Mas, como aspirante de CiU, incorporó también a su programa, en una especie de competición a ver quién lo reformaba más y mejor, se tenía que cumplir. Todos confiaban en que, como el PP ganaría las elecciones y frenaría la iniciativa, le podrían endosar el muerto y listos, mientras que ellos quedarían como los buenos de la película. Pero resulta que ganó el PSOE y que, por tanto, no les quedaba más remedio que sacarla adelante. Es a partir de aquí cuando José Luis Rodríguez Zapatero no solo incumplió aquel "apoyaré..." y no respetó el texto del nuevo Estatut que había salido del Parlament en 2005, sino que en 2006 pactó un sonoro recorte con el líder de CiU, que entonces estaba en la oposición en Catalunya, y lo hizo a espaldas del 127.º president de la Generalitat, que era para quien hacía campaña cuando pronunció la maldita frase, que se ha convertido en paradigma de qué no se debe hacer en política.

Vista la experiencia, ¿alguien se cree que ahora sí se puede confiar en Zapatero?

Si con estas credenciales Carles Puigdemont cree que es un buen interlocutor para tratar de resolver el secular conflicto político que enfrenta a Catalunya y España, o es que las cosas han cambiado mucho o es que el líder de JxCat es tan poco de fiar como el expresidente del gobierno español. Es cierto que con el paso de los años el ex máximo dirigente del PSOE parece que haya ganado en temperancia y que a ojos de la gente aparezca como un político prudente y comedido, pero esto solo no significa que ahora sea más creíble que antes. También es verdad que desde la renuncia a aplicar el resultado del referéndum del Primer d’Octubre y de todos los incumplimientos posteriores, el 130.º president de la Generalitat ha perdido el crédito que se había ganado como sustituto de Artur Mas. Se trata, pues, de dos personajes políticos que no brillan precisamente por su credibilidad y es quizá por eso que han establecido efectivamente "una relación de confianza" y que se entienden mejor de lo que se podría imaginar a simple vista.

Qué resultado puede salir de este diálogo-negociación que hay entre ellos dos es toda una incógnita. En clave personal, José Luis Rodríguez Zapatero es claramente partidario de aplicar la amnistía a Carles Puigdemont y de reincorporarlo plenamente a la vida política. En clave colectiva, en cambio, es de sobra conocido que el PSOE está radicalmente en contra de que Catalunya ejerza el derecho de autodeterminación y se independice de España, y el expresidente del gobierno español no mantiene una postura distinta, como ha demostrado en otra entrevista, en La Razón, en la que se muestra frontalmente en contra de realizar un referéndum, de modo que en este sentido no hay que esperar nada. Lo máximo a que, en realidad, parece dispuesto es a reconocer el carácter nacional de Catalunya, que ya figuraba en el texto del nuevo Estatut que aprobó el Parlament el 30 de septiembre hará veinte años, y que él mismo, a pesar del "apoyaré..." de marras, fulminó con el tijeretazo pactado a escondidas con el líder de CiU.

Sería un paso adelante que el Estatut o incluso la Constitución reconocieran de forma explícita que Catalunya es una nación, pero si no ha de tener valor jurídico y no ha de servir realmente para que Catalunya pueda iniciar el camino legal para irse de España, resultaría del todo irrelevante. Todo el mundo sabe, de hecho, que una separación amistosa, de común acuerdo, es absolutamente imposible —España no es ni el Reino Unido ni Canadá—, por aquello del "antes roja que rota" que valía antes, vale ahora y valdrá siempre en un estado construido por la fuerza de las armas en el que la parte más fuerte, Castilla, impuso a golpe de conquista su ley a las partes más débiles, Catalunya, Euskadi y Galicia. Y eso no hay diálogo que lo arregle, y menos aún si los protagonistas son de fiabilidad dudosa.