Con el permiso de Juan Manuel de Prada, que necesita a Catalunya más de lo que osa reconocer, los dos mejores articulistas del Estado en lengua castellana se expresan mucho mejor en catalán. Uno es Salvador Sostres y el otro es Enric Juliana. Los dos parecen perdidos, desde que Trump ganó las elecciones. Sostres escribió el otro día un elogio tan intenso de los protectores del puente aéreo que sufrías para que no se le rompiera el cepillo. El conde de Godó, Isidre Fainé y Florentino Pérez han envejecido y no tienen sustituto. Con respecto a Enric Juliana, ha reaccionado al discurso de JD Vance con un histrionismo sorprendente, acostumbrado como está a enrubiar a la Moreneta para mantener satisfechos a sus lectores.

"El mundo está cambiando de base y se ha vuelto extraño", acababa Juliana su crónica sobre el discurso del vicepresidente de los Estados Unidos. Aprovechando las resonancias de Múnich, comparaba a Trump con Hitler, no muy sutilmente. Cualquiera que haya visto The Brutalist se dará cuenta de que la explotación política y moral del Holocausto y del nazismo que han hecho los europeos ya no da para más. Al final del filme, el director se ahorra los sermones y hace confluir la épica individualista del salvaje Oeste americano con la epopeya nacional del Estado de Israel. Las élites europeas del Plan Marshall están amortizadas y los americanos han visto que tienen bastante con Twitter y con la democracia de los Estados Unidos y de Israel para hacer limpieza y, si hace falta, para dividir otra vez el continente.

No sé hasta qué punto Juliana es consciente de que, con el giro que ha dado el mundo, tenemos muchos números para que, en España, vuelva a llover otra vez sobre mojado. El imaginario de Sostres empieza en la Transición, con las canciones en castellano de Joan Manuel Serrat. Pero Juliana siempre ha visto los equilibrios de la política española desde el pacto de la Restauración de 1875. Cuando Josep Pla y Eugeni Xammar quisieron escarnecer la dictadura de Primo de Rivera, el primer descalabro de aquel acuerdo, fingieron que entrevistaban a Hitler y le hicieron poner de referentes a los Reyes Católicos y la Inquisición. En aquella época, The Times explicaba que el hijo de Eusebi Güell había tratado de hacer entender al dictador que hablar en catalán era su manera de ser español.

Cada vez que los catalanes se alejan de la corona, los castellanos se vuelven locos y encaraman a un dictador

La Transición fue un intento de resucitar este espíritu con una burguesía ya muy castellanizada por las presiones de la autarquía y del fascismo. Jordi Pujol lo supo leer y se hizo imprescindible. Para pactar, sin embargo, tienes que existir, y las últimas reminiscencias de la burguesía catalana se desvanecieron cuando el PSC abrazó los discursos de ultraderecha para parar el independentismo. El hecho de que Sostres haya acabado en el ABC ya da una idea del poquísimo margen que le ha quedado a La Vanguardia para legitimar la supuesta españolidad de Catalunya, ni que sea con dinero. Un día se verá que el espíritu comercial del clan Godó ha consistido en vaciar de contenido los pactos con el Estado para beneficio de Madrid y sus secretarios provinciales.

De momento, lo que se empieza a ver es que el discurso de Felipe VI contra el 1 de octubre no fue tan inteligente ni tan audaz como parecía hace un año. Con la victoria de Trump, España ha empezado a quedar atrapada en sus trampas unitaristas, igual que le pasó a Catalunya con las mentiras del procés. A medida que Trump legitime a VOX, la distancia entre Barcelona y Madrid se hará cada vez más difícil de salvar a través de la democracia del 155. VOX, el partido que el Estado hinchó para asustar a los catalanes, pone un espejo obsceno sobre la historia española. Recuerda que España es un saqueo constante a favor de los castellanos —sobre todo de los que viven del presupuesto y tienen intereses en Madrid.

Con respecto a Trump, seguramente dará coba a Santiago Abascal, pero después, cuando lo tenga bien enjabonado, le pedirá que rinda homenaje al rey de Marruecos. Además, según como vayan las elecciones en Alemania, los argumentos que habían servido para tapar los crímenes del franquismo con un crimen superior como el Holocausto, quedarán invalidados. Alternativa por Alemania, que es un partido anarcocapitalista, tarde o temprano llevará a la superación del nazismo, tal como ha pasado en Italia con Meloni y el fascismo. Eso, a la larga, cambiará la percepción de los europeos en relación con la inmigración y las raíces. Y ya sabemos qué papel ha dado el autoritarismo español a las raíces y a los inmigrantes en Catalunya.

Este verano, un notario castellano todavía me decía risueño que "los moros" acabarían con el catalán más rápido que los sudamericanos. No sé si todavía se ríe. En Europa, las líneas rojas contra la ultraderecha sirven para defender a las élites del mundo de ayer encaramadas por los Estados Unidos durante la posguerra, pero en España sirven para evitar que las costuras de la monarquía recosidas durante la Transición se vuelvan a romper. Cada vez que los catalanes se alejan de la corona, los castellanos se vuelven locos y encaraman a un dictador. Para colmo, la aparición de Sílvia Orriols empieza a conectar el país con la edad media y con una conciencia histórica anterior a la unidad de España, que incluso los partidos independentistas habían evitado.

Es normal que Juliana no sepa qué escribir. Como en los viejos tiempos, los catalanes vuelven a tener la sensación de que España les lleva África a casa. La diferencia es que, teóricamente, estamos en la Unión Europea. Y no parece claro que los europeos tengan más miedo de los nazis que de las olas migratorias y de las costumbres antidemocráticas que vienen del sur. Si los Borbones quieren sobrevivir dentro de Europa, tendrán que empezar a entender que la autodeterminación es el imperio hispánico, y que el 155 sí que es la ultraderecha o, como diría Putin, el nazismo repintado de democracia.