¿Quién teme a Virginia Woolf? es una obra de teatro en tres actos del dramaturgo norteamericano Edward Albee, estrenada en 1962 y llevada al cine en 1966 por el director Mike Nichols, protagonizada por Elizabeth Taylor y Richard Burton, y doblada en 1985 al catalán para TV3. La cita de esta magnífica pieza va bien para, parafraseando su título, preguntarse quién teme a Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll y diputada en el Parlament en representación del partido que preside, Aliança Catalana, a la vista de las invectivas que recibe de los partidos llamados tradicionales —los del sistema de toda la vida— y de cómo las recibe.

La imagen que queda grabada en la retina de muchos catalanes es la de todo un president de la Generalitat como Salvador Illa replicando de manera airada y nerviosa, por momentos incluso crispada, las intervenciones de la diputada en el Parlament. Suerte que Aliança Catalana solo tiene dos diputados, que si llega a ser un grupo parlamentario numéricamente potente quizás el líder del PSC, que ya ha estado a punto de perder los nervios en más de una ocasión, los habría perdido del todo. O la imagen de todo un presidente del Parlament como Josep Rull interrumpiéndola cada dos por tres mientras habla en el atril o desde el escaño y guardando silencio ante las intervenciones de Vox. Con independencia de que se esté de acuerdo o no con ella, Sílvia Orriols no se corta a la hora de llamar las cosas por su nombre, no se refrena en absoluto, que es con lo que las señorías habituadas a las medias verdades, y a un decoro mal entendido que no practica ni el Parlamento del país del parlamentarismo por excelencia —la Cámara de los Comunes del Reino Unido—, no están familiarizadas.

La presidenta de Aliança Catalana acostumbra a ser tachada por el establishment procesista —del que forman parte invariablemente todos: JxCat, ERC, CUP, PSC y Comuns— de política de extrema derecha, fascista y populista y es incluso insultada con otros calificativos, como los de racista y xenófoba o el de nazi que le dedicó no hace mucho el portavoz de Comuns en el Parlament, David Cid, con total impunidad (¡qué diferencia con cómo reaccionaron cuando ella pidió a la diputada de ERC Najat Driouech que se quitara el velo islámico de la cabeza, que tildó de "harapo", y los propios Salvador Illa y Josep Rull le saltaron encima!). Es discutible que sea de extrema derecha, pero ¿cuando se la acusa de serlo qué quiere decir, que ser de extrema derecha es malo, pero que ser de extrema izquierda es bueno? ¿Los que la acusan de pertenecer a la extrema derecha se han leído el programa del partido de Sílvia Orriols? Porque, si lo hubieran hecho, quizás muchos deberían mirarse a ellos mismos al espejo y a otros se les tambalearían unos principios que creían inmaculados e inmutables. ¿O lo que pasa es que nadie se ha tomado la molestia de hacerlo, eso de leérselo? La extrema derecha y la ultraderecha no son, en todo caso, exactamente lo mismo, porque la última no excluye la violencia para conseguir sus fines, cosa que de momento no parece que sea lo que predica Aliança Catalana.

Han preferido obviar los problemas, hacer ver que no existían, hasta que les han estallado en la cara y entonces todos a correr

Lo que no es discutible es que sea fascista, porque no lo es. El fascismo es un movimiento político caracterizado, entre otras cosas, por la sumisión total a un líder que concentra todos los poderes y por la eliminación violenta de la oposición política y social. Sílvia Orriols tampoco entra en esta categoría porque la violencia, como queda dicho, no forma parte de sus planes. Y usar el fascismo —o incluso el nazismo— de esta manera es banalizarlo. Quien sí es claramente fascista, en cambio, es Vox, ¡que si pudiera y tanto que eliminaría a los catalanes, y el problema es que no sería el único que lo haría! Lo que probablemente es la presidenta de Aliança Catalana es populista —o nacionalpopulista como prefieren algunos que se llame al populismo que también es nacionalista—, cuando menos en la acepción que define el populismo como "el aprovechamiento demagógico de las aspiraciones del pueblo para obtener un beneficio". Y aquí sí que Sílvia Orriols se aprovecha de una situación determinada. Si lo hace de manera demagógica o no es lo que está por ver.

¿Pero cuál es esta situación? Pues el terreno de juego que durante los últimos años los partidos denominados tradicionales, y muy especialmente las llamadas izquierdas, han dejado completamente baldío. Las cuestiones, a menudo complejas y enojosas, que no han querido tratar porque hacerlo implicaba arremangarse, coger el toro por los cuernos y tomar decisiones que podían resultar impopulares. Los problemas nada agradables que si los agitaban demasiado les podían, en fin, hacer temblar la parcela de poder correspondiente. Han preferido obviarlos, hacer ver que no existían, hasta que les han estallado en la cara y entonces todos a correr. Y cuando esto ha sucedido se han encontrado con que otros les han pasado por delante y los han dejado con el culo al aire, porque estos sí que han afrontado los temas que ellos habían despreciado y aparcado como si no existieran.

Llegados a este punto, la reacción ha sido no hacer examen de conciencia y reflexionar por qué ellos habían actuado tan mal, sino responsabilizar a los demás por hacer lo que ellos habían sido incapaces de hacer y por intentar encontrar soluciones allí donde ellos habían dejado un problema que, con el paso del tiempo sin hacerle frente, se ha agravado cada vez más. Eso es lo que ha pasado en cuestiones tan diversas como la inseguridad, el deterioro del mercado laboral, el acceso a la vivienda, el retroceso del catalán, el fracaso escolar o la falta de salidas para los jóvenes, que con gobiernos dichos de izquierdas es cuando han sufrido más retrocesos en España y, por extensión, en Catalunya. Pero los críticos de Aliança Catalana solo se exaltan por el hecho de que tenga una política clara en materia de inmigración, que quizás ahora sería diferente si ellos se hubieran preocupado cuando tocaba. Ellos han contribuido a hacer grande el problema, pero resulta que la culpa es de quien pretende resolverlo.

Responsabilizan a los demás por hacer lo que ellos habían sido incapaces de hacer y por intentar encontrar soluciones allí donde ellos habían dejado un problema que se ha agravado cada vez más

Porque la inmigración ilegal y desordenada, sí, y muy especialmente el integrismo islámico que crece al abrigo de parte de este fenómeno creciente, se han convertido en un grave problema en todo Occidente, y sobre todo en Europa. Hoy el viejo continente empieza a perder el aliento al darse cuenta de la panda de dirigentes sin rumbo que lo conducen, si nadie lo remedia, al precipicio. Pero no, el problema es Sílvia Orriols, y por eso hay que ir a Ripoll a manifestarse y a romperle los cristales de la sede del partido, que por cierto ninguna de las otras fuerzas políticas, que ponen el grito en el cielo por cualquier tontería, condenó. Es el comportamiento de esta izquierda falsa y sectaria —que ha hecho de la imposición de la dictadura de la corrección política, mediante un pensamiento único convertido en amenaza a la libertad de expresión, la nueva ortodoxia—, encarnada en Catalunya por la CUP, Comuns y ERC, y a la que los supuestos partidos de orden —PSC y JxCat— hacen el juego, que ha defraudado muchas expectativas y que si de ella dependiera el país ya estaría en el hoyo.

Se pueden preocupar tanto como quieran de la presidenta de Aliança Catalana, comparándola incluso con Donald Trump a raíz de la victoria del magnate norteamericano en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, que cuanto más la denigran más apoyos recibe. Al igual que posiciones como la de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, sobre el control de la inmigración y la conveniencia de empezar a realizar deportaciones tienen cada vez más predicamento entre la población europea, aunque a esta tropa izquierdosa no se lo parezca. Mucho preocuparse por los Conguitos —¿y por qué no por el "negrito del África tropical" de la canción del ColaCao?—, que no se dan cuenta de que la ola de islamización que recorre aterradoramente las principales capitales de Europa —las imágenes que llegan de Ámsterdam, Londres, París, Estocolmo o Bruselas estremecen— los barrerá a ellos probablemente primero que a nadie. Y que no se quejen si decisiones tan absurdas sobre la celebración de la Navidad como no hacer el pesebre en la plaza de Sant Jaume de Barcelona o poner luces con "bombillas de colores inclusivas" (sic) en el Raval se convierten en munición para Sílvia Orriols.

Ante esto, cabe preguntarse por qué toda esta patulea lo mismo que le hacen a Aliança Catalana no se atreven a hacérselo a Vox, por qué no lo señalan y estigmatizan de la misma manera, por qué callan. ¿Es que quizás lo que les preocupa es que los está dejando a todos en evidencia? ¿Es que quizás lo que pasa es que la alcaldesa de Ripoll está pisando demasiados callos? ¿Quién es que, en fin, y con permiso de Richard Burton y Elizabeth Taylor, teme tanto a Sílvia Orriols?