La semana pasada, El Punt Avui publicó el artículo de Mireia Rourera “Joves ultracatòlics, en auge a Catalunya”. Es un artículo tendencioso, impreciso y, como ventana a la realidad eclesial de Catalunya, es un artículo injusto. Se basa solo en un par de fuentes anónimas y está repleto de medias verdades —como que Hakuna está fundado por un cura del Opus Dei: no es así y Rourera no lo explica porque no quiere— que lo único que buscan es reforzar un marco tramposo: que la Iglesia catalana está preocupada por el éxito de Hakuna, que hay una "manera catalana" de la fe que no tiene nada que ver con movimientos como este y que, en consecuencia, ser catalán tiene que ir vinculado a otras espiritualidades. No me entretendré en explicar cada movimiento o comunidad que ejemplarizan un talante eclesial. El artículo proyecta un esquema rígido que fosiliza a los actores católicos en uno de estos caracteres y la realidad eclesial, sobre todo la catalana, queda muy lejos de este desierto. Yo llevo la cruz de Taizé tatuada en la muñeca porque he pasado ahí siete veranos; en La Garriga hay un mosén progresista; fui a una escuela del obispado de Terrassa; en Barcelona alterno misas en los capuchinos de Pompeia, en los jesuitas de Casp y en Montalegre, regida por el Opus Dei. He ido a las adoraciones al Santísimo con plegarias cantadas de Hakuna y me he formado espiritualmente allí donde he encontrado una iglesia, que es siempre la casa de Jesús. Digo todo eso porque, para saber qué pasa en la Iglesia catalana, hay que haber circulado un poco y, sobre todo, hay que escribir sin querer hacer daño.
Para saber qué pasa en la Iglesia catalana, hay que haber circulado un poco y, sobre todo, hay que escribir sin querer hacer daño
Marc Arza, con quien no siempre comparto opiniones pero a quien respeto, escribía en Nació Digital que "hay jóvenes que escogen volver a las formas de fe de sus abuelos" para explicar movimientos como Hakuna. Esta bienintencionada afirmación también queda lejos de la realidad. Hakuna y los movimientos de jóvenes que se asimilan a ella no buscan volver a la fe de nuestros abuelos. Precisamente, la fe de nuestros abuelos es muchas veces este progresismo de autoconsumo que buscó alejarse de la losa del franquismo para conservar su espacio en Catalunya. Me parece que no me equivoco si digo que, hoy, buena parte de este mismo progresismo tiene las iglesias vacías porque, para alejarse del franquismo, diluyó tanto el mensaje que ofrece más sombras y dudas que luces y razones. Esta es la fe de mis abuelos y por eso no me interpela. Yo no he conocido la dictadura, y un talante a quien le tiembla la mano cuando me tiene que ofrecer un pilar es un talante que no me tienta. Es un carácter tan obsesionado con "actualizar el mensaje" —un mensaje que siempre es nuevo y no lo necesita— que no ha sabido actualizarse en las formas. Me siento más libre que mis abuelos y mis padres porque tengo la oportunidad de vivir la fe sin tantos condicionantes, consciente —y agradecida— de que si hoy soy católica es porque muchísimas generaciones se las han ingeniado para mantener vivo el fuego que me ha sido legado. Como yo, hay otros jóvenes en Catalunya que nos confirmamos en grupos de veinte, treinta y cuarenta y que hoy somos los únicos menores de sesenta años en nuestras parroquias progresistas.
Si estos jóvenes son catalanohablantes y se tragan hora y media de adoración en castellano, es posible que tengan la sensación de que no se les ofrece nada mejor en su lengua
Siempre que alguien dice: "las iglesias están vacías", respondo: "depende de cuáles". La Iglesia española le come espacio a la Iglesia catalana porque esta última tiene capada toda capacidad de autocrítica. Hace medio año, en este mismo digital, escribí "¿Cristo, Catalunya?" en el que ya alertaba de esta situación, perdónadme la autorreferencia. En la cabeza de mucha gente que no tiene vínculo con la Iglesia, un católico es un cayetano con la banderita española en la muñeca. Que hoy haya artículos en los que mosenes anónimos alertan de los peligros de Hakuna y echen pestes de ella es una muestra más de esta autocrítica capada. Es un atajo para señalar las taras del otro sin tener que curarse las propias. En El Punt Avui, uno de ellos se queja de que los jóvenes que preparan estas adoraciones en la parroquia después, los domingos, "no vienen a misa". Que eso sea una crítica y no una clave para pensar por qué estos jóvenes solo se acercan a la parroquia cuando se hacen cosas autogestionadas que no dependen del mosén, es el núcleo del problema. Primero de todo porque llamarse progresista y señalar a alguien porque no ha ido a misa o no ha venido a misa a tu parroquia no es el argumento progresista que se piensan. Después, porque si la parroquia se llena de jóvenes en la adoración y no en la misa quizás el problema lo tienes tú y la manera como haces la misa. Por último, si estos jóvenes son catalanohablantes y se tragan una hora y media de adoración en castellano, es posible que tengan la sensación de que ahora mismo no se les ofrece nada mejor en su lengua.
Estos prejuicios hacen que dentro de la Iglesia catalana haya batallitas absurdas que nos hacen perder tiempo y energías para que el mensaje llegue sin tener que pasar por la españolidad
A menudo se habla de una "manera de hacer catalana" dentro de la Iglesia como si la adscripción nacional catalana fuera sinónimo de progresismo y la española de conservadurismo. A quien hay detrás del artículo de El Punt Avui quizás le interesa esta distinción porque permite que todo sea blanco o negro y simplifica las cosas a la hora de hacer según qué acusaciones. Este es un marco que va muy bien para tener razón cuando haces un artículo para cagarte en los "ultracatólicos" —en realidad solo son católicos— pero es un tiro en el pie si de verdad quieres hablar de la realidad eclesial. Hay catalanes conservadores y hay españoles progresistas. También hay todo lo que queda en medio porque, gracias a Dios, la Iglesia es universal y la adscripción nacional no implica tener un talante u otro. Si eso fuera así, la Iglesia estaría atacando a su propia universalidad con núcleo en Roma. Estas construcciones y estos prejuicios hacen que dentro de la Iglesia catalana haya tensiones y batallitas absurdas que nos hacen perder tiempo y energías que podríamos invertir en pensar nuevos caminos para que nuestro mensaje, que es la mejor historia de amor de la historia, llegue a tanta gente como sea posible sin tener que pasar por la españolidad.
A los jóvenes catalanes y católicos nos tendrán porque a mí también me cansa que saliendo de copas me pregunten '¿se puede ser católica e independentista?'
Este mensaje también tiene que llegar a la gente que hoy no forma parte de la Iglesia porque se piensa que no tiene espacio, o quizás no se ha hecho las preguntas adecuadas, o nos ve desde fuera, o lee artículos como los de El Punt Avui y concluye que todo eso no le sale a cuenta, o ve imágenes de la Jornada Mundial de la Juventud y se piensa que son unos locos. Hakuna ha encontrado una manera nueva de vivir la fe. Quien vea una amenaza ahí es que no ha encontrado la propia fórmula para cultivar su espacio. Les pasa a los progresistas —y también a los tradicionalistas, cuando ven imágenes de jóvenes disfrutando a los conciertos de la JMJ—. Si les preocupa Hakuna, que le hagan la competencia. En catalán, si puede ser, y de tantas maneras como quieran. A los jóvenes catalanes y católicos nos tendrán porque a mí también me cansa que saliendo de copas me pregunten: "¿Se puede ser católica e independentista?", no os creáis. El otro día estábamos con un grupo de amigos y hablábamos de eso mismo. Uno de ellos, exseminarista, dijo: "Yo no sé por qué se tiene que ser de una cosa o de otra, de Hakuna o de lo que sea. Yo soy de Jesús y voy tirando". Hice un trago a mi gin-tonic y pensé: Amén.