Imagínate que vuelves a tener siete años y te dan una de esas cartas tan preciosas donde puedes escribir todo, todo, lo que se te pasa por la cabeza. Con buena letra, eso sí, para que se entienda. La teoría ya la sabes: una cosa para vestir, una intelectual, una que necesites y una que te haga ilusión. Después, Papá Noel ya escogerá... Pero por pedir que no quede.
Quiero tener un trabajo muy interesante y el tiempo libre que necesite.
Quiero beber buenos vinos y no tener resaca.
Quiero viajar mucho y quiero tiempo para estar en casa.
Quiero estar contigo toda la vida y quiero estar soltera un día más.
Quiero comer lo que me dé la gana y que me sigan entrando mis pantalones favoritos.
Quiero que mis hijos se vayan de convivencias y quiero acoger a niños que lo necesiten.
Quiero decir la verdad sin consecuencias.
Quiero descansar y quiero estar activa.
Quiero estar llena de amor y vacía de rencor.
Quiero las comas y los puntos suspensivos.
Quiero la chimenea y quiero oír las olas de la playa.
Quiero tiempo para leer y tiempo para ver todas esas series que me dicen que no puedo perderme.
Quiero que lo complicado se vuelva sencillo por arte de magia.
Quiero ir de shopping y quiero ahorrar en este 2025.
Quiero cocinar más en casa y quiero ir a tantos restaurantes que todavía no he probado.
Quiero hacer deporte para tener la excusa de darme un masaje.
Quiero estar rodeada de gente y quiero estar sola.
Quiero irme a la India sin reloj y quiero vivir en pleno Manhattan.
Quiero resolverme en terapia y sueño con no volver a necesitarla.
Quiero desayunar panetone y hacer ayuno.
Quiero ser madre y quiero ser hija.
Quiero ser profunda, aunque me encanten las cosas superficiales.
Quiero el estrés bueno que me hace concentrar y no quiero el malo que me desgasta y me produce ansiedad.
Con los años que llevo pidiéndolo todo, he descubierto que no es posible tenerlo todo
Quiero llorar de alegría.
Quiero que no sea necesario el feminismo para que haya igualdad.
Quiero que se reduzcan las esperas largas.
Quiero cosas caras, pero no quiero que cuesten dinero.
Quiero que los niños crezcan de una vez, pero quiero que sean pequeños para siempre.
Que guay que es hacerse mayor y saber lo que quieres (y cómo), y qué rollo es envejecer.
Quiero que las cosas no me afecten tanto, pero quiero seguir siendo empática.
Quiero ser popular, pero no quiero que me juzguen.
No quiero hacer colas, pero quiero que mis hijos aprendan la importancia: esperar hasta que toque tu turno.
Quiero juerga y quiero calma, el yin y el yang en el mismo plano.
Quiero chistorra y quiero lechuga.
Quiero una mezcla de café con cafeína y descafeinada.
Quiero muchas puestas de sol porque no son ni día ni noche.
Quiero que me ames sin normas, pero que nuestro amor tenga reglas.
Quiero la paz en Gaza, en Ucrania y que dejen de tapar la boca a las mujeres afganas.
Quiero más tiempo con las personas que me aportan alegría y menos con las que me intoxican con su narcisismo.
Quiero que todo sea casual, pero que esté bien preparado.
Quiero lujo y sencillez.
Quiero no dormirme con la tablet porque es mejor con dos pastillas de magnesio.
Quiero ponerme morena y que no me salgan manchas.
Quiero estar tapada y no quiero pasar calor.
Quiero hacer el amor romántico y también quiero sexo salvaje y duro.
Quiero dormir muchas horas y quiero estar despierta para terminarlo todo.
Quiero estar más conectada que nunca (conmigo misma) y más desconectada de lo que no me suma.
Con los años que llevo pidiéndolo todo, he descubierto que no es posible tenerlo todo. Y para las presumidas como yo, que seguimos luchando inútilmente para que así sea, decir que nunca lo es en la medida en la que querrías o, si lo es, lo es por un periodo cortísimo de tiempo que no sale a cuenta. Pero de lo que se trataría sería de no suspender en las cosas que (para ti) son realmente importantes. Porque empiezo a tener una edad en la que no puedo estar enfadada por nada, porque todo lo que tengo ya es mucho. Una cosa está clara en nuestro mundo interior (y exterior) lleno de contradicciones: nada es gratuito en esta vida, y quien algo quiere, algo le cuesta. Ya sea por Navidades o todo el año. ¿Y tú, ya has hecho una carta de deseos sin preocuparte si tienen sentido? Porque imaginar y soñar, que yo sepa, todavía es gratis. Y aunque Santa Claus no te lo traiga, ¡en tu mente ya has dibujado una hoja de ruta!