Repiten los entendidos que Churchill dijo que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Pero cuando una ya no sabe si vive en el oxímoron de una democracia llena de cloacas estatales e incluso se cuestiona si será lícito seguir utilizando el concepto democracia para designar un sistema en tanta quiebra que ya no puede aspirar a ninguna solvencia, surge el dilema que los comentaristas más castizos dirían "de un nuevo reto y una nueva oportunidad". En definitiva, repensar las estrategias que nos saquen mejor del callejón sin salida. ¿Puede ser que la contradicción haya llegado tan lejos que la abstención militante haya llegado a ser la mejor manera de defender la democracia? En este sentido, escribía ayer Bernat Dedéu: "Si te importa el sistema democrático, no puedes seguir apoyando a una gente que, de una forma bastante visible, prefiere no mirarte a los ojos y seguir hablando sola". Así acababa su texto dedicado a la política sin votantes del que comparto algunas cosas y añadiría otras. Para decir solo una, creo que se podría hacer entrar entre los argumentos que daba, la pobreza de contenido de los soliloquios. Y en un sentido más estético que ético, también quiero reprochar la vergüenza ajena que nos hacen sentir unos cuantos candidatos: desde la ciudadana condescendiente con rictus de asco, que parece pasearse de puntillas por encima del bien y del mal, hasta los que quieren "recuperar" una Barcelona que nunca ha sido suya, y lanzan al mundo su eslogan de campaña saliendo de casa a toda prisa, con las llaves en la mano, como si fueran a recuperar con mucha rapidez y supuesta eficacia el coche que se les ha llevado la grúa.
Maria Costa no quiere pedir ni permiso ni perdón por hablar en catalán en su consistorio, en su tierra, y espera que su gesto sea cada vez más compartido y valiente
Pensando y repensando, he tomado una decisión. Quiero votar a Maria Costa, la alcaldesa de Els Banys i Palaldà del Vallespir, en la Catalunya Nord, que tiene un talante que enamora y solamente ensombrece el gesto amable cuando deja muy claro que no se quiere disculpar por hablar su lengua. Dice cosas poco halagüeñas de las consecuencias de la Revolución Francesa, pero su temple y su determinación hacen temblar de nuevo la Bastilla. Maria Costa crece en dignidad cuando explica que en el primer pleno municipal desde la publicación de la sentencia del Tribunal Administrativo de Montpellier contra el uso del catalán, ha seguido hablando en su idioma y también en francés, añadiendo, además, unas frases en inglés... "a ver si también lo prohíben". Si ningún tribunal protesta por el uso del inglés, será todavía más clara la discriminación contra el catalán de las autoridades jacobinas y bonapartistas, como las llama Costa, y "un nuevo argumento para llevar la causa al Tribunal Europeo de Derechos Humanos". La desobediencia ilumina el rostro de la alcaldesa porque está convencida de que también el estado francés maltrata las lenguas minorizadas... y sabe que las mujeres todavía tenemos cuentas pendientes con una Revolución Francesa incompleta. Maria Costa no quiere pedir ni permiso ni perdón por hablar en catalán en su consistorio, en su tierra. Y espera que su gesto, en el cual la acompañan otros alcaldes del Vallespir, el Conflent y el Rosselló, sea cada vez más compartido y valiente: "Queremos que nos sigan los vascos, los bretones y los corsos. Si nosotros tomamos el mismo camino que han tomado los otros, dentro de veinte años no quedará nadie que hable catalán en la Catalunya Nord", asegura. "No estoy de acuerdo en hacer pasar el catalán por debajo del francés, es sencillamente eso". Y así también se crece en libertad, igualdad y fraternidad. Y se crece en República.
En este orgullo más que legítimo de Maria Costa por su cultura, su historia y su lengua, está la semilla de la esperanza inteligente. Cualquier pizca de futuro tiene que nacer de este empoderamiento de la gente de los municipios. Desde la desobediencia y la autoestima para recuperar la democracia. Y mientras tanto, mientras se va sembrando, arrancar las malas hierbas. Como decía hace pocos días la exconsellera y eurodiputada Clara Ponsatí en Arenys de Mar: "No podemos seguir permitiendo que se extienda el cinismo, porque es corrosivo, es una enfermedad. Acabaríamos con el país. Si el cinismo se sigue extendiendo y no lo contrarrestamos con la esperanza inteligente, dejaremos de existir".