España está sin gobierno desde primeros de diciembre. Y la previsión más optimista indica que la situación seguirá así hasta septiembre (elecciones, pactos en julio si los resultados lo permiten, vacaciones en agosto y a la vuelta se ponen a ello).
Y, mientras, ¿el Gobierno qué hace? Básicamente dos cosas: recurrir leyes catalanas y no ir al Congreso de los Diputados a dar explicaciones. Un gran ejemplo para los chiquillos.
En cambio en el Congreso de los Diputados, para entretenerse, hacen cosas. Este jueves, por ejemplo, sentaron en la presidencia de la cámara a un actor disfrazado de Cervantes y procedieron a escenificar una performance que dejó a sus señorías asistentes en un estado catatónico que, todavía hoy, los pinchan y no les sacan sangre.
Cuando aquí estuvimos 3 meses y medio sin gobierno, leí, escuché y vi unas cuantas cosas en los medios de Madrit (concepto). Y ahora, no he podido evitar imaginar lo que habrían expresado si nosotros hubiéramos sentado a un actor disfrazado en la silla de la presidenta del Parlament. Ojo, de lo que fuera. De Quijote, de Tirant lo Blanc, de Colometa, de Gurb o de vaya usted a saber qué.
Lo mismo que aquí consideran de pueblo, provinciano y “aldeano” (¡cómo les gusta la palabra!) allí es universal. Lo que aquí es una charlotada, allí es cosmopolita. COS-MO-PO-LI-TA, qué concepto más tronado. Tan tronado como quién lo expresa, que acostumbra a ser un autoproclamado intelectual incomprendido a quien se le ha pasado totalmente el arroz y que justifica una indigencia creativa que son molinos con imaginarios gigantes que lo marginan porque defiende ciertas posturas políticas. Cuándo la realidad es la contraria: dice defender ciertas ideas para poder convertir su fracaso en un boicot social, cosa que hace un daño terrible a estas ideas. Pero al cosmopolita tanto le da porque sólo piensa en él y en seguir viviendo del aire como cuando todavía tenía alguna cosa interesante que decir o que hacer.
Nunca el intento de ser universal a base de prostituir la figura de Cervantes en una cámara legislativa había sido una metáfora tan acertada como involuntaria de una realidad. España es el Quijote y Sancho Panza quiere marcharse porque se ha dado cuenta, después de un siglo, de que aquello de la “ínsula” era una fantasía del amo. Pero el Quijote le niega la posibilidad de hacerlo. Porque lo necesita. Porque sabe que sin él, su locura se quedaría sin control. Sólo por eso. Ni por amistad, ni por respeto, sólo para tener a alguien que lo soporte y le haga compañía. Todo tan cierto como el cosmopolitismo de los que ya no tienen nada que decir porque ya estamos en el siglo XXI, el mundo ha cambiado y ellos todavía creen estar en el Bocaccio bebiendo lumumbas.