Se acerca la Navidad, y quien más, quien menos siente algún anhelo preparando esta fiesta de guardar. Y todo el mundo fija su atención en alguna figura del pesebre o en algún elemento de la mitología o de las tradiciones populares.

Este año me gustaría referirme a la figura del rabadán, una figura fascinante (al menos para mí) de nuestra cultura popular, y, en concreto, de nuestra cultura popular navideña.

El rabadán representa el pastor vago que no quiere ir a adorar al Niño Jesús al establo. En realidad, representa una figura muy nuestra (y esta no es de la cultura popular), el gruñón que nunca está contento, ese personaje que siempre encuentra o destaca inconvenientes y problemas, en cualquier circunstancia de la vida. Aunque sea respecto del mayor anuncio y prodigio que han visto los siglos.

Es un ejemplo muy malo para los chiquillos, un elemento disgregador para cualquier colectivo, que ejemplariza magníficamente Josep Maria de Sagarra, en el segundo canto del Poema de Nadal, cuando refleja la conversación entre los pastores y el rabadán. Y al tanto a declamar la décima en voz alta, como si fuéramos el maestro Xavier Grasset:

 

Nadie oyó la conversación

del rabadán y los pastores,

y esta conversación extraña

se ha hecho más vieja que el mundo.

 

Desde el tiempo de criaturas

la llevamos colgada al cuello.

En ella se dibujan las palabras

de la gran desolación.

 

Hay respuestas desmayadas

como las orejas de un perro

y sonrisas que anuncian

la cobardía de todos.

 

¡Escuchad bien la conversación

dentro de las paredes del corazón!

La sangre, una anguila mansa,

se agacha temblando de miedo;

cuatro gotas de vergüenza

manchan la angustia de la frente.

 

¡Escuchad cómo se pelean

el rabadán y los pastores!

¡Ganar o perder en la batalla

significa la vida o la muerte!

 

He ahí el drama, vehiculado por un poema de Navidad: la vida o la muerte. De cómo se resuelva esta conversación y de quién decidamos ser, dependerá nuestra identidad como país y como pueblo. Podemos decidir ser como los pastores e ir con espíritu positivo y comprometido a buscar soluciones, o bien podemos decidir ser el rabadán, hacer ver que nos sacudimos los problemas y seguir haciendo guasa de todo y de todos, pero, a la corta y a la larga, durmiendo en la paja. Y todo el mundo sabe qué significa dormir en la paja, y qué mensaje vehicula.

El rabadán también representa el igualamiento por debajo, el abandono del trabajo bien hecho, el triunfo de la mediocridad, el acomodamiento, la escasez de propuestas, la aversión al liderazgo y al riesgo, el individualismo, la envidia, la pereza, el ensimismamiento. Todo lo que nos ha alejado y nos aleja de fijarnos grandes objetivos, y alcanzarlos. Y eso sirve tanto para el rabadán del villancico como para nosotros como colectividad nacional.

Podemos seguir haciendo guasa de todo y de todos, pero, a la corta y a la larga, durmiendo en la paja

Es ese ademán tan perjudicial para lo común que consiste en pensar y decidir que si uno no tiene que triunfar, si a uno no le van bien las cosas (en el ámbito que sea), mejor que no le vayan bien a nadie.

Esto acaba derivando en una mentalidad estéril, en una forma de entender el mundo inmadura, y en una visión esmirriada del mundo, y todo ello nos acaba conduciendo a la escasa experiencia y tradición de poder que tenemos en nuestro país. De poder, quiero decir, en el campo político, pero no solo, también en el campo intelectual, moral, cultural, económico, social, etc.

Esta mentalidad tiene aún otra derivada, que es una desconfianza muy extendida, demasiado extendida, respecto del talento, de los que ganan, de los líderes. Es esa postura que siempre tiene a punto un "¡No hay para tanto!". Haber sido y ser un país sin poder real, hace que muchos conciudadanos nuestros muestren una gran desconfianza hacia el talento, sobre todo cuando uno lo tiene enfrente y debe reconocerlo. Y, a veces, se lo acaba maltratando. Por eso, tenemos tantos líderes por todo el mundo, y tantos hombres y mujeres que salen adelante en sus respectivas profesiones, y en la vida en general, que solo ven reconocido su talento lejos de casa.

Procuremos no ser el rabadán del pesebre, procuremos no ser nunca el gruñón de servicio. Valoremos a la gente que con empuje, pasión y trabajo sale adelante, tanto los que están aquí como los que han tenido que marcharse para abrirse camino y ser reconocidos. Seamos más generosos en el reconocimiento a los demás, apreciemos y valoremos el trabajo bien hecho. Estemos orgullosos de lo que somos, de lo que hemos hecho y de lo que haremos, como individuos y como pueblo. Sin envidias, sin rencores, sin sarcasmos, sin acritud.

Este es mi deseo y mi poema de este año. Y, sobre todo, ¡feliz Navidad!