La covid-19 llegó en marzo del 2020. Ha sido un golpe durísimo para las personas y para las organizaciones. Hablamos de demasiadas muertes y, es cierto, en el momento de salvar una vida se tienen que hacer todos los esfuerzos que hagan falta. Pero no seamos infantiles, los esfuerzos tienen que ir acompañados de criterio, de sentido común, de aprendizaje, de verdad y, también, de ejemplaridad de la cosa pública.

A menudo se ha confrontado el criterio de la salud con el de las razones económicas. Esta es una dualidad que no puede ser eterna. Si el miedo es el colapso de las urgencias, hemos tenido bastante tiempo para tener unas urgencias preparadas para plantar cara a cualquier rebrote. Por muchos millones que costara esta estructura, más cuesta paralizar la economía. No puede ser que se sigan utilizando las mismas razones que hace un año y medio.

Con respecto al sentido común, pienso que de la pandemia ya tendríamos que haber aprendido algo. Por ejemplo que la actividad física es una manera de crear salud. La sociedad y los gobiernos tendrían que saber que los gimnasios somos generadores de salud. Es así, la ciencia ha probado que la actividad física refuerza los sistemas inmunitarios. Por lo tanto, me parece increíble que no se trate a los gimnasios como lo que somos: un aliado anticovid-19 y un espacio de salud.

Así, es difícil entender la actitud con los gimnasios. Hemos afrontado pérdidas millonarias, hemos estado encerrados 163 días, se nos ha mareado con todo tipo de cambios de normativa. Sin embargo, hemos protegido nuestros espacios de una manera ejemplar. Lo hemos hecho sin ayudas y ahora se vuelve a pervertir la ejemplaridad de la cosa pública. Desde el Procicat se exige un certificado de vacunación a los usuarios de los gimnasios, pero, en cambio, son los centros de fitness los que tienen que hacer de policía, prohibiendo el paso a los usuarios no vacunados, cosa que genera nuevas bajas, más pérdidas, complicaciones logísticas, malentendidos y malos humos.

Los gimnasios no fallaremos. No hemos fallado y no lo haremos. Hemos colaborado en todo, pero no se nos puede apretar más. Somos centros de salud. Para combatir la covid somos un cómplice necesario

Nos toca ser los malos cuando la presión tendría que venir en sentido contrario. A los centros de fitness se nos tendría que animar a abrir más espacios, con más servicios para más usuarios, asumiendo que la actividad física es una manera eficaz de plantar cara al virus.

Es por eso que hablaba de la ejemplaridad del Govern ―o de los gobiernos―. Activar la exigencia del certificado digital sin escuchar al sector ―que pedía más tiempo― es un disparate. Pero todavía lo es más activar la medida y tener que dar marcha atrás porque la aplicación falla y se bloquea. Ante todo esto, una pregunta: ¿quién controla al controlador? Si la entrada en vigor de las últimas medidas era tan innegociable, entonces, ¿quién asume la chapuza del viernes? ¿Cuántos casos de covid se habrán contaminado porque las herramientas que el Govern tenía que activar han fallado rotundamente?

Es evidente que esta es una pregunta retórica, pero si el Govern se puede autoaplicar medidas de flexibilidad, ¿por qué no las aplica a los diferentes sectores económicos cuando estos sectores se lo piden? No vale ser flexibles con un área del mismo gobierno y ser implacables con los sectores privados, aquellos que no disponen del presupuesto público para hacer y deshacer.

Pero todavía hay más. Se ha señalado a los bares y restaurantes y a los gimnasios como causantes de todos los males y, por esta razón, se nos aplican nuevas exigencias. Sin embargo, ¿alguien se puede creer que una sala de actividades dirigidas puede ser un problema de salud pública y un bus de Barcelona, abarrotado y en hora punta, no? ¿Cómo se explica que salten las alarmas cuando la gente va al gimnasio y que, a la vez, en el metro, en los ferrocarriles y en Rodalies viajen miles de personas sin ninguna distancia de seguridad? Los criterios son arbitrarios. Es demasiado fácil que los otros tengan que aplicar normas y no hacer lo mismo cuando dependen de los propios sectores públicos, como el transporte.

De la pandemia sólo saldremos aplicando el abecedario de las cosas bien hechas. Criterio, sentido común, aprendizaje, verdad y ejemplaridad de la cosa pública. Los gimnasios no fallaremos. No hemos fallado y no lo haremos. Hemos colaborado en todo, pero no se nos puede apretar más. Somos centros de salud. Para combatir la covid somos un cómplice necesario. Se nos tendría que cuidar, o como mínimo, no poner más obstáculos. Las cosas, cuando son tan claras, se tienen que llamar por su nombre.