Es corriente en el debate político, y en el ruido que se genera a veces en las redes sociales, acusar de fascista a un adversario. Este anatema, que se utiliza a diestro y siniestro, a veces se lanza sin conocer demasiado los principios de este movimiento y se utiliza como una manera de dilapidar el crédito del contrario, con razón o sin.

Soy de los que creen que se tiene que ser cuidadoso con el uso de los términos, sobre todo como la palabra que en este caso nos ocupa, porque podría ser que alguien nos quisiera dar gato por liebre.

Estas disquisiciones me han venido en la cabeza leyendo un opúsculo de Umberto Eco, publicado originariamente en 1997, que he encontrado en una edición francesa de este año con el nombre de "Reconnaître le fascisme".

Cada vez que un político emite dudas sobre la legitimidad del parlamento porque ha dejado de representar "la voz del pueblo", se huele el olor del fascismo.

Según Umberto Eco, se puede establecer una lista de las características típicas de aquello que se podría denominar como el fascismo primitivo y eterno. Pero al mismo tiempo destaca que es imposible incorporar estas características dentro de un sistema, porque muchas se contradicen entre ellas y porque muchas son también típicas de otras formas de despotismo o de fanatismo. Sin embargo, advierte el eximio pensador y escritor, que solo hace falta que una de entre ellas esté presente para hacer coagular una nebulosa fascista. Sea como sea, Umberto Eco llega a recoger catorce:

  1. La primera característica es el culto de la tradición, aunque el tradicionalismo sea más antiguo que el fascismo.
  2. El tradicionalismo implica el rechazo del modernismo. Los fascistas adoran la tecnología, mientras que en general los pensadores tradicionalistas la rehúsan, al entenderla como la negación de los valores espirituales tradicionales. Pero estos elogios a la modernidad solo son un aspecto superficial de una ideología basada en la "sangre" y en la "tierra". El rechazo del mundo moderno se camufla bajo la condena del modo de vida capitalista, pero lo qué se quiere camuflar, sobre todo, es el rechazo del espíritu de la Ilustración.
  3. El irracionalismo ampara también el culto de la acción por la acción. Consideran que hace falta ponerla en práctica antes de —y sin— la menor reflexión. Pensar es una forma de castración. Por eso, la cultura es sospechosa, porque se la asocia con una actitud crítica.
  4. El espíritu crítico establece distinciones, y distinguir es un signo de modernidad. Para el fascismo primitivo y eterno el desacuerdo es traición.
  5. El desacuerdo es, entre otras cosas, signo de diversidad. El fascismo crece y busca el consenso explotando y exacerbando el natural miedo a la diferencia. El fascista es, pues, racista por definición.
  6. El fascismo nace de la frustración individual o social. De manera que una de las características de los fascismos históricos es el llamamiento a las clases medias frustradas, desfavorecidas por una crisis económica o por una humillación política, y atemorizadas por la presión de grupos sociales inferiores en la escala social.
  7. Por lo que respecta a los que no tienen ninguna identidad social, el fascismo los atrae diciendo que disfrutan de un privilegio único: haber nacido en el mismo país. Porque, además, los únicos que pueden dar una identidad a la nación son los enemigos. Por eso, en la raíz de la psicología fascista está la obsesión por el complot, y mejor aún si es internacional. E necesario que la gente se sienta asediada. La manera simple de emerger un complot consiste a estimular la xenofobia. Pero el complot también tiene que venir del interior. De manera que los judíos son generalmente el mejor objetivo, porque presentan la ventaja de estar al mismo tiempo dentro y fuera.
  8. Los fascistas se tienen que sentir humillados por la riqueza ostentosa del enemigo.
  9. Para el fascismo no hay lucha por la vida, sino más bien una vida para la lucha. Por eso, consideran que el pacifismo representa una connivencia con el enemigo; el pacifismo es malo porque la vida es una guerra permanente.
  10. El elitismo es un aspecto típico de la ideología reaccionaria, fundamentalmente aristocrática. En el transcurso de la historia, todos los elitismos aristocráticos y militaristas han implicado el menosprecio de los débiles.
  11. Cada individuo tiene que ser educado para convertirse en un héroe. Si en cualquier mitología, el héroe es un ser excepcional, en la ideología fascista, el héroe es la norma. Un culto del heroísmo que va estrechamente ligado con el culto a la muerte.
  12. Dado que la guerra permanente y el heroísmo son difíciles de conjugar, el fascista transfiere su voluntad de poder a las cuestiones sexuales. He ahí el origen del machismo.
  13. El fascismo se basa en un populismo cualitativo. En una democracia, los ciudadanos tienen derechos individuales, pero el conjunto de los ciudadanos tiene un peso político cuantitativo (se siguen las decisiones de la mayoría). Para el fascismo, los individuos como tales no tienen derechos, y el "pueblo" se concibe como una calidad, una entidad monolítica que expresa la "voluntad común". Y como ninguna cantidad de personas puede poseer una voluntad común, el Líder se hace su intérprete. En base a este populismo cualitativo, el fascista se opone a los gobiernos parlamentarios. Cada vez que un político emite dudas sobre la legitimidad del parlamento porque ha dejado de representar "la voz del pueblo", se huele el olor del fascismo.
  14. El fascismo habla la neolengua, inventada por George Orwell en "1984".

Umberto Eco aplica estas catorce características al fascismo primario y eterno. Quizás estamos en presencia de un fascismo más elaborado y menos primario, pero sigue teniendo los tics que lo han caracterizado desde el principio: el odio a la cultura, la obsesión por el complot, el rechazo del diferente, el miedo al lenguaje complejo, la idea de un pueblo dotado de una voluntad propia y el hecho de considerar los desacuerdos como traiciones… Tenemos herramientas para desenmascararlo.