Esta ha sido una semana muy intensa con respecto a la dimensión internacional de la guerra en Gaza, y del conflicto israelí-palestino en general.
Ciertamente, veníamos ya de días también muy densos al respeto, sobre todo con respecto a la justicia internacional, empezando por el día 20 con la petición de órdenes de arresto por parte de la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional contra Netanyahu, a su ministro de defensa y los líderes de Hamás; siguiendo después con la resolución de la Corte Internacional de Justicia ordenando a Israel frenar su ofensiva en Rafah.
Pero lo que realmente ha marcado la semana ha sido el reconocimiento formal, anunciado hace unos días y consumado formalmente el martes, de Palestina como Estado por parte de España, Noruega e Irlanda. Acción a la que se ha sumado Eslovenia dos días después, el jueves.
Hay a quien dice que la decisión del gobierno de Pedro Sánchez de reconocer la condición de Estado a Palestina respondería a cálculos electorales, pensando en las elecciones europeas; y seguramente este es uno de los varios factores que la Moncloa ha considerado antes de tomar una decisión de tal relevancia.
Ahora bien, esta variable no es aplicable a Noruega, que estando fuera de la UE no participará en las votaciones del 9 de junio, y se trata de un país conocido por la rigurosidad con la que lleva a cabo su política exterior. Tan importante es para este Estado su política internacional, que el mayor ministerio del gobierno noruego es precisamente el de Asuntos Exteriores.
En el caso de Irlanda, confieso que tampoco soy capaz de vislumbrar la derivada electoralista, sobre todo si tenemos en cuenta que el gobierno de ese país es de coalición entre liberal-conservadores, cristiano-demócratas y verdes.
Lo mismo para Eslovenia. Como España e Irlanda, los eslovenos también están llamados a participar en las elecciones europeas en los próximos días; pero si uno revisa las decisiones que este país ha ido tomando en los últimos tiempos al respeto, y en especial sus votaciones en las Naciones Unidas desde el inicio de la crisis, o su postura de apoyo a la UNRWA (la agencia de las Naciones Unidas que apoya a los refugiados palestinos y que tan duramente ha sido atacada por Israel), todo indica que es una decisión que responde a mucho más que una mera coyuntura electoral.
En cambio, y de ello se habla poco, donde sí resulta más que evidente la dimensión electoralista es en la postura de uno de los actores primordiales de este conflicto, Estados Unidos. Y es que para entender lo que está pasando en la región hay que poner en el centro la campaña electoral estadounidense. Estados Unidos es el único actor capaz de frenar las actividades militares de Israel en Gaza. ¿Cómo? Congelando el envío de armamento y munición al ejército israelí, sin el cual el gobierno de Netanyahu no podría continuar con el actual nivel de operaciones militares. Además, existen precedentes: en verano de 2006, el ejército de Israel lanzó un ataque durísimo contra el sur del Líbano con el objetivo de destruir a Hizbulá. El ataque, con intensos bombardeos e incursiones terrestres en territorio libanés, finalizó 34 días después de su inicio. Formalmente, la ofensiva se detuvo a raíz de una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero es ampliamente conocido que fue una llamada de la Casa Blanca la que acabó con la ofensiva, en medio de una gran movilización internacional al respeto.
Donde sí resulta más que evidente la dimensión electoralista es en la postura de uno de los actores primordiales de este conflicto, Estados Unidos
La diferencia con el contexto actual es la campaña por las presidenciales en Estados Unidos. En un marco como este, el presidente Biden y su equipo se sienten atrapados, y más cuando antes del 7 de octubre del año pasado —día del infausto ataque de Hamás— la administración Biden contaba con la posibilidad de un inminente acuerdo de reconocimiento mutuo entre Israel y Arabia Saudí, que esperaban pudiera dar un impulso decisivo a su campaña electoral con el apoyo del influyente lobby proisraelí americano.
Así pues, por una parte, Biden no se atreve a parar los pies a Netanyahu —a pesar de la más que evidente falta de sintonía entre ambos líderes— por miedo al efecto que eso podría tener en su posible reelección. I Netanyahu lo sabe, y por eso actúa como actúa, y se permite el "lujo" de hacer algo que hasta ahora no habíamos visto nunca, como que el primer ministro de Israel se permita desafiar abiertamente al presidente de su principal aliado, de ese país sin el cual Israel se vería en peligro de sobrevivir: Estados Unidos.
Ahora bien, por otro lado, Biden también corre el peligro de perder mucho voto joven, sobre todo universitario, si tenemos en cuenta la extensión e intensidad de las protestas propalestinas que se han vivido en los campus de ese país; y más ahora que las posibilidades de ser reelegido han mejorado escasamente a raíz de la condena a su contrincante, Donald Trump.
En Israel, mientras tanto, la polarización y división interna crecen a marchas forzadas. El Gabinete de Guerra está a punto de partirse, ya que el líder opositor Benny Gantz (que aceptó entrar en un gobierno de unidad como reacción al ataque de Hamás) ha hecho efectiva su amenaza de pedir elecciones anticipadas si Netanyahu no presentaba un plan de futuro para Gaza, cosa que este no ha hecho. Como crecen de nuevo las manifestaciones contra el primer ministro, sobre todo las promovidas por los familiares de los rehenes, que consideran que Netanyahu no ha tenido en ningún momento la liberación de los rehenes como prioridad. También crece el descontento en los ultrarradicales, por una parte, con los ultraortodoxos que por primera vez se verán ahora obligados en Israel a hacer al servicio militar (del que estaban exentos), y por otra, por pequeños sectores del ejército, que han criticado públicamente al ministro de defensa por haber supuestamente claudicado a las presiones internacionales y haber reducido la dimensión de la ofensiva en Rafah.
Y no solamente crece la división, también cambia sustancialmente la opinión pública. Mientras que los días después del ataque de Hamás, más de un 70% de la población israelí daba apoyo a la lucha que hiciera falta para "la eliminación total" de Hamás; actualmente, más del 60% piensa que la "victoria total" (en clave israelí) en Gaza es "imposible".
Si a eso se suma la retirada del embajador en Tel Aviv que ha ordenado al presidente brasileño Lula, la reprimenda pública que ha hecho el representante de Estados Unidos al gobierno de Netanyahu en un debate en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el escándalo sobre el espionaje y supuestas amenazas del Mossad al Tribunal Penal Internacional... todo también de esta semana, es evidente que mientras el número de muertos crece en Gaza, también lo hace el reconocimiento internacional a Palestina, y en paralelo la división y polarización dentro de Israel.