Dicen que pasó hace cuatro siglos y un año. En un jardín de Madrid, un niño dormía plácidamente sobre una losa y un hombre lo observaba. "O el muchacho es de bronce o la piedra es de lana", dicen que comentó el tío a un cura que pasaba por allí. "No hay más bronce ni más lana que tener años once y no pensar en mañana", le contestó el clérigo en un castellano de acento claramente catalán. Dicen que al oír aquella respuesta, el primero, que era ni más ni menos que Lope de Vega, le dijo rápidamente al segundo: "tú eres Garcia, a pesar del disimulo". En efecto, dicen que aquel señor con sotana se llamaba Francesc Vicent Garcia, era rector de un pueblecito llamado Vallfogona de Riucorb y hacía unos cuantos días que paseaba por Madrid porque el mismo rey Felipe IV había decidido invitar a su corte a aquel autor de excelsos, originales y curiosos poemas. Exactamente los mismos poemas y obras de teatro que dos siglos más tarde, en plena Renaixença, los intelectuales catalanes de la época decidieron que no valían nada. O dicho a la manera vallfogonina, que no valían una mierda.
Dicen, y no decimos, porque todo parece indicar que Francesc Vicent Garcia nunca conoció al dramaturgo más famoso del Siglo de Oro, todo esto no es más que una leyenda. Lo más curioso es que, por suerte, si el Rector de Vallfogona es hoy alguien relativamente vigente, es en parte gracias a todo el mito creado en torno a su figura. Lo más triste, por desgracia, es que precisamente esta aura legendaria de cura socarrón y sagaz que escribe versos traviesos ha impedido durante años tratar la obra de Francesc Vicent Garcia como lo que es: la poesía de primer nivel de un autor que cronológicamente hay que situar entre Ausiàs March y Jacint Verdaguer, el escritor en catalán más importante durante los casi tres siglos bautizados ignominiosamente como Decadencia. Por muy épico que suene y por mejor storytelling que parezca, decir que los poetas jocfloralescos emprendieron la difícil misión de sacar punta a una tradición literaria medieval que llevaba tres siglos 'abandonada' tiene un pequeño problema: que es falso, ya que evidentemente la unión dinástica entre Castilla y Aragón afectó a la cultura catalana y castellanizó a la nobleza de aquí, que es quien pagaba la fiesta, pero en ningún caso eso quiere decir que durante trescientos años en nuestro país nadie escribiera nada con cara y ojos.
La etiqueta "Decadencia" es un dolor de muelas nacional que tenemos que sanar, más que nada porque la literatura catalana del Barroco dialoga de maravilla con el resto de literaturas occidentales del momento
El gran perjudicado de todo eso ha sido, sin duda, Francesc Vicent Garcia, a quien hemos reducido a un rector que escribía poemillas donde hablaba de hacer caca, al igual que también hemos reducido que Martí y Pol era un obrero de fábrica que se quedó en silla de ruedas y se hizo amigo de Pep Guardiola o que Guillem de Berguedà, por decir otro, era un trovador que escribía poemas para crear beefs con caballeros como Ponç de Mataplana. Sin duda, uno de los problemas de no ser un país normal es tratar nuestra propia literatura de manera frívola, reduccionista e infantil, quizás por este motivo los magníficos poemas de estética conceptista de García han llegado tan mal a nuestros días. Precisamente por eso, para reivindicarlos, hay algunos locos como un servidor que a menudo, ni que sea en la sala de espera del dentista, aprovechamos la mínima ocasión para explicarle al del lado que la etiqueta "Decadencia" es un dolor de muelas nacional que tenemos que sanar, más que nada porque la poesía catalana del Barroco dialoga de maravilla con el resto de literaturas occidentales del momento y se refleja dignamente en las corrientes literarias de la época.
Nuestro rector es un buen ejemplo, por eso escribe sonetos forjados en la exageración, el uso de la antítesis, las volteretas sintácticas o los juegos conceptuales que pueden compararse a los del napolitano Giambattista Marino o los del castellano Quevedo. El Quevedo poeta, quiero decir, no el Quevedo cantante. Mirándolo bien, sin embargo, la poesía de Garcia en el siglo XVII era tan popular como la música trap hoy, con la diferencia que la gente, en vez de ir por la calle cantando "Quédate / que la noche sin ti / duele" iba por la calle recitando que "Ton aire i ton donaire és tan estrany / que no hi ha en aquest lloc home de seny / que a amar ta bizarria no s’empeny, / a bé que tots s’empenyen per son dany". Si eso pasaba es porque Francesc Vicent Garcia y los autores del Barroco abrazan un tipo de poesía popular. Es decir, que no estaba pensada para la Corte, sino para ser dicha a la gente del pueblo. Aquellos juegos lingüísticos y conceptuales se convierten, pues, no solo en poemas, sino también en los crucigramas de la época, en el Polonia de aquellos tiempos y en la Wikipedia del momento, todo en uno, ya que la poesía servía por eso: para romperse la cabeza tratando de entender que quería decir al Rector de Vallfogona con cada soneto, reír con la burla cotidiana hacia cualquier cosa y, sobre todo, retener en la memoria lo que sea gracias a la rima.
Hay que entender la abundancia de castellanismos en el Barroco catalán, sin embargo, al igual que siglos antes Ausiàs March o Joan Roís de Corella habían abusado de los italianismos y al igual que hoy The Tyets, 31 FAM o Lildami abusan de los anglicismos
Si en aquel punto de la Historia los poetas querían tener auténtico engagement con los lectores, lo que hacía falta también era hacer uso en sus poemas de palabras provenientes de la literatura que lo rompía en aquel momento, nos guste o no: la del Siglo de Oro. Hay que entender la abundancia de castellanismos en el Barroco catalán, sin embargo, al igual que siglos antes Ausiàs March o Joan Roís de Corella habían abusado de los italianismos y al igual que hoy The Tyets, 31 FAM o Lildami abusan de los anglicismos cuando cantan que les gusta estar del chill en la playa o cuando confiesan haber stalkeado a la exnovia. Precisamente pensé en todo este crush entre poetas y lectores el otro día, cuando paseando por Vallfogona de Riucorb me choqué con una de las diversas placas diseminadas por todo el pueblo que contienen versos de Francesc Vicent Garcia. Una de ellas, en una pared delante de un laurel, decía "Ja són tants els que avui fan de poetes/ que ens faltaran llorers per les corones". Así es, indudablemente, ya que a pesar de llevar ciento cincuenta años escondiéndolo, en los tres siglos de Decadencia no solo había en Catalunya más poetas que piedras, sino que algunos como Cristòfor Despuig, Pere Serafí, Joan Timoneda, Francesc Fontanella o Joan Ramis construyeron una obra de altísima calidad, por no citar otros más desconocidos como Antoni Massanés, Francesc Mulet, el Baró de Maldà, Josep Blanch, Joan Ferrandis d'Heredia o Pau Puig.
Quizás fue por culpa de este laurel que en el paseo matinal por el pueblo del Rector que, de golpe, me entró dolor de barriga. Vallfogona de Riucorb es un municipio precioso, lleno de poemas en las paredes e incluso de balnearios con aguas termales, pero claramente falto de polyklyns. Hay, eso sí, la tumba de Francesc Vicent Garcia, que se encuentra dentro de la iglesia porque fue enterrado en el cementerio de presbíteros de la localidad. Aquel adorable rector murió el año 1623, hace exactamente cuatrocientos años, por eso este 2023 que acabamos de empezar es también L'Any Rector de Vallfogona, y por eso, aprovechando la efeméride y observando la placa donde dice "Vallfogona de Riucorb al seu rector-poeta", pensé que este año todos los catalanes tenemos una gran oportunidad: desenterrar de una vez por todas la mentira de la Decadencia. Mientras lo pensaba, sin embargo, vi un perro blanco durmiendo encima de un banco de piedra y le comenté a mi mujer que o bien el perro era de bronce o bien la piedra era de lana. Por desgracia, ella no me entendió y por respuesta no recibí ningún verso rimado, sino un simple ladrido de aquel perro callejero, que saltó del banco para caminar cuatro pasos y dejar un zurullo en medio de la calle.
Dicen que las leyendas sirven para ver la vida con un filtro de fantasía, quizás por eso entendí aquella defecación como una especie de señal, no solo porque yo también tuviera los intestinos removidos, sino porque aquel perro estaba haciendo lo mismo que nosotros, como país, hemos hecho con la literatura catalana del Renacimiento, el Barroco y la Ilustración: reducirla a una literatura absurda y de poca calidad, creyendo que es una poesía merdosa con el estilo de un ladrido —a veces de una ladrada, otros de un aullido— y que solo habla de cosas frívolas. Por eso, en Vallfogona de Riucorb, entendí que la mejor manera de homenajear este año a Francesc Vicent Garcia es cagarnos en la Decadencia, tal como estoy haciendo yo en este artículo, ya que aquel dolor de barriga inoportuno me lo había provocado la historiografía de mi propio país y nunca es tarde para recordar que "la merda, sia verda, /blanca, negra, parda o groga, / encara que és pudenta, / és antiquíssima droga", como escribió él. Nunca es tarde para entender, ni que sea gracias a un perro yendo de cuerpo, que la Decadencia no fue un saco de estiércol, sino el abono necesario para alimentar el terreno durante aquellos siglos en que, aunque el país dejara de ser país, nuestra literatura, por suerte, no desapareció. O dicho a la manera vallfogonina, no se fue a la mierda para siempre.